Image: La última generación del siglo XX

Image: La última generación del siglo XX

Exposiciones

La última generación del siglo XX

11 septiembre, 2003 02:00

Victor Pimstein: Serie valle, 2001-3.

México: Identidad y ruptura. Fundación Telefónica. Fuencarral, 3. Madrid. Hasta el 28 de octubre

El conocimiento que el madrileño interesado en el arte, y por extensión los españoles, puede tener del panorama actual mexicano cabe calificarlo con justicia de precario. Fuera de su comparecencia en algunas de las muestras organizadas por la Casa de América, o la mucho más accidental en algunas de las galerías que se dedican o se interesan por el arte latinoamericano, la referencia más persistente es la que proporcionan las pocas galerías mexicanas que participan en las sucesivas ediciones de ARCO, OMR y Ramis Barquet, que promocionan o difunden a algunos de los más prometedores artistas del país, y con menor continuidad, Enrique Guerrero y Kurimanzutto.

Esta carencia hace a priori especialmente interesante el encuentro con una muestra colectiva procedente del país americano. La exposición, comisariada por María Lluïsa Borrás, reúne a diez artistas en la madurez de la cuarentena, y ella misma declara que "no busca descubrir nuevos valores sino resumir brevemente un panorama que incluye algunos de los artistas que figuraron en la exposición itinerante Punto de partida de 1997 que viajó a los estados de Ohio, Texas, Filadelfia y Carlina del Norte, entre otros, y que representó el espaldarazo internacional." Espaldarazo anticipado en algunos casos por su ya mencionada presencia en ARCO, así ocurre con Laura Anderson Barbeta (1958), una de las más veteranas, representada por Ramis Barquet, y con el grueso colectivo procedente de OMR, Mónica Castillo (1961), Thomas Glassford (1970) -el más joven de los seleccionados-, Gerardo Suter (1957) y Yishai Jusidman (1963). La otra mitad de la muestra la componen Maya Goded (1967) -quizás la más conocida entre nosotros, pues expuso su serie fotográfica Barrio de la Soledad, dedicada a las prostitutas en el Reina Sofía en 2000-, Yolanda Gutiérrez (1970), Victor Pimstein Ratinoff (1962) -residente, como Borrás, en Barcelona-, Paula Santiago (1969) y Boris Viskin (1960).

Como una exhalación pasa la comisaria en su texto introductorio por la historia reciente del arte mexicano, refiriendo únicamente el movimiento de ruptura con el muralismo de los años sesenta, que introdujo, dice, el expresionismo abstracto; la pintura realista de los años ochenta, "una tendencia que Teresa Conde bautizó con el término controvertido de neomexicanismo" y la quiebra experimentada en los años noventa con la irrupción de individualidades alternativas, la llegada al país de artistas de otras naciones -Francis Alÿs, Santiago Sierra, etc.- o de mexicanos estudiantes de arte en el extranjero. De ese segundo rompimiento proceden los seleccionados. "A todos ellos les unía la marginalidad, la indiferencia general con la que era acogida su obra, así como su postura de espaldas a la infraestructura cultural de nacionalismo extremo, orientada al mercado, ciega a las diversas subculturas y prácticas marginales eclécticas que eran las que ellos, entonces muy jóvenes, valiéndose de medios alternativos, del video, la fotografía, la instalación o la performance, realizaban", cuenta Borrás, y lo cito porque traza un horizonte no muy distinto del de otros países en la misma década y que bien puede incluir a España.

Medios alternativos comunes a los artistas contemporáneos, como común es la pervivencia de la pintura y de la ampliación y mixtura de su prácticas. Ejemplo de la primera es el trabajo de Boris Viskin, que combina el reduccionismo austero del minimal con la factura manual y se libra de la impronta propia de los materiales de soporte sin que por ello eluda una de las constantes que podemos encontrar igualmente en sus compañeros: su pertenencia a una tierra, a unas tradiciones culturales y civiles que reconocen y desarrollan hasta el extremo imprescindible de la aceptación y la crítica. Así, sus Ptlatl son imagen de los petates indigenas "aun cuando no se recrean ni se significan por sus referentes locales", afirma Blanca González Rosas.

En la segunda opción, la mixtura, destaca Jusidman, con sus aplicaciones informáticas y dibujos de plotter que tienen por modelo obras de otros artistas, así De Kooning o Velázquez o, en obras no expuestas, sus paisajes naturalistas sobre esferas. Menor interés me despierta el lírico paisajismo de Victor Pimstein.

La que creo más atractiva de las propuestas de estos artistas está, sin embargo, alejada del formalismo de los pintores y se residencia por un lado en la exploración de la identidad -identidad individual y social, que analiza o reproduce al ser en su doble condición de singularidad y de colectividad histórica, incluidas sus raíces antropológicas-, con especial fuerza e intensidad en las que hacen las mujeres, así como en el desarrollo de proyectos comunitarios civiles que implican no sólo a las poblaciones urbanas, sino, lo que me parece más importante, a las tribus y etnias originarias.

Paradigma del análisis de la identidad y del yo ensanchado a la memoria familiar es Paula Santiago, una artista que se ha servido de su propia sangre como colorante, de los bordados hechos por sus abuelas como soporte para su propia costura del recuerdo, de los cabellos de sus parientes como dibujos trenzados. "No quería trabajar con conceptos; quería trabajar con mi vida."
Yolanda Gutiérrez, cuya obra emparenta con la que aquí realiza Adolfo Schlosser, aunque sus presupuestos sean distintos, alcanza una extraordinaria elegancia en algunas de sus piezas, así El sueño de la oruga, realizada mediante alas de mariposa y alambre de cobre, que se transforma, como el insecto, en una sutil joya aérea. "Le interesa que su trabajo contemporáneo se alinee en convergencia con las preocupaciones del mundo antiguo -ha escrito el historiador Luis-Martín Lozano- ella aspira a lograr esa armonía y equilibrio que existieron entre el hombre, su pensamiento y la naturaleza que le rodeaba. Por ello confiesa ‘mi intención es, por una parte, hurgar en lo que perdimos [en lo que aún somos] y aprender de eso’. Desea, firmemente, evidenciar ese pasado mediante un objeto que sea, a la vez que estético, una forma de conocimiento y reflexión."

Por último, Laura Anderson Barbata compagina su labor personal con un proyecto de producción manual de papel con las comunidades yanomani, ye’kuana y piaroa de la amazonía y en la selva Lacandona.