Image: La ciencia tiene casa en La Coruña

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Entre dos aguas por José Manuel Sánchez Ron

La ciencia tiene casa en La Coruña

17 noviembre, 2017 01:00

Vista de la Domus o Casa del Hombre, en el Paseo Marítimo de La Coruña

José Manuel Sánchez Ron se traslada a La Coruña, una de las ciudades más importantes en cuanto a museos científicos se refiere. La Casa de las Ciencias, la Domus, el Aquarium Finisterrae y el Museo Nacional de Ciencia y Tecnología son las tres citas que el académico destaca.

Somos pasado, presente y futuro. Un delicado equilibrio entre estos tres momentos: el pasado nos influye, es un espejo en el que a veces nos miramos y del que no infrecuentemente elegimos algunos momentos, olvidando otros (el caso de Cataluña en la actualidad). Con el presente, luchamos constantemente, pero procurando orientarlo de manera que el 'presente que viene', el futuro, se ajuste a nuestros deseos. En el plano biológico, no en el histórico, el pasado es la herencia genética, los genes que heredamos de nuestros progenitores, y también la cuna, la situación económica y cultural en que crecemos. Una forma de expresar esta doble circunstancia es lo que se conoce como 'Naturaleza frente a crianza'. ¿Dominan los genes que hemos heredado de nuestros progenitores y el entorno familiar (que puede ser incluso "prenatal") que recibimos, o lo importante es cómo construimos nuestras vidas, en una mezcla de proyectos personales, determinación y las circunstancias con que nos encontramos? El debate está lejos de resolverse. Se pueden encontrar ejemplos en los dos sentidos: gemelos que fueron separados al nacer y que muchos años después se comprueba que han vivido vidas y gustos casi idénticos; y personas cuyas biografías no se ajustaron a lo que sus cunas podrían sugerir; pienso, por ejemplo, en luminarias como Michael Faraday o Robert Koch.

Existe también otro aspecto de la confrontación entre pasado y presente-futuro, uno, digamos, sociocultural. En algunas ocasiones, he dedicado -y dedicaré- estas páginas a tratar de la presencia de la ciencia en ciudades: París, Londres, Washington D. C., Madrid, Berlín, Zúrich, Oxford y Cambridge. Aunque haya hecho ocasionalmente algún comentario al respecto, mi interés no ha residido en la situación actual de la investigación científica en esos lugares, sino en las huellas que, a través de museos, monumentos, instituciones o recuerdos varios, han sobrevivido de un pasado más o menos remoto. Sin duda, las ciudades -todas las nombradas entre ellas- que pueden presumir de semejante legado deben sentirse orgullosas de él, de la herencia científica -en este caso no genética, sino cultural e histórica- que han recibido, el mismo orgullo del que pueden vanagloriarse los vástagos de progenitores prominentes.

Hoy, sin embargo, quiero ocuparme de una ciudad española que no contaba con herencias de pasado científico como pueden ser el Museo de la Ciencia de Londres, estatuas como las de los hermanos Humboldt y Helmholtz que flanquean la entrada a la Universidad Humboldt de Berlín o, que sé yo, el Trinity College donde vivió e investigó Isaac Newton, pero que desde hace unas pocas décadas ha ido construyendo un espléndido conjunto científico: La Coruña (por supuesto, no ignoro que su nombre oficial es el muy bello A Coruña, pero estoy escribiendo en castellano y no quiero privar mi idioma de un topónimo con tan larga tradición). Me estoy refiriendo a la Casa de las Ciencias, la Domus, al Aquarium Finisterrae y al Museo Nacional de Ciencia y Tecnología (otra de cuyas sedes se halla en Alcobendas, Madrid). Lo que más admiro es que las tres primeras instituciones, que preceden en bastante a la cuarta, fueron creadas por el Ayuntamiento coruñés, todas durante el mandato del alcalde Francisco Vázquez, que sólo por esto ya merece permanecer en la memoria, agradecida, de los coruñeses, al igual que de todos aquellos que visiten su ciudad. Y no se debe olvidar quien fue director de los cuatro museos, y principal artífice de su diseño, Ramón Núñez Centella. Gracias y honor a ambos.

La Casa de las Ciencias, instalada en 1983 en un coqueto palacete del parque de Santa Margarita, fue el primer museo interactivo de titularidad pública creado en España; cuenta con un planetario, un péndulo de Foucault (instrumento que permite visualizar, sin salir de una sala, la rotación de la Tierra) y varias plantas con una amplia gama de muestras de experimentos físicos. La Domus, o Casa del Hombre (está dedicado al ser humano), es un impresionante edificio obra del arquitecto japonés Arata Isozaki y del español César Portela inaugurado en 1995. Su forma es la de una vela que se curva al viento, geometría muy apropiada ya que se encuentra en el Paseo Marítimo de Riazor. Al otro lado de ese espléndido paseo, más lejos de la playa de Riazor, abierto también a los aires atlánticos y con la impresionante Torre de Hércules como vecina, está el acuario Finisterrae, inaugurado en 1999. Se halla a la orilla del mar, beneficiándose de esa situación para alcanzar su objetivo: mostrar la vida marina, primando a los ecosistemas del litoral gallego. No hay que dejar de ver nada de él, pero mi lugar preferido es la Sala Nautilus, plena de reminiscencias vernianas y rodeada de un enorme depósito de agua en el que circulan algunos de los peces más grandes del Atlántico.

Como los buenos ejemplos, el coruñés ha sido seguido por otras ciudades españolas, o se ha adelantado a otras iniciativas públicas parecidas, en ninguna de las cuales la variedad y extensión museística es comparable. Otro día acaso hablaré de ellas.

Si van a La Coruña no se olviden de visitar estos museos. Si viven allí, enorgullézcanse del privilegio con que cuentan y del ejemplo que su ciudad da a cómo se debe entender lo que es la cultura. Y recordemos todos que somos hijos de nuestro pasado, sí, pero también -y mucho más importante- padres de nuestro futuro.