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Ciencia

Mercaderes de la duda

Uno de los efectos que acarrea el apalancarse en una política de dudas es que se pierde un tiempo precioso para resolver, o cuando menos paliar problemas ya identificados

20 enero, 2020 01:55

Procuro en estas páginas ir más allá de lo cotidiano, de los mil y un aconteceres que pueblan nuestras vidas. Uno de esos “aconteceres” son las noticias provenientes de la política. Sé, claro, que la política, los políticos, o mejor, algunos políticos, han aparecido algunas veces en estas páginas mías, en relación, especialmente, con el cambio climático, pero esos casos constituyen –al menos pretendo que sea así– excepciones a una regla que me he impuesto. Es una regla cuestionable, por supuesto, porque la política y sus profesionales (que es lo que ahora son muchos políticos en España; personas que se “preparan” para ser eso y no para otra cosa; de ahí su, con frecuencia, escasa formación cultural) condicionan nuestras vidas, del presente y del futuro. Al intentar prescindir en lo posible de esa parcela de la realidad, pretendo resaltar otro de los mundos que los humanos hemos creado, el de la ciencia, que ha orientado, condiciona y condicionará nuestras existencias más que las decisiones tomadas por los políticos, y que, contrariamente a lo que muchos creen y a veces proclaman con ignorante presunción, cuando se divulga adecuadamente constituye una fuente permanente de entretenimiento, además de iluminar el principal don de los humanos: la inteligencia, el entendimiento.

Dirán ustedes que a qué viene todo esto. Me explico. Hace unos días, la presidenta de la Comunidad en la que vivo (Madrid), Isabel Díaz Ayuso, ha negado que los altos niveles de contaminación que se dan en la capital puedan estar cobrándose vidas. “Nadie ha muerto tampoco”, leo que ha declarado, “de la contaminación atmosférica. No quiero que se genere una alarma de salud pública porque no la hay”. Rápidamente sus palabras han recibido respuesta. “La contaminación mata y la evidencia es abrumadora”, ha manifestado María Neira, directora de Salud Pública y Medio Ambiente de la Organización Mundial de la Salud. Y añadía: “Desde hace más de 30 años y hay más de 70.000 publicaciones científicas que lo indican. Y no hay ninguna discrepancia o desacuerdo en la comunidad científica”. (En lo de desacuerdo, señalo, exagera, porque esto, como inmediatamente se verá, puede existir en la ciencia, aunque sea por razones cuestionables).

“La contaminación mata y la evidencia es abrumadora desde hace más de 30 años. Hay más de 70.000 publicaciones que lo indican”. M. Neira

Lo que la señora Díaz Ayuso hace con sus declaraciones no se encuentra lejos de una línea de comportamiento (¿pensamiento?) que Naomi Oreskes y Erik M. Conway han analizado en Mercaderes de la duda (Capitán Swing, 2018). En este libro y centrándose especialmente en el caso de Estados Unidos, Oreskes (una conocida historiadora de la ciencia, de la que también recomiendo la lectura de su último libro, Why Trust Science? –¿Por qué confiar en la ciencia?–, publicado en 2019 por Princeton University Press) y Conway han estudiado las declaraciones y tácticas que emplearon algunos científicos y asesores de ciencia de alto nivel, relacionados con determinados grupos políticos o con industrias, para negar las relaciones entre el hábito de fumar y el cáncer de pulmón, la lluvia ácida y las emisiones del humo producido por la combustión del carbón, los gases clorofluorocarbonados (CFC) y el agujero de la capa de ozono, así como el calentamiento global y los gases de efecto invernadero como el dióxido de carbono. Las tácticas que estos “mercaderes de la duda” empleaban eran del tipo de, en el caso, por ejemplo, del tabaco, que si unos fumadores terminan desarrollando cáncer de pulmón y otros no, entonces la causa de la aparición de ese cáncer deberá encontrarse en otras razones. O, para la lluvia ácida (producida sobre todo por emisiones de azufre), que todavía había mucho que determinar para estar seguros de sus causas y consecuencias, antes de actuar, pues esto, actuar, costaría cientos de millones de dólares, perjudicando además a los empleos de millones de personas.

Es cierto que siempre hay factores indeterminados, relaciones causales en las que profundizar o incluso que descubrir, pero cuando se utilizaban argumentos como los anteriores lo que sucedió es que la lluvia ácida (que caía y continúa cayendo en muchos lugares) despojaba a los suelos de nutrientes esenciales, como el calcio, y afectaba a las corrientes de aguas externas y subterráneas, con las consecuencias que se pueden imaginar tanto para la agricultura como para el ganado que se alimenta de pastos y para los animales que viven en los ecosistemas afectados. Uno de los efectos que acarrea el apalancarse en una política de dudas es que se pierde un tiempo precioso para resolver, o cuando menos paliar problemas ya identificados. En el caso de la contaminación de Madrid ¿solo se convencerá la presidenta si ve que caen por las calles personas, que llevadas a un hospital son diagnosticadas, por ejemplo, de severas dificultades respiratorias?

Como apuntaba antes, una buena parte de los “mercaderes de la duda” estudiados por Oreskes y Conway estaban influenciados por sus ideologías políticas (en general, conservadoras), mientras que a otros les condicionaban las industrias que subvencionaban sus investigaciones o publicaciones. Se me dirá que las ideologías, aunque no sean partidistas, nos influyen a todos. Es cierto. Pero en un mundo como el actual, en el que, impulsado por los desarrollos tecnológicos, tienen lugar constantemente cambios que afectan profundamente a nuestros modos y condiciones de vida, el conservadurismo, el querer mantener aquello a lo que estamos acostumbrados, es peligroso. Y no estoy hablando de valores, algunos de los cuales –como la solidaridad, la igualdad sin distinciones de clase en el acceso a la educación y atención sanitaria– considero irrenunciables.

A todos esos “mercaderes de la duda”, habría que recordarles unas palabras que Oreskes y Conway incluyen en su libro: “Tomar la decisión razonable pasa por actuar basándose en la información de que disponemos, aunque se acepte que pueda no ser perfecta y que nuestras decisiones puedan necesitar una reconsideración y revisarse a la luz de nueva información. Porque, aunque la ciencia moderna no nos proporcione certidumbre absoluta, posee un vigoroso historial”.