Hernán Zin. Foto: Juan Sardá

Hernán Zin cuenta su experiencia como reportero de guerra en Morir para contar, sentido homenaje a la profesión que ha ejercido buena parte de su vida y también catarsis personal en el momento del adiós.

Cuenta Hernán Zin (Buenos Aires, 1951) que fue la productora de la película, la actriz Nerea Barros, la que insistió para que el director y antiguo reportero de guerra contara su experiencia personal en esta película. Morir para contar sirve a la vez como sentido homenaje a la profesión que ha ejercido buena parte de su vida y también como catarsis personal en el momento del adiós. Fue en Afganistán cuando Zin, laureado director de películas documentales como Villa Miseria (2009), su debut, reflejo de las chabolas de África, Asia y América Latina, pasando por filmes importantes como los recientes Nacido en Gaza (2014) y Nacido en Siria (2017), en los que veíamos los acontecimientos más acuciantes del mundo a través de la perspectiva de los niños. Después de publicar la novela Querida guerra mía, en la que narraba sin dramatismos su despedida de los escenarios bélicos creando un personaje de ficción, en este nuevo trabajo Zin propone una "terapia colectiva, algo muy argentino" para confrontar su experiencia y su estrés postraumático con otros grandes reporteros bélicos de nuestro país como Gervasio Sánchez, Javier Espinosa, secuestrado por el Estado Islámico, Manu Brabo o Javier Bauluz. Hay también un emocionante homenaje a los caídos como Miguel Gil o Julio Fuentes Parrado, en esta bella película que desvela con rigor la emoción, el compromiso ético y la vocación pero también las secuelas del horror en una profesión mitificada.



Pregunta. ¿Cómo es esa crisis personal que le llevó a abandonar el periodismo de guerra?

Respuesta. Surge todo en 2012. Estaba haciendo un reportaje sobre desactivadoras de explosivos en Kandahar, al sur de Afganistán. Llevábamos diez días siguiendo a la primera desactivadora de explosivos mujer que trabajaba en el área y al undécimo día me volví loco. Estaba en un tanque, me saqué el casco, el chaleco, tiré las cámaras, se me fue la cabeza, golpeé la puerta y me bajé. Tuve un ataque de pánico. Me decían "¡te van a matar!" y yo les contesté que me daba igual, que me mataran. Allí empezó una fobia a los lugares cerrados que se convirtieron en pesadillas. Cambió mi vida. Entonces empezé a preguntarme si le pasaba a otros compañeros.



P. ¿Fue un golpe inesperado o el resultado de un largo proceso?

R. Había algunas señales. Hubo un reportaje en Argentina que no salió bien, me había separado, estaba muy cansado... Hacía tiempo que me rondaba por la cabeza pero como amamos tanto este oficio de contar historias no lo dejas. Y luego sientes que no sabes hacer otra cosa. Duermes poco y viajas mucho y llega un momento que es inevitable cansarse pero también es un trabajo muy pleno y no lo quieres dejar. Aunque tu cabeza te diga una cosa el cuerpo llega un momento que se manifiesta. El día que pierdes la pasión y ya no te motiva, te mueres y comienzas a no aguantar más. De todos modos aguanté varios años porque aún rodé Nacido en Gaza (2014) y Nacido en Siria (2016), me fui a la India con Jon Sistiaga... cada hora de vuelo era un desgaste emocional enorme, cuando veinte años antes todo era pasión. Es hora de reinventarse, ahora mismo estoy apasionado con la ficción.



P. ¿Con este documental quería hacer una especie de terapia colectiva con otros compañeros?

R. Hablé con TVE para proponerles un documental sobre estrés post-traumático de reporteros de guerra. Me dijeron que sí. Y desde 2012 hasta hoy he estado trabajando en ello. Ha sido un proceso largo de hablar con reporteros y con amigos. Eso de la terapia compartida es muy argentino porque algo tengo que tener ya que no me gusta el fútbol ni la carne. Soy un argentino atípico. Creo que es importante compartir. Sacarlo a la luz es una manera de ayudarnos entre todos. Y todos los periodistas lo entendieron. Gente que nunca había hablado en un documental ha terminado siendo muy generosa. De hecho, yo no quería estar, porque solo tenía preguntas. Fue la productora Nerea Barros la que insistió.



P. ¿Hay algún periodista de los que aparecen en el documental con el que se sienta más identificado?

R. Miguel Gil es quizá con quien me siento más identificado. Los dos hemos sido cámaras. Era una persona idealista, apasionada, divertida... Era alguien que se notaba mucho que le gustaba lo que hacía. Espero que el público vea que esta es una profesión formada por gente generosa y currante. Hay una premisa y es que, siempre que he ido a un país en conflicto a trabajar y he localizado al corresponsal, me han dado información. Sin conocerlos si quiera porque saben que de esa información puede depender tu vida. Conoces a gente muy generosa y muy leal y el documental eso te lo muestra. En el momento que Gervasio Sánchez me dijo que adelante, todos se apuntaron porque le respetan mucho. No está en nuestro ADN hablar y ellos han hablado.



P.- La leyenda del corresponsal de guerra existe como mínimo desde Hemingway, ¿le afecta?

