El Cultural

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Escenarios

Peter Brook, el hechicero del espacio vacío

El director más influyente de la escena mundial estrena en Oviedo Why?, su último trabajo

14 octubre, 2019 05:50

Machaconamente, durante toda su carrera, se ha repetido a sí mismo un imperativo categórico: “No des nada por sentado, ve y compruébalo tú mismo”. Una exigencia moral que tiene mucho en común, cierto, con la buena praxis periodística. Y es que de adolescente soñaba con ser corresponsal. Dar tumbos por el mundo, intentando entender y luego contar lo que veía, era una tentadora posibilidad de escape de las rutinas de la clase media londinense. La fuga, al final, se la brindó el
teatro, al que se acercó guiado por una corazonada (“Tienen siempre más sentido que el sentido común”). Pero cada una de las obras que ha levantado puede verse como la indagación de un reportero ansioso de evidenciar las verdades ocultas de la realidad. Sólo que, en lugar de imprimirlas en papel una vez halladas, Peter Brook (Londres, 1925) las ha escenificado, siempre con el mismo objetivo: provocar el asombro, estimular el cuestionamiento, inducir la iluminación.

Esa manera de entender el teatro, sumada a su querencia orientalista y mística (uno de sus grandes influencias es Gurdjieff), lo han convertido en una especie de gurú o de hechicero del gremio escénico. Pero sus conjuros tienen una vocación científica, acaso inculcada por su padre, judío de origen letón que patentó incluso algún medicamento. Brook se mete en la sala de ensayo como el investigador al laboratorio. “El teatro es como un microscopio para observar la vida”, explicaba a El Cultural cuando estrenó en España El valle del asombro, poética y aterradora exploración de las cualidades sinestésicas de algunas personas. “La realidad, en general, se manifiesta diluida y el teatro la concentra para observarla mejor”, añadía. Aquella puesta en escena nos sumergía en el interior del cerebro humano, que abría como un melón. También se mostraba fiel a las bases que asentó en su libro El espacio vacío, publicado en 1968 en Inglaterra y hoy catecismo irrenunciable para cualquier regista.

"Cuando los tiempos son negativos, sólo hay una corriente que va secretamente contra la marea: lo positivo"

Brook lo escribió como réplica al retoricismo escénico y a la propagación de la metalurgia y la carpintería en los montajes. Es algo que ha recalcado recientemente en su breviario Punta de la lengua, publicado en España por Continta me tienes: “La tradición y las costumbres enraizadas las habían llenado de confusión: demasiada imaginería, demasiados decorados, un exceso de muebles y utilería. Atascaban la imaginación”. Atascada debía sentir la suya a finales de los 60 tras ejercer como director de producciones de la Royal Opera House y triunfar sistemáticamente en la cadena de montaje del West End, donde se reveló como un todo terreno: montó shakespeares, óperas, comedias ligeras y hasta musicales. La crisis de identidad le condujo a París, donde reabrió Les Bouffes de Nord, un teatro olvidado a la espalda de la Gare du Nord. Allí fundó el Centro Internacional de Creaciones Teatrales acuñando un estilo distintivo marcado por la mencionada austeridad material, la claridad gestual en las interpretaciones, los elencos multirraciales, el storytelling esencializado, las músicas de raíz y la inmersión en los arcanos de la condición humana. Se alió con Jean-Claude Carrière, uno de los más estrechos colaboradores de Buñuel, y debutaron con una versión de de Timón de Atenas de Shakespeare.

Shakespeare, el rascacielos

El bardo de Stratford ha tenido, por cierto, pocos cultivadores tan concienzudos y audaces como Brook. “La historia de la literatura es como una montaña en cuya cima está él”, nos decía. En Punta de la lengua utiliza otra metáfora (también de altura) para describir su fascinación por el autor de El rey Lear: “Un ‘rascacielos’ es una imagen práctica y accesible y, al mismo tiempo, guarda relación con los trabajos de Shakespeare. En sus Obras completas puede verse un número infinito de niveles – tema tras tema, personaje tras personaje, verso tras verso, y, finalmente, palabra tras palabra–. Uno puede pasar precipitadamente o bien sentir que dentro existen niveles de significado cambiantes. Unos te elevan algunos pisos, otros te hacen bajar. Y a veces te conducen a ese momento de asombro, a un silencio en el que nos faltan las palabras”.

Y entonces sobreviene un mutismo abisal. Ahí es cuando Brook siente que el rito teatral cobra su más alto sentido. “Son instantes poco frecuentes en los que un sentimiento profundo compartido por actores y público detiene todo en un silencio vivo. Este es el excepcional, el supremo espacio vacío”. Él ha propiciado ese clímax muchas veces, con Shakespeare y con su viraje oriental, cuando sus producciones empezaron a desarrollarse sobre albero y alfombras, y a pautarse por instrumentos exóticos tocados en directo. La cumbre en esta línea de trabajo fue su trasvase a la escena del Majabhárata, el poema hinduista con más de cien mil versos. Nueve horas de metraje y una alerta al mundo de su regreso a las las tinieblas, en la que, a su juicio, seguimos sin demasiada esperanza de salir en breve plazo. El salto de Shakespeare al hinduismo parece a priori un capricho arbitrario. Pero no lo es. Hay un hilo conductor. Brook conecta a Hamlet con Arjuna, protagonista de la Baghavad-gita. Dos príncipes a los que se les exige que consumen una vendetta que acabará con la vida de familiares y allegados. Ambos sienten un vértigo paralizante. Se preguntan: ¿Es posible llevar a cabo lo que se entiende como una ‘venganza legítima’? “Nos encantaría que nuestros líderes se hicieran esta pregunta de vez en cuando”, enuncia Brook, confiando en que esa postrera cogitación pueda disuadirles antes de desencadenar guerras movidos por la testosterona.

El que no se frenó, nunca, fue Stalin. Su psicopatía no daba opción a reservas morales. Fueron muchos artistas los que se llevó por delante, incluido un ferviente revolucionario como Meyerhold, que no se libró de la esquizoide maquinaria represiva del régimen de terror. Brook le rinde homenaje en su último trabajo, Why?, que presentará en Oviedo los días 12 y 13 de octubre y luego, ya en noviembre, acogerá el Centro Dramático Nacional.

Sus ojos se van cegando por una degeneración macular. Pero él sigue intentando abrir los de su público. Su lucha contra las sombras y la supersticiones no cesa. “Cuando los tiempos son negativos, sólo hay una corriente que va secretamente contra la marea: lo positivo”, sentencia con la hondura y sencillez de un aforismo budista. Teatreros del mundo, hagan caso al sabio de la tribu.

@albertoojeda77