Exposiciones

Xavier Valls, un largo instante

10 noviembre, 2005 01:00

Costa de Mallorca, 2002. Óleo sobre lienzo, 89 x 116

Juan Gris. Villanueva, 22. Madrid. Hasta el 3 de diciembre. De 11.400 a 46.275 e.

La pintura de Xavier Valls (1923), esa pintura dulce, reflejo de intensidades, de lo mínimo esencial (en su complejidad), sin prisa, sigue avanzando con paso firme y apurando las posibilidades de un formato y composición, unos motivos, una manera y una paleta, que podrían parecer detenidas desde hace décadas. En el mínimo margen de su método, Valls introduce leves correcciones o añadidos con respecto a la obra pasada, siempre encaminado en la misma e inalcanzable meta. Como si en cada nueva exposición se reestablecieran las bases de su búsqueda, a la luz resplandeciente de Seurat, Balthus o Morandi.

Lo que encontramos en esta nueva cita con la galería Juan Gris es un conjunto de óleos fechados entre 2001 y el presente año. Naturalezas muertas y paisajes. El hombre no está presente sino en sus obras y lugares, y también en los frutos de la tierra de que gusta rodearse. Los parajes y las cosas casi cotidianos aparecen siempre como suspendidos en un aire o un agua limpios pero brumosos que los convierte en inalcanzables. ¡Qué difícil y sutil una pintura en que el agua y el aire además, son también objeto de la mirada y de la pintura!

Hay algo de Edén sin hombres en la obra de Valls, un jardín eterno cuyos pobladores fueran de naturaleza sumamente delicada y dejaran su tiempo y su espacio al resto. Pero sin rastro de melancolía. Más bien parece que la pintura del de Horta se interrogara sobre una serie de aspectos permanentes: el tiempo, la materia, la visión y la forma de los entes. Todo bañado en una luz universal, general, cósmica, casi podríamos decir que divina, que acerca a las formas al ámbito geométrico.

Cuando Valls pinta bodegones con frutas o con flores se establece un ejemplo de alianzas, equilibrios entre fuerzas en los que la forma llega a su máximo en el tiempo, a ese estado previo a desmoronarse en la finitud. Algo parecido ocurre cuando se traslada a los lugares de ciudades como París o Venecia. Lugares de calles y edificios vacíos, donde los mismos equilibrios son un poco más lejanos, como lejano es el punto de derrumbe de ese instante captado. Por último, en los paisajes naturales donde la abstracción quiere adueñarse de la visión, la eternidad casi se palpa en el instante.

Y es que Xavier Valls materializa el largo instante de la pintura.