R. Nunca me interesó esa leyenda. Yo no quise ser periodista ni reportero de guerra de niño. Me parece que todo es una mística sobrevalorada y gratuita. Yo siempre lo he visto de otra manera. A mí me interesa dar voz a la gente que sufre aunque suene muy manido. He tenido una buena educación, una buena familia... De joven me fui a vivir a Calcuta a un barrio de chabolas y vi que en la guerra había mucho que contar. Fue una vocación de ir y contar. Esa mística de la tribu no me interesa. Después el día a día es un trabajo bastante normal de periodista. Te levantas y buscas una historia. La diferencia es que te pueden pegar un tiro. Esa imagen legendaria tampoco ayuda a que se nos vea como profesionales serios que tratamos con rigor la información. Es un trabajo muy bonito pero muy de oficio. Esa leyenda le ha hecho daño a la profesión porque la gente no valora el trabajo de carpintería de un buen periodismo. Esto es especialmente importante ahora con las noticias falsas.



P. Otro cliché, el del periodista suicida que no teme que lo maten, ¿no?

R. Los reporteros suelen ser gente sensata y analítica con los pies en la tierra. Es gente currante, no tarados suicidas. Es la imagen que también quiero cambiar con la película. Yo busco mucho la información, soy muy prudente y analítico en cada paso que doy. La pasión llega cuando estás contando la historia. Pero en la logística siempre he sido super cuidadoso. No he ido a sitios sin saber qué pasa antes. Ese paso que alguna gente da a lo loco a mí nunca me ha gustado porque cuentas la historia igual.



P. Se habla mucho de miedo, ¿se aprende a convivir con el terror?

R. El miedo no es que sea inevitable, es que el miedo está. Yo he pasado momentos de mucho miedo, sobre todo por la noche. Recuerdo en Afganistán que me amenazaron y me pasé la noche mandando whatsapps, muy paranoico con que venían a por mí. Hay momentos que te preguntas "¿qué mierda hago aquí?". Podría estar haciendo kitesurf con mis amigos en agosto y me estoy jugando la vida. Convives con el miedo y es sano convivir con ello y después, una vez regresas, sabes que convivirás con los traumas. En un momento dado entrevistas a un Nobel o ves cómo cae Bagdad y asistes a un momento histórico o ayudas a una familia pero luego hay una contrapartida que es el precio que pagas. La pregunta es cómo gestionas ese precio con inteligencia.



P. ¿Las condiciones laborales de los periodistas favorecen su seguridad?

R. He hecho varios cursos de seguridad con periodistas extranjeros. Los noruegos por ejemplo tenían un protocolo cuando iban a la guerra en el que al volver tenían una semana libre y una visita al psicólogo. Esta es la manera de trabajar. Aquí te mandan, vuelves y te vuelven a mandar al cabo de poco tiempo y no se piensa en esas secuelas psicológicas. El estrés postraumático.



P. ¿Quería poner en valor el periodismo en tiempos de las fake news?

R. Tanto el Brexit como Trump en Estados Unidos se explican gracias a las fake news. El populismo crece en las falsedades. Hay un equipo muy eficaz de rusos desinformando pero también muchos tarados en las redes difundiendo mentiras. Lo que yo quiero reflejar es que existe el periodismo de calidad y que la gente se fije quién le está informando antes de creer esa noticia. Es importante quién firma la noticia y quién la respalda como cobertura. Existen medios serios en España y en todos los países y es necesario ir allí porque lo que vas a a ver en Facebook es basura. El documental pone en valor la dificultad del buen periodismo. Hay una persona y un equipo detrás de eso.



P. ¿Por qué triunfan tanto las explicaciones conspiranoicas?

R. Hay gente que va diciendo que toda la culpa es de Bush y yo les digo: "¡No le des tanta importancia a Bush!". La gente no quiere pensar y en España eso pasa mucho. Esas conversaciones de bar sobre que todos los políticos y los periodistas son unos mentirosos y unos caraduras... Las personas no quieren ver los matices y estamos en un momento de gran polarización. Estoy trabajando en una serie en Estados Unidos y allí ves esa división enorme. Llega la crisis, mucha gente se queda al margen y se desconecta del sistema. Pasó con la Alemania nazi, donde fue la pobreza la que llevó a la gente a eso. Pero espero que dentro de unos años volvamos a cierta sensatez y la gente entienda que este sistema con sus defectos e imperfecciones es el mejor que hay. Hay que hacer cambios pero dentro del propia sistema. Los populistas fomentan ese discurso de la paranoia. El caso de Bolsonaro en Brasil deja muy clara la correlación entre crisis económica y populismo.



P. ¿Uno se vuelve cínico o como mínimo escéptico después de ver tanto dolor y muerte en las guerras?

R. Va por días. En la guerra no solo ves lo peor, también ves lo mejor del ser humano. Esa gente a la que le acaban de bombardear la casa y la abuela te saca un té entre los escombros... Ves a esas personas en Siria, donde se ayudan en las situaciones más difíciles. Aquí vivimos más en el gris pero en los extremos de la guerra ves cosas muy positivas. Como la dignidad de la gente en la desgracia. Por suerte, además, en estos años he visto cómo los conflictos disminuían y ahora el mayor problema es el medio ambiente porque nos estamos destruyendo a nosotros mismos. En ese tema no soy tan optimista.



P. Ultimo cliché, ¿qué opina el del periodista depresivo de costumbres disolutas propagado por Pérez Reverte?

R. Yo llego a España hace veinte años después de un documental que hice en Asia y al llegar me enamoré de este país. Todo el mundo me habla de él pero no coincidimos nunca. No he leído Territorio Comanche y no tengo relación alguna con ese legado aunque sé que está en el imaginario colectivo. Yo no bebo, soy deportista, no me drogo… soy el anticliché. Las nuevas generaciones de periodistas no se ajustan a ese estereotipo aunque claro, hay de todo.



@juansarda