Image: Transgénicos cara y cruz

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Ciencia

Transgénicos cara y cruz

Un ciclo analiza el 23 de mayo en Madrid el incierto futuro de los OMGs

22 mayo, 2002 02:00

¿Tenemos los conocimientos suficientes para permitir la salida del laboratorio de los organismos transgénicos? ¿Qué hacer cuando los ponemos en contacto con el medio ambiente y los introducimos en la cadena alimentaria humana, sea de manera directa o indirecta? Carlos Sentís Castaño, profesor de Genética Humana de la Facultad de Ciencias de la Universidad Autónoma de Madrid, que participa el 23 de mayo en el Maratón Transgénico organizado por el Museo Nacional de Ciencia y Tecnología y el Ministerio de Ciencia y Tecnología, hace balance de un proceso científico cuyas consecuencias futuras son todavía imprevisibles.

Se cumplen ahora 20 años de la obtención de la primera planta a la que se le habían introducido genes procedentes de otros organismos -la primera planta transgénica- y el desarrollo científico e industrial que ha experimentado desde entonces esta tecnología no tiene precedentes conocidos. Esto ha sido así en gran medida porque los Organismos Modificados Genéticamente (OMGs) u Organismos Transgénicos, al incorporar genes de otras especies, presentan características nuevas, que nunca se hubieran podido producir mediante los mecanismos naturales conocidos. Estas nuevas propiedades son susceptibles de aprovechamiento en distintos campos aplicados, desde la biomedicina hasta la ganadería y agricultura, y es en este último sector donde se observa un desarrollo más rápido de los OGMs, ya que se están produciendo masivamente para la alimentación animal y humana, por lo que popularmente se les conoce con el nombre de alimentos transgénicos. La Ingeniería Genética utilizada para la creación de estos organismos transgénicos se basa en presupuestos teóricos de los años 60 y 70, que han quedado desbordados por los conocimientos experimentales obtenidos en los últimos quince años y se han demostrado como excesivamente simplistas y poco acordes con la realidad observable.

En general se pretende hacer que un organismo incorpore características útiles que no le son propias, mediante la incorporación de un gen de otra especie que sí presenta ese carácter y esto se fundamenta en dos pilares teóricos: los genes tienen una función en sí mismos y determinan linealmente los caracteres, de modo independiente de cualquier otro factor interno o externo al organismo. Muy al contrario, lo que nos demuestran los recientes estudios en Genética, Biología Celular, Fisiología Vegetal o Microbiología es la complejidad de los seres vivos y su interdependencia del ambiente en que se desarrollan, pero sobre todo, que nuestro conocimiento es muy limitado e incompleto. De hecho, ahora que ya hemos desentrañado varios genomas completos, incluido el propio genoma humano, seguimos muy lejos de entender cómo funcionan en la organización de la vida. No conocemos los intrincados niveles de interrelación entre los genes, ni entre los genes y el resto del genoma ni, desde luego, cómo consiguen los seres vivos mantener la constancia de los caracteres que los definen a la vez que muestran una permanente adaptación a los continuos cambios en las condiciones ambientales.

Lo que sí está cada vez más claro es que los genes tienen por lo general más de una función, y ellos y sus productos están interconectados formando un entramado que actúa y da un resultado determinado, el fenotipo, en un contexto concreto, es decir en un organismo que, a su vez, está en comunicación permanente con el ambiente en que se desarrolla, con el que intercambia permanentemente materia, energía e información. Está claro que la respuesta de un organismo a las distintas condiciones ambientales no es simplemente la suma de las respuestas de genes independientes, sino el resultado de una acción conjunta y concertada de los distintos componentes de las células que, a su vez, están comunicadas entre sí y proporcionan la respuesta observable. Si los genes actúan en interconexión con otros, parece obvio que la introducción de un elemento nuevo, en este caso de un gen extraño en un organismo, puede afectar no sólo al carácter que deseamos obtener, sino a otros caracteres, a menudo insospechados. El propio gen introducido, al cambiar de contexto, puede adquirir funciones inesperadas. Ya existen datos que apuntan en ambos sentidos, detectándose, por ejemplo, disminución en la viabilidad de algunas plantas transgénicas y su peor respuesta a los cambios en las condiciones ambientales, así como cambios en los niveles de productos propios de la planta no relacionados con el carácter introducido.

La consideración de los seres vivos como sistemas complejos implica que cualquier cambio en uno de sus componentes tendrá unos efectos inherentemente impredecibles y, por tanto, la pretensión de que las técnicas de Ingeniería Genética son una metodología precisa cuyas consecuencias son perfectamente conocidas y previsibles no se sostienen cuando se aplican a organismos complejos. Siendo esto así en el organismo, ¿qué decir cuando sacamos los OGMs del laboratorio y los ponemos en contacto con el medio ambiente y, más aún, cuando los introducimos en la cadena alimentaria humana? Desconocemos los efectos de liberar al medio ambiente estas nuevas formas vivas y los que pueda tener sobre el organismo humano. En este último aspecto, excepto que los efectos sean obvios e inmediatos, su posible incidencia negativa sobre la salud pasará desapercibida, pero eso no significa que no sean perjudiciales a medio o largo plazo, sino simplemente que hace falta más tiempo de observación experimental, ya que muchos de ellos pueden ser acumulativos. No sería desde luego el primer caso en el que las consecuencias perjudiciales de una sustancia se han demostrado decenas de años después de ser introducida en el mercado, bien por falta de conocimientos precisos o por falta de las adecuadas evaluaciones de salud pública.

Si nuestro nivel actual de conocimiento es aún muy insuficiente y las consecuencias son impredecibles ¿cómo damos el gran salto hacia adelante y los utilizamos directamente para el consumo humano? Podría pensarse que existen mecanismos de control y se han hecho las suficientes pruebas y experimentaciones para asegurar la inocuidad y demostrar los posibles efectos de los alimentos transgénicos sobre la salud humana y el medio ambiente, pero la realidad dista mucho de ser así. Las empresas que se dedican a la elaboración de OMGs aseguran que son inocuos, pero no hacen públicos sus estudios, y las administraciones que aprueban la liberación y el consumo de estos alimentos tampoco parecen estar realizando una tarea exhaustiva de control y reproducción de los datos aportados por las empresas. Por otro lado, es alarmante el bajísimo número de trabajos experimentales independientes que se han publicado en revistas científicas sobre el posible impacto de los cultivos transgénicos para alimentación, aunque abundan los comentarios y opiniones. De una manera u otra hay una ausencia escandalosa de datos objetivos que puedan ser discutidos, evaluados y contrastados científicamente. En estas condiciones de cierto oscurantismo no es de extrañar el rechazo creciente de los consumidores a este tipo de alimentos, y las críticas desde los sectores científicos independientes que exigen la identificación de los productos que contienen ingredientes transgénicos para poder realizar un seguimiento y una evaluación mínimas de las posibles consecuencias, tanto desde el punto de vista ecológico como epidemiológico. Se impone mucha más investigación y un tiempo de observación suficiente dentro de los laboratorios antes de que los alimentos transgénicos produzcan efectos que debieran haberse evitado.

Carlos SENTíS CASTAñO