Image: Sentido y virtud de Riga

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Arte internacional

Sentido y virtud de Riga

14 septiembre, 2018 02:00

Maarten Vanden: Pinpointing Progress, 2018

En su primera edición, la Bienal de Riga que firma la comisaria griega Katerina Gregos es un ejemplo de elocuencia. Una bienal a la antigua, de gran formato y con una temática abierta, que acierta en el examen de las sociedades contemporáneas. Con muchos trabajos de nueva producción muy bien armados en siete sedes del singular contexto letón, puede visitarse hasta el 28 de octubre.

Quienes escribimos sobre las exposiciones de arte contemporáneo de gran escala y de periodicidad bianual, muchas veces nos preguntamos qué ocurriría si no llevaran bien visible en su envoltorio la etiqueta de "bienal". ¿Tendrían el mismo eco si mantuvieran como único reclamo el título de la exposición, despojadas de la marca bienal que las sitúa inmediatamente en la rueda trepidante de mercadotecnia cultural y a expensas de su posible retorno, esto es, del rédito obtenido frente a inversión realizada, que es como se miden hoy estas cosas? La respuesta es, por supuesto, no. Es difícil abstraerse de ello a la hora de valorar una exposición de estas características y olvidarse de que estamos ante proyectos culturales de los que no es fácil disociar un calculado programa de pretensiones geopolíticas. Herederas de las Exposiciones Universales decimonónicas, ya tenían esta ambición cuando fueron creadas, pero la máquina capitalista ha exacerbado este fenómeno. Las de "segunda generación" -Berlín, Liverpool, Sidney, Shanghai o Portoalegre- han optado por reducir los formatos de exposición y por dirigirse a aspectos narrativos más específicos. Las presentes ediciones de Berlín y Liverpool son buen ejemplo de esta tendencia. Son más pequeñas, pero no rehuyen cierto ambiente festivalero.

Por eso llama la atención la aparición de una nueva bienal, ahora en Riga, que vuelve a la gran escala y a la temática abierta. ¿Por qué, entonces, habría de llamar la atención? Muy sencillo: es la mejor de este año en Europa. Bajo su pegadizo título, Everything Was Forever Until It Was No More (Todo era para siempre hasta que dejó de serlo), y organizada por Katerina Gregos, está extraordinariamente bien formulada, con una selección impecable de sedes de enorme interés histórico a las que los trabajos, firmados en buena medida por artistas letones, estonios y lituanos y en un alto porcentaje producidos para la ocasión, se dirigen con elocuencia y rigor. El contexto ayuda. La capital letona se encuentra en el centro geográfico del territorio que ocupan las repúblicas bálticas, tres jóvenes países con una vertiginosa historia reciente, zarandeadas por fuerzas de variado signo durante décadas, desde varios flancos.

Aslan Gaisumov: People of no consequience, 2016

Quienes no son hoy tan mayores tampoco eran unos niños cuando cayó la URSS, y ahora, independientes desde 1991 y europeos comunitarios desde 2004, se reconocen en el espejo del presente. No extraña, por tanto, que a la revisión del perturbador legado soviético, muy bien tratado en la antigua residencia de Kristaps Morbergs, un célebre filántropo letón, se sume una muy lograda especulación en torno al futuro, revestida de tal vez la mejor proyección que sobre tan recurrente asunto he visto recientemente.

La antigua Facultad de Biología de la Universidad de Riga, un edificio construido a finales del siglo XIX siguiendo modelos neorrenacentistas, es la sede principal. Está en desuso como centro de docencia, pero conserva activos algunos talleres de química y biología, así como un pequeño museo. La naturaleza y la investigación predominan, como era de esperar en este espacio, pero la comisaria ha acertado en la orientación que da al ejercicio de la investigación. Resulta cansino el continuo trasiego por diferentes disciplinas de muy escaso interés artístico cuya justificación única es la de estar emulando procedimientos científicos. Es el eterno problema del oportunismo con el que hoy se busca la visibilidad, pues pertenecer al club de artistas para quienes el Antropoceno resulta ser la pasión de una vida parece más seguro que ir por libre buscando un lenguaje propio.

Extraordinariamente bien formulada, esta bienal es la mejor exposición de gran escala del año en Europa

Hace muy bien Gregos en impulsar la evidencia de la experiencia personal frente a la aridez del método, el tono especulativo y la duda frente a la búsqueda de certezas objetivas. Así, el silencio y la quietud de la inspección ornitológica en el marco del fragor capitalista en el vídeo de Sven Johne o la vibrante vuelta de tuerca de Oswaldo Maciá al estudio de la polinización, en la que "los sentidos -nos dice- afloran sólo a las puertas de la ignorancia".

Oswaldo Maciá: The opera of cross-pollination, 2018

Desde la residencia de Morbergs se ve la Plaza de la Libertad, símbolo de la vigorosa oposición letona al yugo ruso en diferentes fases del siglo XX. Como la investigación científica, la historia también tiene aquí pliegues por los que se desliza la subjetividad, convertido el artista en veleidoso diletante que evita repetir lo que ya cuentan los libros. Es ágil el recorrido, con salas que aún conservan ornamento moderno de la época y con la sombra de la Estatua de la Libertad como una huella de la que es difícil zafarse. Un vídeo estupendo del checheno Aslan Gaisumov presenta a sus compatriotas supervivientes de las deportaciones ejecutadas por Stalin en 1944. Es un plano fijo por el que ahora desfilan los ancianos. Parece mentira, pero no lo es. Han sido convocados por el artista, y, envueltos en sus ropas tribales, parecería que no ha pasado un minuto desde entonces.

También hay en la bienal espacios derrengados, ya saben, marca de la casa. En el antiguo puerto los almacenes tienen las horas contadas, ya al borde del aburguesamiento urbanístico, no así la antigua fábrica textil bolchevique, que aún parece oponer cierta resistencia. En el puerto hay una buena pieza que define bien la actual situación europea. Es una videoinstalación muy bien ejecutada en el interior de un barco atracado, la firma el estonio Karel Koplimets y muestra el tránsito de viajeros en los ferries entre Tallin y Helsinki, donde coinciden dos tipos de pasajeros. Los del norte bajan a comprar alcohol barato. Los del sur suben a buscarse la vida.

@Javier_Hontoria