Exposiciones

Karin Sander y la gozosa densidad del vacío

1 diciembre, 2005 01:00

Vista de la instalación de Sander en Helga de Alvear

Helga de Alvear. Dr. Fourquet, 12. Madrid. Hasta el 14 de enero. De 240 a 15.000 e

Nacida en Bensberg, Alemania, en 1957 y formada en Sttugart y Nueva York, Karin Sander ha desarrollado su carrera internacional desde los primeros años noventa. Ya en 1994 expuso individualmente en el MoMA, el mismo año en que se presentó en España en Juana Mordó. Sólo en este año ha participado en la 2nd Beijing International Art Biennale, de China, y en el Istanbuld Pedestrian Exhibitions 2; ha expuesto en el Museum Lödwig de Colonia y en la muestra inaugural del Kunstmuseum en Stuttgart.

La exposición más vacía de la temporada es, sin duda, una de las más densas que puede visitar el aficionado al arte. Digo aficionado como podría decir amante, estudioso o coleccionista; vale cualquiera de los términos que sirven para definirlo o describirle salvo uno, el más habitual y corriente, el de espectador, porque aquí no hay nada, absolutamente nada que ver. Lo que no quiere decir que no haya nada de lo que disfrutar, sino todo lo contrario, aquí todo es inteligencia gozosa.

Entramos en la galería y nos reciben las paredes desnudas, el cubo blanco en su esencia, el anfitrión convertido en huésped. Amablemente nos proporcionan un aparato de audio-guía, hermano de los que pueblan museos e instituciones. Algo por encima del suelo, unos cincuenta centímetros quizás, y tan separados como si sobre cada uno existiese de verdad una obra o pieza colgada, aparecen escritos nombres de artistas acompañados por unos números que nos indican que pulsándolos en la audio-guía algo se nos dirá. Cabe hacerlo en orden o al azar, pero en cada ocasión hablará el propio artista o alguien en su nombre, oiremos música, o los rítmicos pasos de una mujer calzada con zapatos de tacón sobre un Carl André, en ocasiones ruidos difícilmente discernibles. Número a número, intervención a intervención, artistas cuyo denominador común es el estar incluidos en la Colección Helga de Alvear -y a medio plazo en la Fundación que llevará su nombre en Badajoz- exponen sus proyectos personales, su ideario o fantasiosos sueños contagiosos en una sucesión que, curiosamente, desde la ausencia viene a hacernos presentes los elementos integrantes no sólo de la obra artística, sino del universo del arte y de nuestro lugar en esa inmensa galaxia vacante y a la vez poblada de estrellas.

No es ésta la primera reflexión que Sander hace al respecto. Si nos retrotraemos a alguna de sus primeras actuaciones conocidas, así People on Stone Plinths, de 1986, vemos cómo dispuso a veinte participantes en un simposium sobre escultura sobre plintos o falsos pedestales, haciendo del modelo estatua.

Aún más, Astro Turf Floorpiece, de 1994, proyecto concebido para el MoMA, consiste en dos segmentos de círculo de césped artificial colocados entre las salas, uno al pie de una de las escaleras mecánicas, y otro sobre una zona del jardín de esculturas, al pie del Balzac de Rodin, separados por las paredes de cristal y situados en el punto central de distribución de los visitantes, que pueden acceder desde ahí a la cafetería, a las salas de exposiciones del piso superior, al propio jardín o hacer de ello zonas de reposo.

Su obra más conocida, por próxima, People 1:10, 1998-2002, con la que participó en su primera exposición en Helga de Alvear en 2002 y en el CGAC en 2003, escanea a los visitantes y mediante un programa desarrollado exclusivamente para ello trata los datos recibidos y a continuación los trasmite a una impresora tridimensional que construye las figuras a escala.

De este modo, Sander resitúa el tema artístico haciendo que sea el visitante, la persona, el motivo de contemplación, o lo invierte despojando a la obra de arte de la visibilidad que le sería consustancial en el sistema perceptivo vigente, del mismo modo que, desde la fragilidad de esta exposición, titulada Mostrar. Un audio-tour, muestra lo invisible, el tiempo, hecho materia inexpugnable de la quimérica contemplación y, al unísono, de la ensimismada apreciación con la que nuestra visión especula cuando miramos obras de arte.