Image: Doble ultramar

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Arquitectura

Doble ultramar

Biblioteca de Ceuta de Paredes Pedrosa

31 mayo, 2013 02:00
Enrique Encabo Inmaculada Maluenda

Exterior de la Biblioteca de Ceuta

Víctima y producto de su posición estratégica, Ceuta celebra el intercambio social y la diversidad cultural. Paredes Pedrosa Arquitectos firman su nueva biblioteca pública, un programa doble que integra la obligatoria función documental con la didáctica arqueológica.

El pasajero de al lado pellizca un par de pastillas, mientras el ferry se dirige a Ceuta: "va a ser un viaje movido", advierte; "uno no pasa indemne a África, aunque sea con salvavidas". Allí, al otro lado del Estrecho, en la península de Almina, Ángela García de Paredes e Ignacio Pedrosa (Madrid, 1958) acaban de terminar su último trabajo, una biblioteca pública que abrirá sus puertas en los próximos meses. El bamboleo del barco provoca un cierto mareo que no remite siquiera al pisar el puerto, y tiñe la visita de una peculiar ligereza en flotación. En el camino se despliegan distintas capas de realidad que, fuera de ortodoxias, solicitan ser dispuestas y consideradas en igualdad de condiciones. No viene mal el extrañamiento, porque el lugar -con su tejido social en busca de urdimbre- y sus tiempos superpuestos se antojan más decisivos que cualquier posible decisión edilicia.

La biblioteca, desde la misma propuesta del concurso, determinó la coexistencia de su natural función archivística con el yacimiento arqueológico meriní encontrado en el solar -bajo el nombre de ‘Huerta Rufino'-, que comprendía varias casas patio articuladas mediante vías ortogonales. Los arquitectos optaron por la inclusión de conocimientos en equidad, todo bajo un mismo techo, frente a la habitual musealización. Los restos son a la vez tema y fulcro del proyecto al subvertir su desarrollo espacial, su programa y su forma a través de cierta obsesión por lo dual y lo simultáneo. Así, la pendiente del entorno obliga a dos entradas: una desde el centro de la ciudad y otra desde la cornisa del mar de Alborán. El vestíbulo en triple altura resuelve ambos accesos, vierte sobre las trazas históricas y sincroniza el tiempo arqueológico y el cotidiano. Esa duplicidad se mantiene en la configuración material del exterior, una talla orográfica que atiende a una precisa relación de escala con el entorno y el relieve. El gran vaso de hormigón surge del terreno -para cubrir y proteger las piedras viejas-, se abocina y sirve de apoyo a la piel ligera de aluminio perforado que parece derramarse desde la cumbre. La tensión entre tiempos, orientaciones y materiales se culmina con la dialéctica visual que se establece entre el interior del edificio y el paisaje ceutí: la visión panorámica, presente más allá de esos huecos de hormigón que identifican al volumen, contradice la aparente opacidad de la piel metálica. Desde las salas de lectura -orientadas a poniente y protegidas por las lamas de aluminio- el lector puede, de hito en hito, atisbar el perfil de la montaña que señala la frontera con Marruecos, la Mujer Muerta.

El paseo por la doble valla, el trajín en sus inmediaciones y el merodeo por la barriada del Príncipe obligan a considerar la naturaleza de la apuesta: esta pequeña ciudad necesita de asideros sociales que afirmen su identidad propia. La argamasa elegida en esta ocasión, la cultura, no admite simplificaciones. A fin de cuentas, en esta lengua de tierra, donde tantos estratos de realidad se acumulan, solo debe testarse la pertinencia de una operación a través de su habilidad para conjugar opuestos. La vuelta en el barco parece corroborarlo, mientras unos hindúes cantan a pleno pulmón el himno del Barça.