Image: Montserrat Soto, conciencia de ciudad

Image: Montserrat Soto, conciencia de ciudad

Exposiciones

Montserrat Soto, conciencia de ciudad

Tracking Madrid

23 junio, 2005 02:00

Imagen de la videoinstalación Tracking Madrid, 2005

Espacio Uno. Museo Reina Sofía. Santa Isabel, 52. Madrid. Hasta el 3 de julio

Lo más valioso y productivo de la propuesta de Montserrat Soto está en la página web a la que nos invita a entrar, www.trackingmadrid.com. Al hacerlo, Madrid, la ciudad, o mejor, su cambiante anatomía y la fisiología de su ser y crecimiento, se abalanzan sobre la pantalla y muestran al viajero su cuerpo y rostro auténticos, es decir, permanentemente mudables. Tracking Madrid es el proyecto más ambicioso y complejo de aquéllos que ha emprendido a lo largo de su trayectoria la artista. No sólo por su acopio tecnológico, en el que ha colaborado el equipo de investigación de la empresa British Telecom, que ha puesto a su disposición software y tecnología móvil inéditos hasta ahora en la práctica artística, sino, y lo que creo conceptualmente más interesante, porque nunca se había alejado tanto de la idea del arte y de lo artístico para volcarse en una inquisición que abarca el urbanismo, la sociología, los estudios económicos, la historia, la crónica, etc. Y, sin embargo, el resultado de esa exploración nos resulta comprensible en su multiplicidad y dimensión, avasalladora una vez que hemos caído en ella y cautivante pese a su implícito horror, sólo y únicamente porque la mirada que nos guía y ha elegido los puntos de vista desde los que asistimos al viaje es una artista, Montserrat Soto, quien de algún modo ha conseguido conciliar los puntos densos y de mayor carga de intensidad de su trabajo artístico, sustentado en el uso de la fotografía y la instalación, con la anonimia de un trabajo de campo "a caballo, como dice Paco Jarauta en su texto, del etnógrafo y el cartógrafo".

Asistimos en directo al proceso de construcción y destrucción de la ciudad y puedo asegurar que recorrer mediante cámaras las obras que concurren en Madrid, como si fuésemos uno de esos espectadores que acodados en las vallas ven trabajar a otros, o, en este caso, ven como "trabajan" el ámbito urbano que nos pertenece, da ciertamente miedo. Nos percatamos de cosas que difícilmente apreciamos en el correr normal de los días, y además Soto apunta con sus sofisticados ojos artificiales hacia los lugares más conflictivos -vías en construcción, sobreabundancia de edificios, el levantamiento de grandes centros comerciales, desmontes y escombreras atiborrados de residuos, barrios de chabolas-, también hacia aquellos que resultan más paradójicos, así el pequeño cementerio encajonado entre carreteras o, por último, hacia esos confines, antiguamente denominados "las afueras", en los que todavía pugnan el deterioro urbano con la naturaleza agreste.

El alucinado paseo por las seis ventanas que se abren al internauta, Ciudad de ciudades, Huellas, Post-ciudad, Intervalos, Nómadas, Caos y Ciudadanía, aguijonea nuestra conciencia de ciudadanos, nos proporciona argumentos para reflexionar sobre qué lugar y qué condiciones vamos disponiendo, edificando y derribando, para dar transcurso a nuestra vida.

Y quiero señalar que el impacto que provocan procede no sólo de los hechos que recogen, sino de esa mirada singular que posee la artista. Aquí, como en exposiciones suyas precedentes, nos asomamos a lugares fascinantes por la ausencia total, la nada que los constituye, o nos situamos en el punto medio entre dos realidades igualmente ambiguas, o quedamos detenidos en la frontera con lo intransitable, aquello que no se puede invadir, etc. Montserrat Soto hace los espacios significantes arrancándolos de su mero y vano existir para imbuirles cuánto hay de reflexión humana respecto a los ámbitos que habitamos. Características todas apreciables tanto en la página y en la aleatoria irrupción de ese exterior agresivo en la plácida pantalla, como en la instalación efectuada en el Espacio Uno, en el que ha primado el vínculo entre artificio y naturaleza -otro de sus bordes divisorios propios-, pero que, a mi modo de ver, resulta más sorprendente en la primera que en el estético y codificado espacio de las salas de un museo.