Image: Tango por la burguesía argentina

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Cine

Tango por la burguesía argentina

La directora Lucrecia Marte estrena "La ciénaga"

26 septiembre, 2001 02:00

Precedida por el éxito obtenido en el Festival de Sundance -premio al mejor guión original- y en la Berlinale 2001 -premio a la mejor ópera prima-, y después de su paso por la sección Zabaltegui del Festival de San Sebastián, llega este viernes a nuestras pantallas la película argentina La ciénaga. Dirigida por Lucrecia Martel, el filme retrata el desencanto y la situación de la clase burguesa argentina.

En la Mandrágora, una finca al noroeste de Argentina imaginada por Lucrecia Martel, corroída y asfixiada por la ciénaga, dos familias burguesas y numerosas desfallecen en un perpetuo estancamiento. Son los últimos días estivales y los adultos viven desganados alrededor de la piscina (de aguas tórbidas, podridas, estancadas, negras, seguramente malolientes), beben vino barato, sudan, duermen, se hieren y discuten. Los niños, claro, inventan juegos con incontrolable alegría. Pero como en todo terreno pantanoso, la ciénaga no muestra lo que realmente subyace bajo la superficie.

Mecha (Graciela Borges) y Tali (Mercedes Morán), primas hermanas cincuentonas y madres de cuatro hijos, están abonadas al club de la decadencia, y aunque en Tali sobrevive el deseo y una cierta conexión con el mundo (todavía no ha claudicado frente al vino), Mecha tiene la mirada de alguien que se odia por haber nacido. Ella y su marido son dos alcohólicos observados inquietantemente por la naturaleza.

Sin tradición

"La ciénaga dibuja una clase social que carece de cualquier tipo de tradición en la que apoyarse, y que tampoco tiene medios suficientes para comprar esa seguridad que garantiza la tradición", explica Lucrecia Martel, que con su ópera prima ha logrado remover los cimientos del nuevo cine argentino. Lo logra, sorprendentemente, con una estructura narrativa alejada a años luz del clasicismo. No existe ninguna relación causa efecto que determine las relaciones de las familias, nada de lo que ocurre forma parte de una sucesión de secuencias necesarias y el guión (becado como mejor guión original en Sundance), sin una aparente progresión dramática, a veces parece tan estancado como las aguas de la pileta. Sin embargo, el tedio que abruma a los personajes -especialmente a los adultos, cuya actividad se reduce a dormir y beber- no se contagia a los espectadores a través de la pantalla, quizá porque la joven Martel se ha encargado de otorgar movimiento mediante la filmación de cada escena con cámara en mano, mostrando así la tensa calma que subyace bajo el tedio.

Final dramático

Entre los mismos primero y último planos -la piscina de agua estancada-, la directora de 34 años se interesa por imponer una evidente sensación de malestar a cada imagen y sonido. Para llegar a un final que sólo puede ser dramático, pero que siempre es una incógnita, filma una numerosísima acumulación de acciones cotidianas y las engarza a través de las leves motivaciones de los personajes -la diversión para los niños y adolescentes, el ocultamiento de las emociones para los adultos-, dibujando así un fresco pesimista y estático de la sociedad argentina contemporánea.

"Ocurre a veces que hay que contar cosas que afectan a uno personalmente -diagnostica la cineasta argentina-, y a menudo esto hay que hacerlo sin conocer una vía de salida, una explicación para esta desventura. Por ello, aunque no puedo declararme totalmente optimista sobre la situación actual de Argentina, no puedo decir tampoco que soy pesimista". Igual que ella, sus personajes -nacidos todos de una imaginación con fuerte carga autobiográfica- quieren que las cosas sigan invariables, evitando en la medida de sus escasas posibilidades los acontecimientos desestabilizadores, pero simultáneamente sienten un miedo atroz de que la historia se repita. Sin embargo, hay en cada escena algo misterioso y malsano en el aire que sólo puede significar una cosa: lo peor está por llegar."Mi generación ha crecido bajo la dictadura -continúa Martel-. Esto ha hecho que, como primera reacción, haya habido por parte de los que tienen mi edad un desapego de la política: la hemos despreciado. Y es precisamente por ello por lo que hemos emprendido una reflexión sobre nuestras experiencias personales, ha sido ésta nuestras manera de acercarnos a los temas sociales". El radical nihilismo de los padres de familia retratados con evidente tono de denuncia en La ciénaga ostenta también sus cicatrices, que hay que interpretar a modo de consecuencias por la falta de sensatez. Cicatrices no sólo interiores, cuyas marcas son inmunes a la cirugía y mucho más profundas, sino también exteriores. Completamente embriagada, Machi tropieza y cae sobre los fragmentos de su vaso. Lucirá las heridas atravesando su pecho durante toda la película. Al igual que su hijo menor, que perdió un ojo en un accidente; y también el mayor de sus vástagos, José, que vuelve a casa con el rostro partido después de una noche de parranda en la ciudad.

El contenido oculto

Al mantener relaciones con la amante de su padre, José (Juan Cruz Bordeau) es también el espejo reflectante de uno de los múltiples elementos ocultos en el filme (hay secuencias alarmantes por lo no dicho): el ambiguo tratamiento del sexo, a veces incestuoso y a veces lésbico. Entre las muchas otras cosas no dichas explícitamente en el filme también hay brotes de racismo, de infidelidades y despotismo.

Deudora de Bergman, Visconti o Rossellini, Lucrecia Martel ha filmado en La ciénaga una desasosegante ópera prima que, aunque habla directamente sobre las vanas esperanzas de una Argentina encerrada con sus demonios y complejos, también es un altavoz de alarma para las sociedades del mundo regocijadas en el estancamiento.