Arte internacional

Dan Flavin, la luz, el pensamiento, el espacio

Dan Flavin. Retrospectiva

20 julio, 2006 02:00

Vista de la instalación de Dan Flavin en Paris

Museo de Arte Moderno de la ciudad de París. Av. Président Wilson, 11. París. Hasta el 8 de octubre

Se presenta en París una magnífica exposición retrospectiva de Dan Flavin (1933-1996), uno de los artistas más importantes de la segunda mitad del siglo veinte. Es todo un acontecimiento, porque la anterior retrospectiva de su obra se remonta nada menos que a 1969. La muestra actual, un proyecto largamente planeado, incluso todavía en vida del artista, ha sido organizada por la Dia Art Foundation, de Nueva York, en colaboración con la National Gallery of Art, de Washington. En esa ciudad pudo verse por vez primera en octubre de 2004, viajando después a Fort Worth (Texas) y a Chicago. Diversas fundaciones estadounidenses han contribuido tanto a la producción como a su itinerario en Europa, donde antes de París se presentó en Londres, para terminar su recorrido en Munich, a partir de noviembre de 2007.

Así que, lamentablemente, no podrá verse en España, lo que resulta todavía más desafortunado si se tiene en cuenta que la presentación más importante de obras de Dan Flavin en nuestro país, en la exposición colectiva Arte Minimal de la Colección Panza di Biumo, que tuvo lugar en el Museo Reina Sofía en 1988, no fue reconocida como válida por el artista, y así se puntualiza también ahora en el catálogo de esta muestra. Y es que, si bien la obra de Flavin surgió en el contexto del minimalismo, para referirse a su trabajo él prefería hablar de "arte situacional". Es ésta, desde luego, una expresión mucho más precisa, pues sus piezas en ningún caso tienen un carácter meramente objetual, sino que constituyen una auténtica síntesis de escultura y modificación plástica de los espacios arquitectónicos, todo ello con un intenso aliento pictórico, además de tener como objetivo conseguir la implicación física y mental de los públicos, que dejan así de ser considerados meros espectadores pasivos.

El montaje y presentación de las piezas de Flavin en París es sensacional, permitiendo en todo momento que el público se pueda ir impregnando de forma gradual de los cambios perceptivos propiciados por la disposición de los tubos de luz fluorescente de distintos colores. El único soporte, por cierto, que Flavin utilizó para su trabajo a partir de 1963, año en que realizó una pieza auténticamente seminal, con un tubo fluorescente amarillo de fabricación industrial dispuesto en diagonal sobre la pared, y a la que en un primer momento llamó Diagonal del éxtasis personal, y luego 25 de mayo de 1963 (a Constantin Brancusi). En la exposición se pueden ver no sólo sus grandes piezas de luz, desde ese momento hasta finales de los años ochenta, sino también sus primeros trabajos de fines de los cincuenta: dibujos, collages y pequeñas esculturas, realizadas a partir de objetos encontrados, en los que pueden apreciarse tanto las huellas de una espiritualidad ligada a su educación católica (algo que Flavin quiso mantener siempre en segundo plano), como el diálogo con Marcel Duchamp. Y también los iconos, volúmenes pintados que incorporan ya un tubo fluorescente superpuesto, antes de su utilización desnuda en la obra mencionada de 1963.

Uno de los últimos iconos (un término que inevitablemente remite a la pintura religiosa del catolicismo ortodoxo), dedicado a su hermano gemelo David, muerto con tan sólo veintinueve años en 1962, introduce la costumbre de incorporar una dedicatoria a los títulos de las obras, una práctica que Dan Flavin mantendrá ya hasta el final. La mayor parte de las dedicatorias son para artistas: aparte de Brancusi, Tatlin o Matisse, por ejemplo. Pero las hay también para amigos, en un único caso para un filósofo: Guillermo de Ockham, para un personaje político: George Mc Govern, el candidato demócrata a las elecciones de Estados Unidos en 1972, en las que ganó Richard Nixon, o para los cuatro (soldados) que murieron en una emboscada (en Vietnam). Esas dedicatorias permiten apreciar los referentes plásticos, conceptuales, morales y políticos en los que Flavin inscribe su trabajo y a la vez dan a sus obras un sesgo memorialista bastante acusado, que desde luego las sitúa en un plano completamente distinto al de una perspectiva meramente formal o esteticista.

El planteamiento de Dan Flavin implica un acto de reconocimiento del papel que los materiales tecnológicos cotidianos pueden desempeñar en el terreno del arte y, por consiguiente, una puesta en cuestión de todas las leyendas acumuladas sobre el creacionismo artístico. Sobre su diagonal escribió: "No dejaba mucho espacio al saber hacer artístico". Más que un hacer, para él el arte era un pensar, y así lo manifestó explícitamente: "Me gusta más el arte como pensamiento que como trabajo. Lo he afirmado siempre. (…) Es una proclamación: el arte es pensar".

A partir de ahí, el eje de su trabajo se sitúa en dos de los componentes fundamentales de la tradición artística: la luz y el color, eso sí, la luz y los colores de nuestro tiempo, producidos por objetos de fabricación industrial. El interés de Flavin apuntaba a restaurar un equilibrio entre la luz como imagen y la luz como objeto: "No se puede considerar la luz como un fenómeno objetivo, pero es sin embargo así como yo la contemplo". Sus obras, inscritas en una línea que va de la tradición de la arquitectura, la pintura y la escultura, "a las acciones de luz eléctrica que definen el espacio", pretenden actuar como "estructuras mentales simples". Propuestas, en definitiva, que revitalizan el carácter mental y espiritual del arte en la época histórica del dominio global de la tecnología, precisamente a través de ella.