La cuestión trans es, sin lugar a dudas, uno de los grandes temas de nuestro tiempo. Es un asunto extremadamente delicado que en apariencia concierne a un grupo muy minoritario de personas, pero que sin embargo afecta a los mismos pilares de nuestra configuración social. Lo que empezó como una serie de reivindicaciones en los departamentos de gender studies de las universidades americanas hace tiempo que impregnó la política española y ha terminando fructificando en la aprobación reciente de la ley correspondiente abanderada por la ministra Irene Montero.

La cuestión tiene muchas derivadas: en su relación con la infancia, en su vertiente médica y fisiológica y, también, en el inevitable choque de intereses defendidos por el feminismo de segunda ola o lo que se ha terminado denominando feminismo clásico. Una de las voces más destacadas en la defensa de estos postulados es precisamente la autora del fenómeno Harry Potter. J. K. Rowling lleva años defendiendo una concepción de la mujer como “clase biológica” y su aversión a términos woke como “personas menstruantes” que, en su opinión, en su intento por ser inclusivos terminan borrando a la mujer.

Por sus posturas a contracorriente, Rowling ha sido sometida a una cacería sin parangón en el mundo de la literatura si dejamos de lado las fatwas iraníes. Desde sectores concretos se ha hecho todo lo posible por cancelarla, disgregando un relato condenatorio que ha ido repitiendo consignas con el único propósito de presentarla como una TERF (trans exclusionary radical feminist) beligerante y dispuesta a utilizar su considerable patrimonio e influencia en su guerra abierta contra la comunidad trans.

Las estadísticas de suicidio son especialmente preocupantes entre los adolescentes con disforia de género, circunstancia que enciende los ánimos y hace que muchos se presten a afrontar la problemática desde las vísceras y con una visión maniquea del asunto, identificando a los rivales como enemigos a batir, contra los que cualquier método coercitivo es válido ya que están “poniendo en peligro las vidas trans”. Todo se ve bajo ese prisma.

Por lo tanto, si el asesino de la última novela de Robert Galbraith (el seudónimo que Rowling utiliza para su serie de detectives Cormoran Strike) utiliza en un momento concreto un abrigo de mujer, se eleva a categoría de crimen de odio contra los trans, con gente que no ha leído el libro (con sus casi mil páginas) enturbiando lo escrito sobre la página con ánimo moralizante y perpetuando un relato que no tiene nada que ver con los hechos narrados en la novela.

['Hogwarts Legacy', un parque temático virtual que captura la magia de Harry Potter]

Este odio visceral por alguna razón se ha concentrado en el videojuego de Warner Bros Hogwarts Legacy y ha dejado pasar a las películas protagonizadas por Eddie Redmayne. Tanto la editora como el estudio, Avalanche Software, han hecho todo lo posible por calmar los ánimos, primero con un creador de personajes trans inclusivo y luego con el personaje de Syrona Ryan, la propietaria del bar Las tres escobas de Hogsmeade.

Sin embargo, en ninguno de los múltiples comunicados que han ido publicando se han avenido a condenar abiertamente a Rowling ni han negado la existencia de sus emolumentos como creadora de la franquicia, tan solo han dejando claro que la autora no ha contribuido personalmente al desarrollo del juego. 

Un fotograma de 'Hogwarts Legacy', el videojuego sobre la saga literaria de Harry Potter

Lo que no han señalado, pero que el periodista de Bloomberg Jason Schreier ha apuntado, es que Hogwarts Legacy ha sido creado con el apoyo de The Blair Partnership, la agencia creativa de Rowling que se encarga de las labores de consultoría de este tipo de proyectos. Y a la postre, es indudable que la autora se beneficia de la dominación cultural multimedia de su criatura.

Si solo fuera una cuestión de ruido en Twitter, el boicot no hubiera preocupado demasiado a la Warner. Sin embargo, la prensa cultural y especializada en videojuegos en Estados Unidos está afincada, por lo general, en ciudades costeras y se nutren de redactores que se confiesan abiertamente progresistas y comprometidos con la causa trans. Por eso, Warner ha optado por ser muy cuidadosa con los envíos de copias anticipadas y ha dejado fuera a muchos medios de referencia como GameSpot, Polygon o Kotaku, que no publicaron sus artículos hasta muchos días después del lanzamiento.

Por todo lo que ha hecho la prensa con el juego, nada se puede comparar con la mugre que ha impregnado el mundo de los influencers

¿Es una estrategia legítima? ¿Pueden las empresas de videojuegos seleccionar qué medios acceden a sus juegos? En otras formas culturales, estas cosas suceden de manera más limitada, pero suceden. Se ha comprobado una y otra vez que el consenso numérico de Metacritic (el Rotten Tomatoes de los videojuegos) tiene una incidencia directa sobre las ventas de un juego, por lo que hay un incentivo real por intentar asegurarse el mejor número posible, sobre todo durante los primeros días, cuando la mayoría de las ventas tienen lugar y se canjean las reservas. Si el juego es bueno, no hay nada que temer. Si no lo es, sí. Y si sabes que el ambiente general se ha vuelto tan tóxico que no le van a dar una oportunidad justa, también.

La revista Wired, con un gran tirón en Estados Unidos, inflamó las redes con una controvertida crítica donde valoraban el juego con un 1 sobre 10. El texto es lo que se conoce como una hit piece, un artículo escrito con la única intención de degradar la imagen del juego. En él, la autora (que se confiesa trans) cuenta su historia personal con la saga y los problemas que le provocan las opiniones de Rowling. Apenas habla del juego en sí. Si se hubiera publicado como una columna de opinión, nadie habría puesto pegas. O sí, pero el formato la habría protegido frente a acusaciones de mala praxis. Cosa que no sucede cuando basas una review, que es una calificación sobre una obra concreta, en cuestiones aledañas.

