Image: Asier Polo

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Música

Asier Polo

“Hay que desdramatizar los conciertos”

17 abril, 2002 02:00

Asier Polo. Foto: L. Mangino

El violonchelista Asier Polo es uno de los ejemplos más brillantes de la nueva generación de músicos españoles. Tras su paso por la Escuela Reina Sofía de Madrid y la Academia de Música de Basilea, o la asistencia a cursos de perfeccionamiento con Rostropovich, y su experiencia en recitales junto al tenor Alfredo Kraus, ha tocado ya en muchos de los festivales y salas de conciertos más prestigiosos del mundo. El fin de semana del 19 al 21 de abril, el artista bilbaíno actúa en el Auditorio madrileño como solista de Don Quijote de Richard Strauss, con la Orquesta Nacional de España bajo la batuta de su maestro emérito, Rafael Fröhbeck de Burgos.

El calendario de Asier Polo está repleto de compromisos. Acaba de participar en La Folle journée de su Bilbao natal, y de hacer recitales a dúo con otra destacada instrumentista, la pianista guipuzcoana Marta Zabaleta. La semana pasada tocó el Concierto nº 1 de Haydn con la Sinfónica de Sevilla y Christian Badea en el Teatro de la Maestranza, y el próximo fin de semana tiene una importante cita con el público de Madrid, donde interpretará la mencionada pieza straussiana. Una ocasión inmejorable de medirse con una de las más grandes composiciones para violonchelo de todos los tiempos. "Es un indudable reto -comenta-. Estos conciertos suponen un honor y un compromiso, porque muchos madrileños aún recuerdan el Don Quijote de Gaspar Cassadó".

-¿Por qué el cello?
-No fue una elección premeditada, sino por casualidades de la vida. Un tío mío era cellista. Yo, desde muy pequeño, había manifestado muchas inquietudes, pero sin centrarme demasiado en nada. Empecé a estudiar música como una actividad más y, cuando tuve en mis manos por primera vez este instrumento, con once años, presentí que sería violonchelista. Nunca había tenido algo tan absolutamente claro.

Aprendizaje in crescendo
-Entonces comenzó el aprendizaje del instrumento.
-Sí, y reconozco que he tenido mucha suerte, ya que ha sido un aprendizaje siempre in crescendo. A los 16 años gané el concurso de Juventudes Musicales, que me permitió irme a estudiar dos años en Alemania. Luego vinieron los cursos de perfeccionamiento en la Escuela Reina Sofía, y después en Suiza. A los 24 años yo ya podía considerarme un músico profesional.

-Su paso por la Escuela Reina Sofía fue decisivo.
-Sobre todo porque tiene bastante repercusión. En ella se promociona mucho al estudiante, te obligan a tirar para adelante y me sirvió para darme a conocer.

-Allí, además, conoció a Ivan Monighetti.
-Que más que un profesor, ha sido mi gran maestro, no sólo en la música, sino también en muchos otros aspectos de la vida. Sobre todo, me enseñó a valorar la importancia del intérprete como artista, en su capacidad para re-crear una partitura.

-Usted ha recibido también lecciones de otras grandes figuras del violonchelo, como Natalia Gutman o Mstislav Rostropovich.
-Los momentos que puedes hablar con estas grandes figuras son, lógicamente, mínimos. Pero lo más importante son sus consejos, la aceptación de tu arte por parte de ellos, el saber que estás yendo por el buen camino. Y esto, en un campo tan abstracto y etéreo como el de la música, es de un valor incalculable.

-También acompañó a Alfredo Kraus en sus últimos recitales. ¿Cómo surgió esta colaboración?
-Alfredo Kraus estaba buscando alguna fórmula que le permitiese descansar brevemente entre pieza y pieza. Recuerdo que él y su pianista, Edelmiro Arnaltes, me escucharon como solista con la Orquesta de Cámara de la Escuela Reina Sofía. Entonces se les ocurrió la idea de intercalar en los recitales algunas piezas para cello y piano, además de incluir algunas transcripciones para voz y ambos instrumentos. Fue una experiencia muy bella, que creo que funcionó muy bien en los dos años y medio que compartimos.

-¿Qué aprendió de Kraus?
-Ante todo, su enorme capacidad para salir airoso de cualquier situación, por muy comprometida que ésta fuese. Algo que sólo puede explicarse por la experiencia adquirida a lo largo de toda una carrera. Conversábamos mucho sobre música. Era un hombre de una sabiduría enorme, y recuerdo particularmente sus apreciaciones llenas de inteligencia sobre el romanticismo francés. Además, compartía, como yo, la idea de que la voz humana y el violonchelo se parecen.

-¿Mantiene la importancia del aspecto cantable de su instrumento?
-Por supuesto. Imitar la voz humana no es el único recurso del violonchelo, sobre todo en el repertorio contemporáneo. Pero es básico cultivar en él una línea, digamos, belcantista. El sentido cantabile, la expresión melódica, es fundamental.

