Image: Hitos de la edición génica

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Entre dos aguas por José Manuel Sánchez Ron

Hitos de la edición génica

8 septiembre, 2017 02:00

Secuencia de imágenes que recogen la edición génica en embriones. Foto: Oregon Health & Science University

Sánchez Ron parte del reciente anuncio sobre el uso de técnicas de edición genética para evitar enfermedades hereditarias para reflexionar sobre sus posibles consecuencias en la sociedad. ¿Debemos introducir límites legales en la futura medicina génica?

Una de las noticias científicas más importantes de este verano -seguramente la más importante- es la que se anunció en los primeros días del pasado mes de agosto: científicos de Estados Unidos, Corea del Sur y China han conseguido eliminar un tipo de enfermedad hereditaria en embriones humanos. Utilizando la técnica CRISPR (de la que ya traté en estas mismas páginas) han podido corregir el gen que provoca una miocardiopatía hipertrófica, dolencia del corazón que puede provocar la muerte súbita. Admiro este logro, y reconozco la excelencia científica que han mostrado sus responsables, pero no puedo decir que me sorprenda. Hace tiempo que la medicina biomolecular se encuentra inmersa en una senda que hacía previsible avances como este. Recordemos, por ejemplo, que con un tipo de “terapia génica” ya se había conseguido tratar algunos casos de los denominados “niños burbujas” (niños afectados por inmunodeficiencia combinada grave), insertando material genético adecuado en células inmaduras de la médula ósea del interior de los huesos del niño.

La diferencia, la gran diferencia, es que ahora se ha conseguido modificar el genoma de células germinales -óvulos, espermatozoides y embriones- que se transmiten a la descendencia. Y si ahora se ha superado una dolencia cardiaca de origen genético, en el horizonte están muchas otras enfermedades. Es evidente que aún queda muchísimo por hacer para que esta terapia se pueda aplicar de forma sistemática a personas. Y más para extender su rango de aplicación, puesto que, por un lado, cuando se inyectaron espermatozoides sanos en óvulos, no todos se desarrollaron sin la mutación maligna, sólo el 72 por ciento, y, por otro lado, se sabe muy poco sobre “detalles” tan importantes como la interacción entre los genes del genoma, información necesaria para poder aplicar la terapia génica a muchas enfermedades. ¿A enfermedades, únicamente?

Es obvio que, en principio, técnicas como estas seguramente se podrán aplicar para intervenir en muchas características humanas (altura, resistencia física, color de los ojos...) y quién sabe, puestos a imaginar, si también a otras como la inteligencia, habilidad matemática o musical, etc. Sin embargo, no hay duda de que esto puede conducir a situaciones no siempre deseables. Por ejemplo, es (muy) posible que cuando estas técnicas sean fiables -y lo serán- no estén al alcance de cualquiera, por lo que se podrían establecer diferencias físicas notorias entre aquellos que puedan pagarlas y quienes no pueden hacerlo. Y si se encuentran al alcance de todos, entonces se abre la puerta a intervenir, en el plazo de muy pocas generaciones, en la evolución humana.

Enfrentados con estas posibilidades, se habla -en realidad hace mucho tiempo que se está hablando de ello- de que será necesario establecer códigos legales que determinen lo que se pueda o no pueda hacer. Personalmente, me aterra la posibilidad de que llegue un día en el que algunos privilegiados puedan dejar a su descendencia en condiciones físicas e intelectuales superiores a las de los demás, aunque no dejo de pensar que ya se producen, que siempre se han producido otro tipo de discriminaciones en razón de la cuna en la que se ha nacido, como es, sin ir más lejos, la posibilidad de estudiar en centros elitistas (muy caros), en los que se desarrollan círculos de relaciones cerrados (“colegios invisibles”), o de acceder a centros médicos para tratamientos no accesibles a la inmensa mayoría de las personas. Se me dirá que, precisamente, combatir semejantes privilegios ha sido una de las luchas históricas de la humanidad y que no ha sido poco lo que se ha conseguido. Es verdad, pero también lo es que persisten y, ay, aumentan las diferencias económicas entre un pequeño grupo de muy poderosos económicamente y el resto de la población. De continuar esta tendencia, existe el peligro de que las futuras terapias génicas puedan beneficiar únicamente a unos cuantos, añadiendo una nueva barrera, genético-fisiológica esta vez y por tanto más difícil de superar, a las ya existentes.

¿Debemos, por consiguiente, introducir límites legales a las posibilidades de la futura medicina génica? Déjenme que diga que no creo que esto sea posible. Si, en general, la historia de la humanidad ha demostrado que todo lo que puede hacerse se hace, ahora nos encontramos ante la posibilidad de sanar y de mejorar atributos humanos. El temor a la maldita eugenesia -que no inventó pero sí llevó a extremos absolutamente repudiables el régimen de Hitler- no se asemeja a lo que se podrá hacer en el futuro, puesto que la selección no será, no puede ser, a costa de eliminar a los menos capaces, además de que la base científica es totalmente diferente. Las esperanzas igualitarias, la de que la ciencia no añada una barrera social más a las ya existentes, pasa, en mi opinión, al menos en parte, por el propio futuro de la ciencia médica, que terminará, espero, consiguiendo que las técnicas génicas sean seguras y baratas. Si algo ha demostrado el desarrollo científico-tecnológico durante el último siglo es que los precios de algunos de sus productos, entre ellos no pocos de los que han cambiado nuestras vidas, han ido disminuyendo. Ordenadores, teléfonos inteligentes o muchos fármacos son ejemplos inmediatos, pero también hay que recordar los varios miles de millones de dólares que costó producir el mapa del primer genoma humano, mientras que en la actualidad el precio de desentrañar el genoma de cualquier persona está en torno a mil dólares.

Asociada a los posibles códigos legales a los que me refería, está la cuestión de los “límites éticos”, cuestión sobre la que no he comentado aún nada y, seguramente, más de uno de ustedes, queridos lectores, esté pensando en ella. Creo, por supuesto, en la necesidad de valores éticos, y que algunos deben ser permanentes, inmutables, pero también constato que, al igual que el ADN, se podría decir que el conjunto de los valores éticos ha sufrido y sufrirá cambios (mutaciones). Y en el logro del que me ocupo hoy, hay que hacer hincapié en que lo que se pretende, a lo que se aspira, es a crear técnicas beneficiosas, bien en lo que se refiere a la salud, bien en relación con las capacidades físicas humanas. Para combatir sus posibles consecuencias negativas, no hay que limitar el conocimiento científico, lo que por otra parte es imposible, como lo es impedir aplicar sus resultados, cuando éstos sean seguros: si se impidiera en un país, en algún otro se permitiría (recordemos lo que sucedió, lo que todavía sucede en algunos países, con el aborto). Lo que hay que hacer es conseguir que disminuyan las diferencias socioeconómicas, absolutamente escandalosas en no pocos casos, y facilitar el acceso a todos a las técnicas que permitan una posible mejora de la condición humana. En cierto sentido, al menos en parte, es un problema político y económico.

¿Y qué pasará con la evolución de nuestra especie? Esperen a la próxima semana y les diré lo que pienso.