Image: Unidos, en precario

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Arte internacional

Unidos, en precario

14 febrero, 2014 01:00

Vista de la exposición

La Haus der Kunst de Munich acoge la primera gran exposición institucional del artista mexicano Abraham Cruzvillegas en Europa

La historia de la Haus der Kunst de Munich está íntima e irremediablemente ligada al episodio más oscuro del pasado reciente alemán. Este año se cumplen 80 años del inicio de la construcción de su adusto edificio, que inauguró su actividad en 1937 con la Gran exposición de arte alemán, la otra cara de la moneda de la tristemente célebre Arte Degenerado que inauguraría tan solo un día más tarde en lo que hoy es la Kunstverein de Munich. Hablamos, ya se sabe, de la infausta política cultural de la Alemania nazi en su afán por defenestrar la evolución del arte moderno. A la grave luz de la historia de la institución, la del mexicano Abraham Cruzvillegas (1968), la primera gran exposición del artista en Europa, es de lo más pertinente.

El arte de Cruzvillegas es reconocible por su precaria apariencia, por cuanto de inestable e inconsistente tienen sus materiales y por la rara lógica que los pone en relación. La primera sala de la exposición ofrece un conjunto de assemblages formados por maderas, cebollas, hierros, piedras, taburetes, cuerdas, cajas de embalaje, alambres, limas, botellas... Muchos de ellos se yerguen en sentido vertical; podrían tal vez insinuar reminiscencias de la escultura tradicional, pues muchas parecen sustentarse en su base (algunas, como esa hoja vegetal y exuberante dispuesta circularmente sobre una estructura de madera, sugerirían incluso un cierto clasicismo en su forma). Pero son sus combinaciones tan inapelablemente orgánicas y tan manifiestamente vacilante es su equilibrio que, más que referencias a un determinado formalismo, parecen alegres y desinhibidos danzantes en la pétrea y abrumadora arquitectura de la institución muniquesa.

No es menos relevante la relación que obra y contexto tejen desde un punto de vista conceptual. Para explicar la obra del artista es preciso remontarse a su infancia y a su juventud en el barrio de Coyoacán de la Ciudad de México donde nació. Es una zona de tierra volcánica que concentró a gentes procedentes de todo el país que buscaron suerte en la gran ciudad dejando atrás sus penurias rurales. Crecía el barrio impulsado por un tipo de arquitectura de fuerte carácter artesanal, con viviendas que se alzaban a partir fragmentos de los más dispares objetos. Una de estas estructuras, endebles y oscilantes, dio cobijo a la familia de Cruzvillegas, un tipo de construcción que siempre se estaba haciendo, erguida casi milagrosamente con añadidos inverosímiles pero siempre reales y cercanos que sublimaban un incorruptible arraigo en el lugar.

Cruzvillegas no estaba sólo. El crecimiento de la Colonia Ajusco de Coyoacán se cimentó en la colaboración y en el esfuerzo común de quienes anhelaban labrarse un futuro digno. No recuerda el artista tan próspera actividad sin la mano tendida de vecinos y amigos, sin las canciones tarareadas por los chavales en la calle, sin el verso declamado en cada paso bajo el aire pesado y cálido de la noche. Y no concibe Cruzvillegas su obra sin ese recuerdo. Con él se constata la identificación unánime con esa otra economía cifrada en la distancia corta, en lo humano, lo solidario y lo personal, una economía que quiere ser la alternativa a la dominante, que ignora, negligente y soberbia, las pequeñas cosas de la vida. Por eso, cuando pensamos en el pavoroso totalitarismo con el que el nazismo cercenó y excluyó el arte de su tiempo en las salas de esta inexpugnable arquitectura de órdenes clásicos, la obra de Cruzvillegas nos ofrece una valiosa herramienta para entender que la realidad sí tiene su reverso, y que sólo desde él lograremos zafarnos de las garras del capital, la dictadura de hoy.

La exposición, que se titula, significativamente, Autoconstrucción, el nombre genérico del trabajo que el artista viene realizando en la última década, nos hace partícipes de la actitud colaboracionista del artista mexicano. Trabajando siempre sobre lo específico de cada lugar, Cruzvillegas convoca a artistas, músicos, poetas, artesanos, activistas y otros agentes locales. Con ellos construye sin planes premeditados para comprobar el potencial de cada elemento físico desde metodologías heterogéneas. El resultado son acumulaciones muchas veces inconexas pero siempre ricas en lo narrativo. Deténganse ante su ya célebre bicicleta: construida con mil cachivaches durante una residencia en Escocia, incorpora piezas de audio en las que se escuchan versiones que bandas de pop de Glasgow hacen de las canciones que acompañaban al artista en su juventud en Ajusco.

La autoconstrucción alude a un ejercicio manual, artesanal e irrefutablemente analógico, pero apunta al mismo tiempo al modo en que se forja la identidad del artista. Es profundamente biográfica la obra de Cruzvillegas, pero, como sus construcciones, su historia está hecha también de retales, de experiencias propias y ajenas, vividas en este mundo o en otros.