Image: Bienal de Lyon: mundos flotantes, mundos estériles

Image: Bienal de Lyon: mundos flotantes, mundos estériles

Arte internacional

Bienal de Lyon: mundos flotantes, mundos estériles

18 octubre, 2017 02:00

Marco Godinho: Forever Immigrant (2009-2010) y, colgando del techo, Héctor Zamora: Synclastic-Anticlastic (2012)

La Bienal de Lyon, una de las más populares de Europa, presenta de la mano de su comisaria Emma Lavigne un ombliguismo irritante. Su exposición, titulada Mundos flotantes, vive instalada en una inexplicable complacencia, y, como proclama su título, levita a una altura inalcanzable, ajena a la zozobra cotidiana.

Dos comisarias jefe del Centre Pompidou han dirigido este año dos de las bienales internacionales más importantes del calendario, Christine Macel en Venecia y Emma Lavigne en Lyon. Y las dos han naufragado con notable estrépito, cada una a su manera pero con el mismo palo entre sus ruedas: su incomprensible desapego por la realidad de nuestro tiempo. Si se le puede atribuir cierta ingenuidad al planteamiento de Macel, que puso en el centro del debate la figura del artista más en su vertiente indolente y ensimismada que en la de su papel como agente activo en la sociedad, a la exposición de Lavigne en Lyon debemos achacarle un ombliguismo irritante. Su exposición, titulada Mundos flotantes, vive instalada en una inexplicable complacencia, y, como proclama su título, levita a una altura inalcanzable, ajena a la zozobra cotidiana, cómodamente instalada en un tono festivo en el que no es fácil reconocerse. Es la exposición de arte contemporáneo más popular en el país vecino, con un enorme número de visitantes, y este año es más francesa que nunca. Las celebraciones por el cuarenta aniversario de la creación del Beaubourg parecen trasladarse ahora a Lyon en un homenaje a su excelsa colección, pues la Bienal cuenta con un número desproporcionado de préstamos, muchos de ellos grandes hits del arte reciente, que vienen del gigante francés, en torno a los que se articula la exposición.

La Bienal de Lyon cumple ahora su decimocuarta edición. Su director Thierry Raspail, que también lo es del MAC de Lyon, quiso, desde el inicio, organizar la bienal en ciclos de tres exposiciones para las que se ha rodeado de comisarios de renombre. La primera trilogía se dirigió a la "Historia" (1991-1995), la segunda a la "Globalización" (1997-2001); la tercera, con algunos huecos entre medias, a la "Transmisión" (2009-2013), y, por último a lo "Moderno", que empezó en la pasada edición, la de 2015, con la exposición de Ralph Rugoff y continúa ahora con la de Lavigne. La acepción "Moderno", sin artículo, es un campo abierto sin puertas que lo acoten. Vale para todo. De hecho, Rugoff, en su exposición, no aportó nada que no supiéramos en torno al término, pero logró salvar los muebles al desplegar una muy bien armada reflexión sobre la vida contemporánea.

Céleste Boursier-Mougenot: Clinamen v3, 2017

Tampoco añade gran cosa Emma Lavigne en estos Mundos flotantes. La exposición se distribuye, como siempre, entre el Museo de Arte Contemporáneo (MAC Lyon) en el norte de la ciudad, y La Sucrière, la antigua azucarera, en el sur. Como eje gravitatorio y vínculo entre las dos se encuentra en la plaza de Bellecour, el corazón de la ciudad, una de las archiconocidas cúpulas geodésicas del arquitecto estadounidense Richard Buckminster Fuller, aquel gran optimista que abogó por el mejor aprovechamiento sensible de los recursos en pos de una sociedad más igualitaria. En el catálogo de la exposición leo la siguiente frase del visionario de Massachussets: "El diseño científico de refugios tiene más relación con las estrellas que con la tierra". Y lo justifica alegando que los humanos llevamos demasiado tiempo empeñados en mantener los pies en el suelo aferrados a las energías telúricas sin prestar demasiada atensión a otros estímulos. Tal vez Lavigne haya asociado esta postura de Bucky Fuller con energías de orden cósmico al montar la cúpula en Bellecour y convertirla en refugio para la música de las esferas que propone el artista francés Céleste Boursier-Mougenot, una alberca circular en la que flotan cuarenta cuencos de porcelana que producen un armónico tintineo al chocar. Es vistoso, seguramente, como si ambas piezas estuvieran destinadas a encontrarse alguna vez, dirían algunos, porque esta es sólo una de las asociaciones obvias y fáciles que pueblan en buen número la Bienal. Ocurre también en el MAC Lyon, donde una gran instalación de Ernesto Neto abraza a un conjunto de esculturas de Hans Arp. Tal vez el brasileño vea así cumplido un sueño.

Lavigne ha dividido su exposición en una serie de temas que se distribuyen entre el museo y la azucarera y a los que las obras seleccionadas otorgan obedientemente imágen y forma. En los mundos flotantes de Lavigne caben "archipiélagos sensoriales", "poesía expandida", "océanos de sonido" o "cosmos interiores". A la vista de estos asuntos, parece coherente que no hay un orden que seguir, que el recorrido sea abierto y pretendidamente impreciso y que, en el fondo, todas las obras puedan adscribirse a cualquier de esos asuntos que estructuran el discurso.

Lara Almarcegui: Mâchefer, 2017. Fotografía: Blaise Adilon

El MAC Lyon y La Sucrière son espacios muy distintos, aunque en ambos espacios la disposición sea similar, desplegada en diferentes niveles, tres en ambas sedes. El montaje en el museo está más logrado, tal vez porque tiene unos límites físicos que ayudan a acotar las obras. No es el caso de la azucarera, donde Lavigne ha decidido no levantar arquitecturas bajo el argumento de que ya hay suficientes muros en el mundo, una muy bonita aseveración que estaría mejor respaldada por un montaje más limpio que nos evitara el riesgo de ser atropellados por las propias piezas. Hay una incomprensible acumulación de trabajos en la entrada, tal vez para dejar espacio a la gran pieza de Hans Haacke, que condiciona todo el espacio.

En su texto introductorio en el catálogo, Raspail cita los Ambientes de Lucio Fontana, realizados desde finales de los años cuarenta en Milán, experimentos que no eran "ni pinturas, ni esculturas", decía el artista, sino "el primer intento de liberar una forma estática". Raspail los sitúa como precedente de los mundos flotantes que aquí se esbozan, pero que algo no sea ni una cosa ni la otra, en tránsito consciente por tierra de nadie, es algo de lo que adolece precisamente esta exposición. Hoy se habla de "potencia" (Berardi) como el instrumento que convierte las posibilidades en realidades, que el mundo es un gran abanico de posibilidades de entre las que debemos escoger para alcanzar un nuevo orden. Tal vez permanecer ajenos al correr alocado de estas posibilidades sea lo que parece perpetuar la indiferencia que define y lastra nuestro momento histórico. Si me permiten la metáfora, a esta exposición le hace falta potencia, la determinación para imaginar a donde se dirige nuestro mundo.

@Javier_Hontoria