Image: La 'marcianada' de Ridley Scott

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Cine

La 'marcianada' de Ridley Scott

16 octubre, 2015 02:00

Matt Damon, el astronauta Whatley en Marte de Ridley Scott

La ciencia-ficción, si pretende ser hija de su tiempo, no tiene por qué limitarse a las distopías apocalípticas. También cabe el humor, la banalidad incluso. Eso encontramos en la nueva y sorprendente película de Ridley Scott, Marte, aparte de la habitual visión para el espectáculo y el alto entretenimiento del autor de Alien y Blade Runner. Además, Matt Damon da un recital.

Un tipo completamente desconocido, Andy Weir, empezó a escribir un libro sobre un astronauta abandonado en Marte. Era el año 2011 y ninguna editorial le había publicado nada con anterioridad, así que decidió ir subiendo capítulos a su web. La lectura serial generó tal expectativa y amasó tantos lectores que Crown Publishing lo convirtió en un best-seller automático. Su camino hasta las pantallas era solo cuestión de tiempo. 20th Century Fox ha confiado una vez más en el prolífico, inasequible al desaliento Ridley Scott, que a lo largo de los años se ha revelado como una apuesta segura de cara a manejar producciones espectaculares y astronómicas en tiempo récord (apenas 74 días de rodaje), con indudable solvencia, calidad y estrellas. (Además de ser una referencia inesquivable en la ciencia-ficción moderna).

Marte

La penúltima de sus producciones, recuerden, era esa atrofia de plagas bíblicas titulada Exodus: dioses y reyes, en la que Christian Bale era Moisés y un niño perverso encarnaba a Dios. El giro es radical. Marte es el relato de ciencia- ficción que hubieran escrito, pongamos, el Ray Bradbury de Crónicas marcianas junto al Howard Wolowitz de The Big Bang Theory. Puro 'nerdismo' en el cosmos que encuentra en el proceso fabulador con los principios científicos y tecnológicos algo realmente complicado: que sea divertido. Y encima nuestro cosmonauta Pedro Duque asegura en videoconferencia que hay una base científica en todo ello. Es como si el maltratado género abandonara la distopía apocalíptica y afectada para reemplazarla por la comedia utópica y festiva, pero sin rehusar la tensión propia de un survival espacial. Como una versión expandida, barroca y gamberra de Gravity. Dudo que la película (quizá la novela) hubiera existido en un mundo previo a la exitosa sitcom de Chuck Lorre y Bill Prady.

El botánico y astronauta Mark Watney es el payaso del grupo (Matt Damon en una de sus mejores interpretaciones), y sobre sus hombros recae todo el peso narrativo y emocional del relato cuando sus compañeros le dan por muerto y, liderados por la ingeniera Melissa Lewis (Jessica Chastain), tienen que salir volando del planeta rojo para salvar sus vidas de las tripas de una tormenta radioactiva. Empleando su brillante cerebro y su optimista sentido del humor, dejando constancia en un vídeo-diario de todos los pasos que da en su crónica de supervivencia, Watney encuentra el modo de contactar con la Tierra y hacerles saber que aún sigue ahí. La misión de rescate del Robinson Crusoe marciano se pone en marcha.

Contraplano en la tierra

Una imagen de la película

El relato extrae tanta energía del survival como de ese contraplano que no existía en la aventura solitaria de Gravity, el contraplano de la vida en la Tierra que, no en vano, filmó el hijo del cineasta, Jonás Cuarón, en el magnífico corto Aningaaq (búsquenlo en YouTube). [Cuidado: spoiler] Allí donde Alfonso Cuarón apostaba por la concisión claustrofóbica y la infinita soledad en el infinito cosmos, Scott amplía las resonancias del drama (o la comedia) al escenario populoso en el que los secundarios van adquiriendo tanto peso en la trama que dejan de ser secundarios, si bien ambos filmes llevan al extremo la filosofía de la superación. Parece ser que en los tiempos del sálvese quien pueda Hollywood está determinado a contar las historias de los que se salvan usando la inteligencia científica y avivando la cooperación, aunque sea en un planeta desértico a 60 millones de kilómetros, aproximadamente.

Neuronas grises es precisamente lo que no le falta a este filme, podríamos decir, marciano. El más marciano al menos que ha hecho el director de Alien, el octavo pasajero (1979), Blade Runner (1982) y Prometheus (2012). Su tono es radicalmente opuesto, de ahí el giro, no tanto copernicano como chaplinesco, en la filmografía del británico. Ha explorado algunas formas de humor en Thelma & Louise (1991), en Los impostores (2003), en Un buen año (2006), pero lo de Marte (o "El marciano", si se respetaran los títulos originales) va mucho más allá. "He hecho cosas muy oscuras, pero yo soy un tipo básicamente alegre -ha explicado Ridley Scott en el site ‘Den of Geek'-. Lo más importante en la película es el poder del humor, porque conduce a Mark al control del miedo. Es la última señal de coraje, realmente. Si no tienes miedo, eres un poco idiota. Si tienes miedo, pero lo controlas, entonces eres realmente valiente. Esa es la esencia de la película". Una clase de valor, entendemos, en las antípodas del de la teniente Ripley.

Cuando no hay esperanza, siempre queda la ciencia. Marte ambiciona la justa medida de lo que es capaz de ofrecer, y en ese equilibrio entre la ciencia divulgativa, el alto entretenimiento y el mensaje conciliador -la película retrata un nivel de cooperación entre naciones sin precedentes- da con la horma de su zapato, el confortable flow de un relato universal que no se detiene en su conquista del espectáculo. La exclusividad no se concede a los efectos visuales y la ingeniería estética -en consonancia con el talento esencialmente visual del autor de Blade Runner-, sino que el espectáculo también lo mantiene en alto la atractiva constelación de intérpretes: junto a Chastain, Jeff Daniels, Kate Mara, Chiwetel Ejiofor o Sean Bean, asombran pero cuajan en la propuesta cómica las aportaciones de Kristen Wiig, reina del SNL, y de Donald Glover, el Troy de la serie Community, en sendos papeles que hacen justicia a sus talentos.

Los ingenios y habilidades de este MacGyver en Marte para hacer crecer una huerta o crear un complejo sistema de comunicación en el planeta rojo no dista demasiado de la propia inventiva con la que Ridley Scott arma su dispositivo. El filme se enriquece de la capacidad del guión y la dirección para crear un artefacto eficaz con objetos y elementos comunes, de hacer bricolage con el texto y la imagen: esto es, según acepción francófona, dar cierta utilidad a algo que no se concibió originalmente para esa utilidad en concreto. Así, Marte (convinamos en llamarla El marciano, aunque no aparezcan criaturas verdes) trasciende su apariencia y nos propulsa a un planeta realmente por descubrir en las mejores crónicas de la ciencia-ficción. Se lo pasarán en grande.

@carlosreviriego