DavidLynch

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Otras pantallas por Carlos Reviriego

Trabajos oníricos y el mono capuchino de David Lynch

Carlos Reviriego nos propone adentrarnos en nuestro caos neuronal con los estrenos de dos maestros del cine onírico: David Lynch y Peter Tscherkassky

15 abril, 2020 09:48

Alcanzado el mes de confinamiento hemos entrado todos ya en un modo de irrealidad que se ha convertido en nuestra realidad. Habitamos un mundo que no habíamos imaginado posible, un mundo que queremos que sea como un mal sueño del que despertemos cuanto antes. Por más que la noción del sueño está vinculada al cine desde sus inicios –“las películas son los sueños que soñamos despiertos”, diría Godard–, lo cierto es que los universos o estados oníricos en la pantalla son extraordinariamente difíciles de replicar. Solo algunos grandes maestros han sido capaces de alterar nuestra percepción frente a una película hasta el punto de salir de ella sin la certeza de que hayamos soñado lo que hemos visto, pues inmediatamente entran a formar parte de nuestra psique. Son trabajos que nunca se sienten del mismo modo ante cada visionado, y frente a los que cada espectador experimenta algo distinto, generalmente indescriptible. Podríamos decir que son películas que apelan a la misma esencia del cine: penetrar en el subconsciente para traerlo a la superficie. 

Para esta semana propongo adentrarnos en nuestro caos neuronal con dos maestros del cine onírico. Por un lado, el nuevo cortometraje de David Lynch, What Did Jack Do? (que se ha estrenado en Netflix), y por otro lado, aunque estrechamente vinculado, el alucinante trabajo Dream Work (en Mubi), del australiano Peter Tscherkassky, uno de los artistas más importantes de la vanguardia fílmica de finales del siglo XX, además de un excelente teórico. Esta pieza de 11 minutos forma en realidad parte de la trilogía “Cinemascope”, que presentó en Cannes en el año 2002, formada además por las piezas L’Arrive y Outer Space, que también pueden verse en Mubi.com. Se trata acaso de la plataforma en streaming que mejor trabajo de comisariado propone, con una programación mutante de 30 películas para sus suscriptores, pues va sustituyendo un film por otro cada cada día. Cuando escribo esto, Dream Work aún estará disponible durante 24 días más.

El esqueleto narrativo de Dream Work es el de una mujer que se desviste, se acuesta, se duerme y empieza a soñar. Sobre todo se sueña a sí misma en situación de peligro, agredida y acaso transformándose en fantasma. El proceso de trabajo de Tscherkassky consiste en manipular directamente sobre el celuloide, duplicando plano por plano material de archivo y transformándolos en otra cosa, para crear un cine absolutamente sensorial, rompiendo las fronteras entre lo físico y lo onírico. Este proceso de ir cortando el celuloide y mostrar sus rayaduras y cortes forma parte de la propuesta estética. El propio Tscherkassky le gusta referirse a su trabajo como poesía cinematográfica, realizada mediante sobreimpresiones que van creando diversas capas en la imagen para transformar el sentido inicial del plano que está manipulando. En complicidad con el trabajo sonoro de Kiswasch Saheb Nassagh, la experiencia resultante es de carácter hipnótico y pesadillesco, de una duración similar al de un sueño profundo, como si fuera una breve siesta que nos desconecta por completo de la vigilia y se debe a su propia lógica. Cuando la mujer se abandona al sueño, la pesadilla toma poco a poco posesión de ella y del espectador, arrastrándonos a un lugar en el que la lascivia y el terror resultan inseparables, creando una serie de imágenes mentales de carácter pictórico que será difícil borrar de nuestra mente.

Al final del corto, Tscherkassky agradece a Man Ray su “arte cinemático”, que sin duda yace en la base y la inspiración de esta pieza absolutamente fascinante, también debido al modo en que homenajea al cine clásico desde la nostalgia para destruir la propio noción del clasicismo cinematográfico llevando sus imágenes a un laboratorio de experimentación. En este sentido, su relación con el cine de David Lynch es inmediata. En What Did Jack Do?, realizada en blanca y negro, Lynch regresa a su obsesión por el film noir clásico (ya de por sí altamente onírico, al igual que el expresionismo alemán de cuya estética tanto bebió el cine negro) para llevarlo a otro lugar completamente nuevo, en convivencia con las formas del surrealismo y el dadaísmo. Es su trabajo más cercano a Cabeza borradora (1977), con lo que no deja de ser una suerte de regreso a sus orígenes. Lynch se alejó de las pantallas de cine desde que hizo Inland Empire (2006), emblema del llamado post-cine. De aquello hace la friolera de 14 años. Nos sorprendió con el regreso de “Twin Peaks”, cuya naturaleza parecía reclamar su propio espacio en algún lugar indeterminado entre la televisión, internet, los museos y la sala de cine (cristalizando así el ecosistema líquido del audiovisual), y What Did Jack Do?, que puede verse en Netflix desde noviembre, es un trabajo auspiciado por la Fundación Cartier de París.

Se trata de un cortometraje de 17 minutos que forma un excelente programa doble con la pieza de Tscherkassky (recomiendo verlas en continuidad), para saltar de una pesadilla a un sueño o viceversa. De algún modo, ambas piezas se retroalimentan, pues el blanco y negro de What Did Jack Do? también convive con la lluvia de rayas sobre el celuloide, como si fuera un material procedente de un archivo o de un planeta distante, en todo caso absolutamente acrónico, intemporal, como los propios sueños. Básicamente se trata de un detective, interpretado por el propio Lynch en una versión de su Gordon Cole de Twin Peaks, que en un vagón de tren interroga a un mono, sospechoso de haber cometido un crimen pasional. Lleno de clichés del género, es como un diálogo entre dos sonámbulos que siempre está en el abismo, al borde de caer en el sinsentido absoluto, si bien nunca termina de hacerlo. Podemos seguir su lógica tal y como construimos la lógica de los sueños cuando los estamos soñando, pero que parecen perderla por completo cuando los recordamos en la vigilia. Es algo realmente complejo de conseguir que sin embargo el maestro Lynch hace con toda naturalidad y sin complejo alguno.

La fascinación en todo caso, más que de la (i)lógica de su narración, procede del planteamiento estético y del universo sonoro. Nos hipnotiza el modo en que logra hacer hablar a un mono sin que sea exactamente una creación antropomórfica, sino mediante el más artesano concepto del collage, superponiendo una boca humana, quizá la del propio Lynch, en la parte inferior del rostro del mono capuchino, y la extraña, robótica voz que le otorga, de algún modo humanizándolo. Este proceso de humanización alcanza su clímax en el momento en que el monito se pone a cantar un lamento de amor. La estética es de cine negro, pero debemos clasificar este extraño corto onírico como una comedia. Un lugar idóneo para sumergirnos tras la pesadilla de Tscherkaasky, y convertir nuestra irrealidad en algo no menos real de lo que ya es.

@carlosreviriego

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