Rima interna por Martín López-Vega

Lúdica lucidez de García Martín, actualidad clásica de Víctor Botas

24 octubre, 2016 10:59

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Víctor Botas, de pie, junto a José Luis García Martín[/caption]

Corría el año de 1975 cuando José Luis García Martín, que no había leído aún a Fernando Pessoa pero sí a Antonio Machado, decidió crear una tertulia de heterónimos a la que puso a charlar en la revista que comenzó a publicar por aquel entonces. De 1975 a 1981, Jugar con Fuego –tal era el nombre de la revista- publicó once números en los que además de la plural obra poética del propio García Martín se publicaron textos firmados por algunos de los poetas más importantes de ese momento, textos, eso sí, no siempre auténticos... Ahora, las ediciones Ulises (uno de los nombres travestidos de la siempre audaz Renacimiento) recupera, en edición facsímil, esos once números, con una introducción de Pablo Núñez y un epílogo del propio García Martín.

Estéticamente, Jugar con Fuego forma parte de la reacción contra los novísimos, aunque algunos de los poemas publicados estén sin duda influidos por dicha estética. García Martín quiso a sus heterónimos dueños de una estética propia y distinta y el tiempo les ha ido dando su propio aire y unificándolos, algo que su autor ha aceptado al ir incorporándolos en las sucesivas ediciones de su poesía completa como parte de su propia obra ortónima (Pablo Núñez señala en su prólogo los poemas aquí atribuidos a los heterónimos que pasaron a formar parte de Material perecedero, segunda recopilación de la poesía reunida de García Martín; revisando la primera, Poesía reunida, editada por Llibros del Pexe unos años antes, es posible encontrar algunos más). Igualmente importante era en Jugar con Fuego la crítica literaria, y algunos de los ensayos dedicados a Francisco Brines, Fernando Ortiz, Julia Uceda o Ángel Crespo conservan intacta su vigencia (de Brines o de Villena se publicaron además algunos apócrifos). La revista era crítica con sus propios colaboradores; en la nota de presentación a un poema de Ángel González se señala que disuena el tópico verso final; el poeta reharía el poema antes de incluirlo definitivamente en uno de sus libros. Otras claves para relacionar la poesía incluida en la revista con la obra posterior de García Martín las encontramos en sus notas finales a uno de sus libros de poemas, El pasajero. Uno de los poemas breves allí incluidos era, en principio, el remate final con el que pretendía sustituir los versos últimos de un poema de Pere Gimferrer publicado en la revista. Al final no se atrevió y esos versos aparecieron como propios ya años después. También del diarista García Martín encontramos aquí las primeras muestras aunque, de nuevo, atribuidas a heterónimos.

Interesantes son también las entrevistas incluidas en uno de los números. Un poco perplejos nos deja que la entrevista a María Victoria Atencia las responda su esposo; interesante es la auto-reivindicación de Aquilino Duque como padre del venecianismo novísimo. Reproduzco su respuesta: “Hay por ahí quien dice sotto voce que la llamada Escuela Veneciana estaba ya en un antiguo poema mío titulado ‘La tempestad’, que, por cierto, no sé por qué, el profesor Tovar sitúa en Sevilla, pese a estar clara la referencia al Giorgione y hablarse de Otelos, vidrios de Murano y no sé cuántas cosas. Por algún cajón debe de andar una carta, y una reseña, del aventajado joven Gimferrer acerca de La operación Marabú, novelita cuya acción discurre en gran parte en Venecia. Hace ya lo menos quince años, creo haber contribuido epistolarmente al interés que este joven y el joven Carnero sentían por los poetas cordobeses de Cántico. Ya dije que tengo una fe ciega en la justicia literaria”.

Este facsímil de Jugar con Fuego es un libro de ochocientas páginas escrito casi en su totalidad por José Luis García Martín, y quien quiera entender el germen de su obra debe sin duda venir aquí. Pero es mucho más que eso: es una ventana privilegiada a un momento de la poesía española, a las discusiones estéticas que en ella se daban a finales de la década de los 70 del siglo pasado, todo con una mezcla de lucidez crítica y lúdico espíritu creativo de los que nunca hemos andado sobrados. Hay aquí lugar para el descubrimiento y la sonrisa, para la mordacidad y la hondura. Y sólo se han editado cien ejemplares numerados; ya no deben de quedar muchos.

 

***

 

En el año 2014 unas jornadas tituladas “Víctor Botas, 20 años después” coorganizadas por la Universidad de Oviedo y la Consejería de Educación y Cultura del Principado de Asturias se dedicaron al estudio del poeta asturiano. Buena parte de las comunicaciones de aquellas jornadas han venido a parar al libro Mañana es hoy. Víctor Botas, veinte años después (Universidad de Oviedo) editado y prologado por Javier García Rodríguez y que viene a sumarse a una bibliografía secundaria sobre Víctor Botas abundante y relevante, desde el tomo primigenio de ensayos de autoría varia reunidos por José Luna Borge en 1995 a la monografía que Luis Bagué Quílez le dedicó en 2004, tal vez el acercamiento más hondo y completo que se le haya dedicado hasta la fecha.

