Image: Manuel Vilariño

Image: Manuel Vilariño

Exposiciones

Manuel Vilariño

23 junio, 2005 02:00

Limones, 2003

Trinta. Virgen de la Cerca, 24. Santiago de Compostela. Hasta el 30 de junio. De 3.600 a 9.000 e

Luz y silencio. Con sólo dos palabras podríamos describir todo un trabajo como el de Manuel Vilariño, preocupado por el misterio que emerge de lo más simple, de ese "aprender a ver los abismos, allí donde son lugares comunes", que diría Anton Webern. Y nunca más claro que ahora, cuando Vilariño presenta un paisaje, tema prácticamente inédito en su siempre rica iconografía. En todo caso, entiendo que Vilariño vincula ese paisaje a lo más íntimo, a esa infinitud silenciosa que también podemos advertir en la luz individualizada de una vela, en esa existencia. Todo a partir de un simple pliegue, de una lógica desdoblada, como en Rayuela de Cortázar, donde un personaje camina por París y al doblar la esquina se encuentra en Londres. En este caso, de la soledad sin refugio del océano, de ese silencio inabarcable, se pasa al enigma del recogimiento, a esa materia oscura -que diría Valente- que es el silencio interior, vomitado hacia dentro. De ahí que esta fotografía se acompañe de una instalación realizada a partir de clavijas de chelo y pelo de caballo, de esa música silenciada que, tal vez, anuncie "la hora de la estrella", como reza el título de esta muestra. En la parte de abajo de la galería, fotografías de agonizantes naturalezas muertas, producto de largas exposiciones, se nos muestran como acariciadas por una luz que templa las formas, los frutos de una vida que semeja tratar de vencer al tiempo, de sincoparlo a partir de un tartamudo martillear que funciona como un maravilloso loop fotográfico en un tríptico que nos enseña la misma vela y el mismo cráneo por tres veces; otra vez, las insistencias de un Vilariño que paradójicamente, otra vez, consigue sorprendernos.