El Cultural

El Cultural

Cine

'In the Mood for Love': el amor y lo sublime por Wong Kar-wai

Película fundamental del siglo XXI, hermosa y desoladora, el clásico asiático se reestrena restaurado para gozo de todos los cinéfilos

30 diciembre, 2020 16:56

Pocas películas del cine de este siglo merecen con mayor motivo ser estrenadas en los cines. In the Mood for Love, la obra maestra de Wong Kar-wai (Shanghái, 1958), es un espectáculo de los sentidos en el que el bellísimo trabajo de cámara, fotografía, vestuario y color adquiere gran hondura al revelarnos un universo de pasiones humanas tan dolorosas como sublimes. Cualquier excusa es buena para volver a ver esta joya pero el reestreno en salas nos ofrece la maravillosa oportunidad de verla restaurada en 4K por el propio director, que ha acometido un abrillantado profundo de toda su filmografía. “Invito a los espectadores a acompañarme en este nuevo comienzo, porque ni estas películas son las mismas ni nosotros lo somos como público”, dice el cineasta a modo de presentación.

El Amor con mayúsculas, ese amor único, grandioso, que nos libera de nuestra condición primaria de seres condenados a nacer y morir solos, pero también la represión, la cobardía y el poder de una sociedad controladora que prefiere lo mediocre para no desvelarse a sí misma son asuntos de In the Mood for Love. Un amor, o más una posibilidad de él, que encuentra su reverso en una rutina entendida como refugio de nuestro propio a desafiar al mundo guiándonos por nuestros sentimientos más profundos. Con una clara inspiración de Almodóvar, Kar-wai construye una película tan mágica, misteriosa e hipnótica que el cine se eleva en ella al adquirir una condición fantasmagórica que trasciende el tiempo para alcanzar lo sublime en forma de emoción pura.

La historia arranca en Hong Kong en 1962, por aquel entonces una colonia británica que disfrutaba de libertades y privilegios impensables en la China comunista. Una época muy específica que retrata a través de una comunidad de emigrantes: “Me interesaba este tiempo porque esas comunidades de expatriados chinos vivían un tanto al margen de la sociedad mayoritaria, cantonesa. Mantenían sus propios rituales, música y películas. Yo vengo de ese mundo ya que mi familia emigró desde Shanghái cuando tenía cinco años como los personajes del filme. Quería recrear esa atmósfera muy especial", explica el cineasta.

Allí se encuentran dos personajes a la deriva, Su (Maggie Cheung) y Chow (Toy Chiu-Wai Leung). Ambos son vecinos y padecen un tormento similar, el abandono de sus cónyuges, para más inri, a ojos vista de sus entrometidos vecinos y compañeros de piso en una sociedad mucho menos liberal que la actual en todo el mundo. Los protagonistas viven rodeados de gente en pisos que se alquilan por habitaciones y el ambiente, a medio camino entre la censura y la exhibición inevitable de las bajas pasiones humanas cuando se convive, recuerda un poco a esos apartamentos atestados de las novelas rusas de Dostoievski con su señora de la casa cotilla y el viejo borracho como ingredientes indispensables.

Poco a poco, cornudos ambos, Su y Chow comienzan un tímido acercamiento, facilitado por su interés literario, él es periodista y comienza a escribir relatos sobre artes marciales con su ayuda. El director, como el propio título de la película indica (“en el estado anímico del amor”) trata de que como espectadores nos situemos no en una butaca sino lo más “dentro” posible de la película rodando a escala humana con planos en los que el mobiliario muchas veces dificulta una visión nítida: “Queríamos que el público se sintiera como un vecino más de los personajes y que a la vez solo tuviera ojo para ellos”, dice Kar-wai.

Lo que vemos es un romance a cámara lenta en el que son las emociones reprimidas de los actores, ambos extraordinarios, y los colores los que nos informan sobre lo que sucede en el trasfondo de las imágenes. Unos colores muy primarios como el rojo para indicar pasión y peligro, el verde de los vestidos de Su para manifestar esperanza y el amarillo de las corbatas del periodista como señal de peligro. En una ciudad tan gigantesca y espectacular como Hong Kong, el cineasta rueda casi todas sus secuencias en unos interiores opresivos como hiciera García Lorca en esa Casa de Bernarda Alba que es el símbolo de la prisión espiritual de sus personajes. Unos interiores exquisita y primorosamente decorados no tanto para dar lecciones de buen gusto como para trabajar con ese rico y elocuente trabajo cromático que está en el centro del filme.

La huella de Almodóvar, ese cineasta capaz de convertir una casa en el alma viva de sus personajes y de escoger el vestido que mejor expresa sus emociones profundas, es evidente en esta película en la que la influencia latina también se propaga con su banda sonora que mezcla la música asiática con los boleros de Nat King Cole. Dice Kar-wai: “Me gusta mucho la literatura latinoamericana y siempre he pensado que los italianos y los españoles se parecen mucho a los chinos, especialmente las mujeres. Tenemos una cultura de pasión, celos y valores familiares. De todos modos, tampoco fuerzo nada. La  música latina era muy popular en aquella época en Hong Kong, sonaba en todos los clubes”.

El cineasta cuenta su película a lo largo de una década y la melancolía tiñe cada una de sus imágenes. Es una historia de amor pero también una película triste y profundamente romántica en la que el amor surge como un destello de poesía y de verdad en una vida regida por los prejuicios y el miedo y atada a las circunstancias históricas. “No se trata solo de contar una historia de amor sino de ver cómo algo así podía suceder en un período histórico muy concreto en el que estas cosas se tapaban y se vivían a escondidas. La idea del secreto está en el centro de la historia y no me interesa saber quién tiene razón, le dije a los actores que fueran ellos mismos porque eso le daría una nueva capa a la película. Ellos no se comportan como marido y mujer sino como su verdadero ser”. En este sentido, la aparición del amor no solo surge como espejo de la estrechez mental de ese mundo de emigrantes chinos en la colonia británica, también de las propias ataduras mentales de unos personajes marcados por una educación puritana e hipócrita en la que las apariencias lo son todo.

El paso del tiempo se convierte en el último protagonista del filme. No solo porque sucede a lo largo de una década en la que podemos ver los cambios sociales y políticos pero también cómo se transforman los sentimientos de los personajes. Para explicar ese paso del tiempo, el director se muestra al mismo tiempo convencional al culminar su película con varias secuencias del “futuro” en las que vemos lo que acontece con la pareja, tratando la revelación culminante con una sutileza casi minúscula, también de manera vanguardista al plantear una larga secuencia de montaje que da la sensación de ser una misma escena aunque los cambios de vestuario de los personajes nos aperciban de que es un resumen de varios meses de relación de los protagonistas.

“La repetición es una constante de la película”, dice Kar-wai, “la música se repite, y la forma en que vemos determinados espacios como el pasillo o las oficinas. Por tanto, se trataba de mostrar los cambios a través de pequeños detalles como la ropa o las transformaciones en la relación de los protagonistas. Esta película comenzó como una historia sobre la comida y luego evolucionó pero la comida sigue siendo un elemento esencial. No solo porque es un tipo de comida muy específico de esas comunidades chinas en Hong Kong, también porque por el tipo de vegetales y de recetas que preparan podemos adivinar la estación en la que se encuentran”.

@juansarda