Más allá de las numerosas controversias suscitadas por la 91ª edición de los Premios Óscar -de la anecdótica ausencia de un maestro de ceremonias al miope destierro a las franjas publicitarias de la entrega de cuatro estatuillas y la posterior rectificación por parte de la organización-, los galardones de la Academia de Hollywood, y más aún el conjunto de filmes nominados, permite establecer un revelador mapa de situación del cine norteamericano contemporáneo. Un ejercicio cartográfico que este año esconde su particular sistema de referencia en el interior de la película favorita en la categoría de Mejor Filme de Animación: Spider-Man: Un nuevo universo. Esta sorprendente obra metanarrativa, una de las propuestas más originales de la factoría Marvel en años, pivota en torno a un concepto esencial del imaginario del cómic: el multiverso. Acuñado en 1895 por el psicólogo William James, el concepto de multiverso, que apunta a la existencia de dimensiones paralelas, ha sido fagocitado por Marvel como estrategia comercial para la ampliación de su catálogo de personajes y para la conquista de mercados con exigencias específicas. Una realidad múltiple perfectamente aplicable al conjunto de la industria del cine estadounidense. De hecho, la Academia de Hollywood estuvo a punto de abrir en canal su multiverso al proponer, el pasado mes de agosto, la creación de la categoría de Mejor Película Popular, con la que se pretendía visibilizar la difusa frontera entre el espectáculo de masas y la obra de valor autoral. Felizmente, la Academia dejó para la posteridad la polémica escisión entre industria y arte, permitiendo así, por ejemplo, la nominación en la categoría de Mejor Película de un título como Black Panther, una cinta que no solo ha revolucionado los patrones de comportamiento de la taquilla -dando a luz al superéxito de base "minoritaria", en alusión al público afroamericano- sino que ha demostrado la conveniencia de incorporar a la nómina de Hollywood a un cineasta forjado en el indie como Ryan Coogler, que se dio a conocer en 2013 con Fruitvale Station, una demostración de que en el multiverso del cine americano los saltos entre dimensiones son posibles.

Modelo multirracial

Entre los títulos nominados a Mejor Película, la cuestión que, por su transversalidad, mejor permite observar la convivencia de diferentes modelos productivos (diversas “dimensiones”) es seguramente el retrato de una Norteamérica multirracial. En la mencionada Black Panther, el sometimiento del pueblo afroamericano se aborda, en clave parabólica, a través de la existencia de un reino africano oculto, Wakanda, que se debate entre la guerra contra el opresor y la mediación pacífica. Por su parte, en la tibia y descaradamente edificante Green Book de Peter Farrelly, producida por DreamWorks Pictures (uno de los ocho grandes estudios de Hollywood), la amistad entre un inculto chófer italoamericano (Viggo Mortensen) y un flemático pianista negro (Mahershala Ali) canaliza un canto a la tolerancia que es al mismo tiempo una invectiva contra la intolerancia de la América imaginada por Donald Trump. Un ejercicio de nostalgia de la era Obama que es posible rastrear incluso en Spider-Man, protagonizada por un alter ego afroamericano del hombre araña llamado Miles Morales, cuya creación, a manos del escritor de cómics Brian Michael Bendis en 2011, tuvo como inspiración la victoria en las urnas del primer presidente negro de los Estados Unidos.

El abrazo de Hollywood a 'Roma' sería una declaración contra Trump y la entrada de Netflix en la meca del cine

Por su parte, en la "dimensión" indie, encontramos nominadas a Mejor Película a la puesta en forma de Spike Lee con Infiltrado en el KKKlan, una película que, con su atrevida combinación de comedia satírica y drama intimista, comparte más de lo que parece con El vicio del poder, la vigorosa obra de agitación de Adam McKay sobre la estrepitosa escalada al poder absoluto de Dick Cheney interpretado por un Christian Bale que, en su interiorizada encarnación del hermético vicepresidente americano, alumbra las contradicciones de la naturaleza humana con mucha más elocuencia que el sobreexcitado Rami Malek de Bohemian Rhapsody, probable ganador del Óscar al Mejor Actor.

El vicio del olvido

He aquí una película que se expresa tanto a través de lo que muestra como de lo que deja fuera de campo. Nada más astuto que relegar a George W. Bush a la categoría de convidado de piedra: Sam Rockwell, en la piel del expresidente, está nominado en la categoría de Mejor Actor Secundario, pero quizá merecería el Óscar al Mejor Extra. Y lo mismo ocurre con los personajes afroamericanos, de Colin Powell a Condoleezza Rice. Más que ninguna otra de las nominadas, El vicio del poder se erige en atronador testimonio del abandono del pueblo afroamericano, o el retrato de una nación que ha omitido, de forma recurrente, la mera existencia de una parte relevante de su ciudadanía.

