Cine

50 años en el El apartamento de Billy Wilder

14 junio, 2010 02:00

Juan Sardá

Hace cincuenta años, tal día como hoy, Nueva York asistía al estreno de El apartamento, la mítica película de Billy Wilder. El director llevaba un buen carrerón de éxitos a lo largo de la década, Sabrina (1954), La tentación vive arriba (1955), Testigo de cargo (1957) y Con faldas y a lo loco (1959). Sin embargo, El apartamento superó todas las expectativas convirtiéndose de forma instantánea en un gran clásico del cine. Un éxito que puso de acuerdo a público y crítica y que se coronó en la noche de los Oscar, donde arrasó con cinco estatuillas incluyendo mejor película, director y guión. "Existe una melancolía inherente a las vacaciones entre aquéllos que tienen donde ir, y aquéllos que no", ha escrito Roger Ebert, el crítico más importante de Estados Unidos sobre este filme.

Efectivamente, Jack Lemmon y Shirley McClaine dan vida a dos personas que que no tienen dónde ir en vacaciones. Dos almas perdidas en la inmensidad de Nueva York cuya soledad se hace aun más profunda al estar rodeados de millones de personas. Los primeros y famosos planos del filme, con ése Jack Lemmon convertido en una hormiga en una inmensa oficina donde suenan todos los teléfonos a la vez, dan una idea de las intenciones de Wilder. El genial cineasta, una vez más, quiere rendir homenaje al ciudadano común, a esos millones de hombres y mujeres honestos y trabajadores, que no conocen el poder y se limitan a seguir con sus vidas de la mejor forma que puedan. Un famoso diálogo lo expresa de forma clara. Según McClaine hay dos tipos de personas en este mundo: los "takers" (cogedores) y los "takens" (cogidos). Los primeros trabajan para los demás y se pasan la vida dando afecto. Los segundos, consiguen que los demás trabajen para ellos y se quedan con todo el cariño.

A pesar de su fondo dramático, se trata sin duda de uno de los filmes de la Historia del cine más desoladores y conmovedores sobre la soledad en el mundo urbano contemporáneo, El apartamento tiene la forma de comedia. Su punto de partida es uno de esos líos rocambolescos y socarrones tan al gusto de Wilder. Lemmon es un modesto oficinista convencido de que la única forma de prosperar (o cuando menos hacerse notar) en su compañía de seguros es prestar su apartamento a los ejecutivos para que lleven a sus amantes. Aunque la situación es algo humillante, Lemmon transige hasta que una de las novias es la ascensorista de la empresa, de la que está secretamente enamorado. El encuentro es inevitable y de la conjunción de estas dos soledades surge una bella historia de amor teñida de melancolía.

Wilder escribió esta película con I. A. L. Diamond, su más fecundo colaborador ya que además de este título parieron juntos otros filmes fundamentales de la historia del cine como los que le sucederían: Un, dos, tres (1961), Irma, la dulce (1963) o La vida privada de Sherlock Holmes (1970). Ambos acababan de disfrutar de las mieles del éxito gracias a Con faldas y a lo loco y querían escribir una nueva comedia para Lemmon. La inspiración la encontraron en varios lugares. En primer lugar, en Breve encuentro (1945), en la que un hombre se reúne con su amante en el apartamento de un amigo que jamás vemos. Esa misteriosa, y generosa figura, inspiró a Wilder una de sus más ácidas sátiras, en la que una vez más la ambición profesional y los verdaderos sentimientos son elementos activos de la trama. Aunque hoy nadie discute su condición de clásico absoluto, en la época recibió algunas críticas porque algunos la consideraron pecaminosa por tratar el adulterio de forma tan abierta.