Image: Ciudad y Ciencia (4): Londres, del Gran Fuego al Exhibition Road

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Entre dos aguas por José Manuel Sánchez Ron

Ciudad y Ciencia (4): Londres, del Gran Fuego al Exhibition Road

1 julio, 2016 02:00

Interior del Museo de Historia Natural de Londres

José Manuel Sánchez Ron sigue su ruta por la ciudades científicas. Nos habla ahora del Londres del Gran Incendio de 1666, momento en el que el Christopher Wren se hizo cargo de una reconstrucción que trajo edificios emblemáticos como el Observatorio Astronómico de Greenwich.

En un sentido profundo, en Londres la ciencia se encuentra en sus mismos cimientos. Me explico: el próximo 2 de septiembre se cumplirán 350 años del inicio de lo que se conoce como el Great Fire, el Gran Incendio que asoló Londres. Algo comenzó a arder poco después de la medianoche de aquel domingo de 1666 en la panadería de Thomas Farriner, en Pudding Lane. Impulsado por el fuerte viento, que se intensificó por efectos térmicos, el fuego sólo remitió el 5 de septiembre, habiendo quedado destruida el 85 por ciento del área de la ciudad, incluyendo 87 iglesias y alrededor de 13.200 casas, el hogar de unas 75.000 personas, de los aproximadamente 90.000 habitantes que entonces vivían en la zona central de Londres.

El número de edificaciones arrasadas hizo que la profesión de arquitecto cambiase en aspectos importantes. Hasta entonces, por lo general el arquitecto se ocupaba solamente de un edificio, que diseñaba y cuya construcción dirigía personalmente en todos sus detalles. En el diezmado Londres de 1666 esto ya no podía hacerse: el gran número de casas destruidas obligó a pensar en la organización global de la ciudad (urbanismo), así como en los materiales a emplear (el fuego se alimentó con la madera utilizada en las construcciones). El rey Carlos II nombró supervisor general de la reconstrucción de la ciudad a un científico, un antiguo estudiante de Wadham College de Oxford: Christopher Wren (1632-1723), uno de los filósofos de la naturaleza de aquel inolvidable periodo que denominamos Revolución Científica. Entre los primeros intereses de Wren figuraron las matemáticas, la fisiología, la tecnología y la astronomía, materia en la que fue nombrado catedrático en el Gresham College de Londres en 1657, el mismo college en el que se constituyó en 1660 la Royal Society, de la que Wren fue uno de los miembros fundadores y, posteriormente, presidente entre 1680 y 1682. De Londres, Wren pasó en 1661 a Oxford, para ocupar la cátedra de Astronomía.

Una de las obras más destacadas que Wren diseñó es la catedral de San Pablo (St. Paul), aún hoy uno de los edificios más representativos de Londres (otras obras famosas suyas son el Observatorio Astronómico de Greenwich, el teatro Sheldonian de Oxford y la hermosísima biblioteca del Trinity College de Cambridge). Entre las maravillas de esta catedral, no es la menor su espléndida cúpula, para cuya construcción se necesitaron no sólo las habilidades del arquitecto sino también las de, como diríamos hoy, del ingeniero de estructuras. Wren poseía las habilidades científicas y técnicas necesarias para acometer tal tarea, pero ésta era tan compleja que necesitó ayuda. La recibió de Robert Hooke (1635-1703), un científico notable de la Revolución Científica, que también desempeñó tareas de arquitecto, siendo otro de los comisionados para la reconstrucción de la ciudad. Su contribución principal a la cúpula de San Pablo fue desarrollando la teoría de construcción de arcos arquitectónicos. La solución que propuso se basó en que la forma de un arco estable debería tener la forma invertida de una cuerda o cadena que colgase libremente de dos puntos; esto es, la forma de una catenaria invertida. Además de recurrir a los análisis matemáticos de estructuras, estudió la resistencia de los materiales.

Otra huella, ésta más evidente, de la ciencia y de la tecnología en Londres es la que dejó un acontecimiento que en su momento conmocionó a la sociedad británica y mundial: la celebración en 1851 de la primera Exposición Universal, organizada para mostrar “los trabajos de la industria de todas las naciones”. Entre mayo y octubre de aquel año, visitada por algo más de seis millones de personas y albergada en una impresionante edificación de hierro fundido y cristal -apropiadamente denominada Palacio de Cristal-, que se construyó en el gran parque londinense de Hyde Park, aquella exposición tuvo un eco extraordinario. La iniciativa procedió del esposo de la reina Victoria, el príncipe Alberto de Sajonia-Coburgo-Gotha, apasionado defensor del valor de la ciencia y la tecnología, que, era ya evidente, estaban cambiando el mundo. Es fácil imaginar el deslumbramiento que debieron sentir los visitantes al ver con sus propios ojos los miles de productos manufacturados y las maravillas que la tecnología, hija o hermana de la ciencia, ponían a disposición de la humanidad.

Christopher Wren diseñó la catedral de San Pablo, el Observatorio Astronómico de Greenwich y la biblioteca del Trinity College de Cambridge

Con los importantes beneficios económicos obtenidos, y con objetos de arte aplicado y tecnología procedentes de la Exposición, en 1852 se fundó un “Museo de Manufacturas”, que en 1854 se instaló en un edificio existente en el barrio londinense de South Kensington. Este fue el primero de varios cambios de sede, que condujeron, entre 1860 y 1880, a la instalación de las colecciones en unas galerías improvisadas al este de Exhibition Road, la calle de South Kensington que da a Hyde Park y que, como su nombre indica, se bautizó en honor a la exposición de 1851. Finalmente, la reina Victoria inauguró el 17 de mayo de 1899, en lo que fue su última aparición pública, una sede propia para el museo, momento en que se anunció -fue una imposición de la soberana- que pasaba a denominarse “Victoria and Albert Museum”, nombre que conserva en la actualidad.

Con anterioridad, en 1880, y también en Exhibition Road, se había completado la construcción de un Museo de Historia Natural, con materiales procedentes en gran parte del British Museum. Posteriormente, parte de las colecciones del “Museo de Manufacturas”, las tecnológicas y científicas, terminaron constituyendo un extraordinario Museo de Ciencias independiente, con edificio propio, asimismo en Exhibition Road, que abrió sus puertas, en diferentes fases, entre 1919 y 1928.

Los tres museos mencionados, constituyen visitas obligadas para todos aquellos que vayan a Londres; los objetos que albergan forman parte de la cultura más cosmopolita imaginable. Junto a ellos, completando y actualizando ese microcosmos de la ciencia, la tecnología y las artes aplicadas, se encuentra el Imperial College de Ciencia y Tecnología, un centro de educación superior de excelencia, así como el famoso Royal Albert Hall, en el que tienen lugar todo tipo de espectáculos. Entre este edificio y el linde de Hyde Park, separados por Kensington High Street, se puede y debe contemplar el monumento dedicado al príncipe Alberto. Encargado por la reina Victoria, que nunca se recuperó de la temprana pérdida de su esposo (falleció en 1861), ella misma inauguró este templete en julio de 1872. Sólo mencionaré algunos detalles del mismo. Ocho estatuas rodean, en diferentes niveles, la estatua de Alberto; representan a la Astronomía, Geología, Química, Geometría, Retórica, Medicina, Filosofía y Fisiología. Y no se pierdan un conmovedor detalle: en la mano, Alberto sostiene un libro, el catálogo de la exposición de 1851.

Pero el Londres científico da para bastante más, así que volveré a él en otra ocasión.