Bocados de realidad

Más allá de la cuestión racial, el otro gran rasgo transversal de estos Óscar es la presencia de películas basadas en hechos reales. La estadística es abrumadora: siete de las ocho nominadas a Mejor Película abordan, de manera más verídica o más libre, episodios históricos. Los casos más evidentes son los de Infiltrado en el KKKlan, basada en las memorias de su protagonista, el policía negro Ron Stallworth; Green Book, cuyo guion fue coescrito por Nick Vallelonga, hijo real del personaje al que encarna Mortensen; y los biopics El vicio del poder y Bohemian Rhapsody, la telegráfica crónica de la historia de Queen apadrinada por los miembros vivos de la banda británica, una película que parece más el tráiler de un impersonal serial catódico que una obra con verdadera personalidad fílmica.

Detallismo radical

Quedan los casos más sugerentes, como el de Roma, un ejercicio autobiográfico de detallismo radical en el que Alfonso Cuarón da cuenta de su infancia en la Ciudad de México en la década de 1970. El filme mexicano se halla situado como el gran favorito a los premios mayores y podría valerle hasta cinco Óscar al propio Cuarón, nominado en las categorías de Mejor Película (es productor del filme), Director, Guion Original, Fotografía y Película de Habla No Inglesa. La madrugada del 24 al 25 de febrero, Roma podría abrir una nueva brecha en el Multiverso de los Óscar logrando por primera vez el doblete de Mejor Película y Mejor Película de Habla No Inglesa, un hito que no lograron, pese a estar nominadas en ambas categorías, Z de Costa-Gavras en 1969, La vida es bella de Begnini en 1998, Tigre y dragón de Ang Lee en 2000 y Amor de Michael Haneke en 2012.
El gran rasgo transversal de este año es la presencia de películas basadas en hechos reales como 'Green book'
A pocos se les escapa el doble impacto político-industrial que supondría el triunfo de Roma. Por un lado, el abrazo de Hollywood a un filme centrado en una joven mexicana de origen indígena supondría una clara manifestación en contra de las políticas antiinmigración de la administración Trump. Por el otro, el Óscar a la Mejor Película conllevaría la entrada, por la puerta grande, de Netflix en el templo de la meca del cine. El universo más tradicional de Hollywood, aferrado a la sala oscura y la pantalla grande, se entrecruzaría con el nuevo paradigma del cine doméstico, el streaming. Para terminar con los bocados de realidad de los Óscar, cabe atender, en primer lugar, al trabajo del griego Yorgos Lanthimos en La favorita, cargando de artificialidad y anacronismos su acercamiento a las batallas por el poder en la corte de la Reina Anne de Inglaterra, en el siglo XVIII. Una película tragicómica que tiene como gran baza oscarizable la labor de su actriz protagonista, una Olivia Colman que insufla humanidad a una monarca trazada con pulso caricaturesco, y que tiene como gran rival a la Glenn Close de La buena esposa. Por último, está la cuarta versión hollywoodiense de Ha nacido una estrella (existe una quinta hecha en Bollywood): una historia de amor, excesos y fatalidad cuya primera adaptación al cine, de 1937, con Janet Gaynor y Frederich March, se inspiró en el matrimonio real de los actores Barbara Stanwyck y Frank Fay, así como en el trágico crepúsculo del actor John Bowers, que murió ahogado en 1936. Así, vemos cómo la crónica negra de Hollywood subyace en las profundidades del salto a la gloria fílmica de Lady Gaga, notable protagonista de la ópera prima como director de Bradley Cooper.

Éxtasis creativo

Para cerrar este análisis de la gran noche de Hollywood, nada mejor que celebrar el talento de algunos grandes artistas con pocas posibilidades de victoria. Por ejemplo, el Willem Dafoe de Van Gogh, a las puertas de la eternidad, que merecería el premio al Mejor Actor por su encarnación del éxtasis creativo, en contacto trascendental con la naturaleza, del maestro del postimpresionismo. O también el animador japonés Mamoru Hosoda, que en la sublime Mirai, mi hermana pequeña construye un sensible retrato de una familia del Japón actual desde la perspectiva de un niño de cuatro años. Para abrir boca, basta apuntar que, entre las influencias de Hosoda, destaca su devoción por El espíritu de la colmena, la obra maestra del español Víctor Erice.