-Otro de los campos que ha cultivado es la música de cámara.
-Me produce una enorme satisfacción, y creo que es un verdadero privilegio tener un dúo estable como el que formamos la pianista Marta Zabaleta y yo. También he trabajado en tríos, cuartetos, quintetos, aunque no con la frecuencia que quisiera. Hacer música de cámara te permite adquirir una confianza en tu trabajo que es más difícil de conseguir con una orquesta.

-Usted ha trabajado con prestigiosos maestros, tanto españoles como extranjeros. ¿Con quién se ha sentido más identificado?
-He tocado con Claus Peter Flor, Christian Badea, Klaus Weise, Antoni Wit, y, entre los españoles, Miguel ángel Gómez Martínez, Rafael Fröhbeck de Burgos. No quisiera dejarme a nadie, pero los dos últimos que he citado te transmiten una gran confianza. En general, me parece que el trato es más agradable por parte de los directores españoles.

Orquestas de nivel
-¿Y respecto a las orquestas?
-Están alcanzando en España un altísimo nivel. Lo importante es que apoyen al músico, y que te ofrezcan intervenir en proyectos que te estimulen, que no resulten rutinarios. En una profesión como ésta es fundamental no perder la ilusión.

-Usted ha estrenado nuevas composiciones nuevas, como el Concierto de García Abril.
-Sí, y pronto voy a estrenar uno de Luis de Pablo. Creo que es muy importante para un músico interpretar la música de su tiempo. En ese sentido, me siento orgulloso de haber tocado obras de Bernaola o Villa-Rojo. Es muy agradable poder tratar en primera persona con el propio compositor, que suele ser mucho más flexible de lo que tú piensas a la hora de introducir las posibles sugerencias que les haces.

-También ha grabado varios discos de compositores vascos.
-Es una labor que me corresponde. He disfrutado enormemente con las grabaciones de Escudero o de Usandizaga. Unas obras son mejores que otras, pero testimonio de sus respectivas épocas.

-Dentro de unos días va a interpretar una música que, al menos temáticamente, tiene que ver con España, como es Don Quijote de Richard Strauss. ¿Cree que refleja el espíritu de la obra cervantina?
-Bueno. La mayoría de los episodios están muy bien descritos, pero siempre desde la óptica de Richard Strauss. Una visión apasionada, romántica. Es una obra con la que me identifico mucho. La he interpretado ya en México y con la Sinfónica de Euskadi, en junio voy a realizar una gira por Suiza con la Orquesta de Basilea, y en julio la tocaré con la Filarmónica de Israel. Es una partitura que gusta mucho, y el hecho de que la toque un chelista español resulta curioso.

-Usted participó recientemente en la maratón musical de Bilbao titulada La folle journée.
-Fue una experiencia apasionante, una sucursal de la que se había hecho en Nantes en Francia, y en la que ya había participado con las Suites de Bach. Un día de auténtica locura musical, llena de gente buenísima. Yo toqué Haydn a las ocho de la tarde con la Orquesta de Burdeos, y una hora después, cuartetos de Mozart con Josep Colom, Gérard Caussé y Régis Pasquier. Ha sido un proyecto fantástico, con una respuesta magnífica del público, buena parte del cual no había ido en su vida a un concierto. Espero que se repitan estas actividades, que te obligan a desdramatizar un poco tu propio trabajo y tu actitud frente al hecho musical. Porque muchas veces tendemos a exagerar nuestro trabajo sin sentido.

Tradición decimonónica
-¿Cree que, en general, hay que desdramatizar los conciertos?.
-Sí, es necesario despojarlos de la tradición decimonónica, que está acabando con ellos. Porque también el público cambia. Los músicos somos gente menos rancia, mucho más normal de lo que se piensa, con energía y con alegría en el cuerpo. Tenemos que esforzarnos entre todos por educar a un nuevo público, por hacer de los conciertos un bien para la sociedad. Es verdad que el arte necesita de un mínimo de esfuerzo y hay que facilitar a la gente el acceso a la música, para que luego profundice por sí misma. Pero para eso necesitamos de las instituciones.

-¿Ha pensado alguna vez en dedicarse a la enseñanza?
-La enseñanza siempre me ha gustado, y lo he hecho, digamos, un tanto en la oscuridad, ya que hasta ahora las infraestructuras no lo permitían. Sin embargo, la situación está cambiando. He dado clases en Cataluña, y ahora voy a hacerlo en la nueva Escuela de Estudios Musicales en San Sebastián, donde me ofrecen libertad y, sobre todo, flexibilidad de horarios que me permita compaginar mi carrera con la docencia. Hay que transmitir la experiencia que hemos recibido de otros.