Un fotograma de 'Hogwarts Legacy', el videojuego sobre la saga literaria de Harry Potter

Entiendo que los juegos, como productos culturales que son, no se crean en el vacío y que no pueden escapar (ni deberían pretenderlo) del clima sociopolítico en el que se crean y se ponen a disposición del público. Pero cuando metemos las notas, cuando ponemos un 1 y cuando utilizamos argumentos objetivamente falsos (decir que los gráficos son de hace dos generaciones, que la historia se basa en tropos antisemitas o que no hay ninguna sensación de un lugar concreto son alegatos fácilmente rebatibles), lo que hacemos es dar argumentos a quienes sospechan que los medios tienen fallas en su deontología particular.

GamesSpot le puso un 6 y aunque nadie se atrevió a firmar la pieza, hablaron del juego en sí y expusieron unos argumentos que se pueden defender. Polygon escribió una crítica tirando también a negativa, pero en la que también hablaban de manera extensiva de lo que ofrecía un juego de, no olvidemos, 30 horas como mínimo. Otros medios han decidido no cubrir el juego de ninguna forma, renunciando también al tráfico que conlleva un coloso de esta magnitud.

El discurso online sobre J. K. Rowling es uno de los casos más paradigmáticos de lo que hemos terminando llamando la posverdad

Y por todo lo que ha hecho la prensa, nada se puede comparar con la mugre que ha impregnado el mundo de los influencers, muchos de ellos sometidos a una auténtica extorsión por parte de una turba enfervorecida que no podía aceptar las tremendas limitaciones de su predicamento. Se han sucedido casos tan escandalosos como execrables que lo único que han hecho es predisponer al público general en contra de las posiciones de los activistas.

El discurso online sobre la autora británica es uno de los casos más paradigmáticos de lo que hemos terminando llamando la posverdad. Puedes o no estar de acuerdo con las ideas de Rowling (que ser mujer es una realidad biológica inmutable, innata y no circunscrita a la voluntad o a los sentimientos) y despotricar contra sus cuantiosos royalties, pero en muchas ocasiones se extienden aseveraciones radicales sin ningún tipo de pruebas cuya única misión es aumentar la sensación de peligro y galvanizar el apoyo entre los indecisos.

De esta forma, que Rowling haya financiado un refugio para mujeres maltratadas en Edimburgo (The Moira Project) se convierte en que desvía grandes cantidades de dinero para apoyar grupos de odio anti trans. Nadie aporta datos o pruebas, se enfanga la discusión con andanadas de ruido blanco y se extiende la sospecha por doquier.

The New York Times publicó hace unos días una columna de opinión titulada “en defensa de J. K. Rowling” y se montó una auténtica revuelta en la redacción que los mandamases del periódico no saben cómo aplacar. Mientras tanto, Warner Bros ha anunciado que el juego ha vendido 12 millones de copias y ha recaudado 850 millones de dólares en las primeras dos semanas. Con las versiones de la pasada generación y de Switch todavía por salir, lo normal es que el juego duplique esas cifras para su primer aniversario.

El juego ha vendido 12 millones de copias y ha recaudado 850 millones de dólares en las primeras dos semanas

Es un auténtico titán que superará ampliamente lo recaudado en taquilla de las 11 películas que se han producido hasta el momento. En los mentideros de la industria de entretenimiento se comenta que se está preparando una serie para HBO que tomará el juego como base. Huelga decir que las secuelas se dan por descontado.

Si este boicot ha demostrado algo es su inoperancia. No solo es que hay mucha gente que considera que lo que defiende J. K. Rowling es perfectamente legítimo y que no debería ser cancelada por ello, sino que su creación sigue manteniendo un atractivo innegable para millones de personas. También ha revelado la profunda desconexión entre los ambientes progresivos de ciudades como Portland, Nueva York o San Francisco, donde muchos de estos periodistas viven y trabajan, y el resto del mundo.

La cuestión trans un tema extremadamente sensible para todos los implicados en esta guerra cultural particular

La cuestión trans es sumamente compleja e intervienen demasiadas derivadas como para que se pueda solucionar de un mero carpetazo que anule cualquier conato de debate. Es un tema extremadamente sensible para todos los implicados en esta guerra cultural particular, lo que lleva a que las combatientes anden tirándose los trastos a la cabeza, ya sean los adolescentes suicidados en un bando o los irremediablemente mutilados en otro. La extrema agresividad no hace más que afianzar las posiciones, cada bando cavando trincheras más profundas.

¿Qué nos depara el futuro? Es imposible saberlo. Lo único seguro es que el tema va a seguir siendo contencioso durante años. Y que J. K. Rowling es demasiado poderosa como para ser cancelada, por mucho que la subsaga cinematográfica que estaba pergeñando se haya tenido que dejar inacabada. Al mismo tiempo, se traen a colación los sempiternos debates sobre la posibilidad de separar a la obra del artista. Indefectiblemente, el tiempo se encarga de que se termine haciendo.

Años después de la muerte del autor, cuando la obra pasa al dominio público, la separación es total. H. P. Lovecraft mantenía en los años 20 unas ideas y una cosmovisión que hoy en día resultan condenables. Solo el tiempo dirá si como sociedad occidental terminamos metiendo a J. K. Rowling en el mismo saco, pero tal y como están las cosas hoy en día, el proceso no es susceptible de acelerarse de manera artificial. El fracaso estrepitoso de este boicot lo pone de manifiesto.