Digamos algo de los ensayos ahora recopilados en este volumen. Pedro Conde Parrado se acerca a los mecanismos que Botas utilizó en sus versiones del poeta latino Marco Valerio Marcial para dar actualidad a su lengua, y no deja de reprocharle algunas decisiones erróneas, por más que su conclusión sea la de considerar el acercamiento de Botas un modelo a seguir. El uso del lenguaje, sus desviaciones con respecto a las normas de la lengua de origan (culta, vulgar, etc) es uno de los elementos fundamentales que cualquier traductor debe tener en cuenta y también uno de los que suelen dejarse de lado a la hora de traducir a los clásicos. El ensayo de Conde Parrado es un ejemplo de perspicacia, erudición e inteligencia, una aproximación brillante a un problema fundamental de la traducción.

La colaboración de José Luis García Martín se limita a aportar –y descubrir- algunos de los textos que Botas firmó con pseudónimo y apócrifos de Villena o Bejarano publicados en los Cuadernos Óliver, una publicación fotocopiada salida de la tertulia ovetense Óliver. Su prologuillo a esos materiales señala, con todo, una frontera fundamental en la obra de Botas que suele pasarse por alto; la que separa sus dos primeros libros, Las cosas que me acechan y Prosopon, del resto de su obra, en la que Botas abandona un lirismo más plano para incorporar su marca de la casa, la “sonriente coña beatífica” que García Martín atribuye con acierto a los juegos literarios, los apócrifos, las falsificaciones... que eran marca de la casa de los Cuadernos Óliver. A eso habría que añadir un detalle que señala Carmen Morán Rodríguez en su texto, el único dedicado a la prosa de Botas; la influencia de los textos procaces y pornográficos de Antonio Beccadelli, los carmina pripaea y otros que el propio García Martín había publicado en los citados cuadernos, colección en la que además se editaría por primera vez Aguas mayores y menores, el más libertino de los libros botescos. La importancia de la figura de José Luis García Martín como mentor de Botas, y su afición a enredar, complican el tomarse muchas de estas referencias en serio. Por ejemplo, yo no estaría tan seguro de que en la entrevista tan citada por unos y por otros de Javier Almuzara a Botas publicada en la revista Reloj de Arena Almuzara hubiera escrito las preguntas... ni Botas las respuestas.

Luis Bagué Quílez, uno de los autores que se han dedicado con más acierto al estudio de la obra de Botas, ofrece un texto titulado “Tiempo al tiempo: el clasicismo posmoderno de Víctor Botas” que en esta ocasión toma la obra de Botas como pretexto para un borrador de artículo sobre la presencia de elementos clásicos en la poesía española contemporánea (no cita la interesante antología de Pedro Conde Parrado y Javier García Rodríguez dedicada a ese mismo asunto). Incluye algunas afirmaciones discutibles como por ejemplo, siguiendo a Lanz, que esta poesía “se articula en torno a una carencia: la incapacidad del discurso para apresar la realidad huidiza o para proponer una interpretación totalizadora del mundo”. Creo que ningún poeta de su generación (Miguel d’Ors, si acaso) ha escrito tantos poemas justamente sobre lo contrario: la capacidad de la página para dejar fija esa realidad huidiza y darle la eternidad que en Babilonia no tuvieron las rosas. En cuando a la interpretación totalizadora del mundo, cuando alguien estudie las referencias políticas en la obra de Botas descubrirá que lo tenía totalizadora y tatcherianamente claro. Bagué apunta un tema bastante menos manido y que daría mucho que escribir y en el que Botas es precursor en la poesía española contemporánea: el paso que da al ir más allá del comentario de obras de arte (la ékfrasis de toda la vida) para tener como tema la experiencia misma de la visita a unas ruinas o un museo, con la contextualización contemporánea que eso implica.

Finalmente, Pablo Núñez elabora un detallado “atlas lírico” de las localizaciones geográficas que abundan en la obra de Botas y Rodrigo Olay resume las posibilidades que ofrece al estudioso el contenido del expolio botesco depositado en la Biblioteca de Asturias, abundante, por lo que cuenta, en primeras versiones, versiones intermedias e inéditos, que harán las delicias de los aficionados a la crítica generativa. Sin embargo, creo que exagera la necesidad de problematizar el “corpus” de la poesía botesca a partir de esos descubrimientos, que no dejan de ser textos voluntariamente dejados fuera de dicho corpus por el propio poeta. Si bien futuras ediciones de su poesía completa pueden tener en cuenta este artículo para un par de detalles menores -sobre los que probablemente lo más fácil fuera consultar a García Martín-, dudo mucho que tenga sentido incorporar a esas ediciones nada de lo que Botas dejó voluntariamente fuera de sus libros.

Un libro, pues, muy interesante. En el futuro estaría bien recuperar a Víctor Botas como poeta contemporáneo. La influencia de la antigüedad clásica en su obra ha sido estudiada hasta la saciedad; el origen de su “sonriente coña beatífica” ha sido ya bien apuntalado. Pero eso no es lo importante. El estudio futuro de la poesía de Botas debería orientarse a la manera en que usa esos elementos para convertirse en un poeta elegíaco (que es lo que, fundamentalmente, es) y a estudiar esa elegía no sólo en el contexto de la poesía española contemporánea, sino en uno más amplio. Se han citado ya mucho algunos nombres obvios porque él mismo los citó (como Jorge de Sena) pero por ejemplo sería muy interesante estudiar la manera en que usa la antigüedad clásica y su sentido de la ironía para construir su elegía posmoderna de una manera muy similar a como lo hace, por ejemplo, Joseph Brodsky, pero a la vez personal e intransferible. El interés de los eruditos es un indicio de la grandeza de la poesía de Botas, que merece ser leída en el contexto de sus mejores contemporáneos, entre los cuales destaca como un gran elegíaco, y no sólo a la caza de bisutería grecolatina.

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