A Giacometti le gustaba caminar. De eso no hay duda. En 1915, con 14 años, está interno en Schiers, en el cantón de los Grisones, y al llegar la Navidad emprende su viaje de vuelta a casa. Con tan solo unas monedas en los bolsillos, lo justo para comprar el billete de tren, entra en una librería donde descubre un libro de Rodin que le conmueve y fascina. Se siente tentado de comprarlo pero tiene que escoger. No lo duda, adquiere el jugoso volumen y vuelve a casa andando esos 16 kilómetros de trayecto entre la lluvia y la nieve, los traspiés y las caídas. Años más tarde Giacometti realiza la escultura El hombre que camina, nombre que coge de una obra del maestro. El artista suizo "tenía mucha ambición y creo que sueña con ser Rodin algún día", afirma Franck Maubert, autor del libro El hombre que camina (Acantilado) y que se encuentra en Madrid para ofrecer la conferencia Algunas historias sobre Giacometti en el Museo del Prado.

No es la primera vez que el escritor se adentra en la vida del escultor de estas figuras alargadas y filiformes. Hace dos años publicó El último modelo, una suerte de biografía novelada de Caroline, la última modelo del escultor, también su último amor. "Era su amante entre comillas. Un día me enteré de que vivía, la busqué y empecé a pensar en este libro", explica Maubert a El Cultural. "La conocí en Niza, vivía en una apartamento pequeño y cuando abrió la puerta era como estar en una obra de Beckett, el ambiente era desolador, había una jaula para pájaros pero estaban fuera. Ella estaba muy desesperada, creo que estaba dominada por un hombre que no tenía buenas intenciones, que la amenazaba". Aquel título le valió el Premio Renaudot. "Después me sumergí en la obra de Giacometti y me di cuenta de que no había nada sobre la escultura El hombre que camina y quería saber de dónde viene, a dónde va y quién es". 

Pregunta. Esta escultura de Giacometti la vio por primera vez a los 18 años. ¿Cuál fue la primera impresión que le causó y cómo perdura esa sensación?

Respuesta. La primera vez siempre es más fuerte, además era un choque porque había tormenta, la vi en el patio de la Fundación Maegth en Saint Paul de Vence. Tuve la impresión de ver a un primer hombre que surgía de las tinieblas y me hablaba sin palabras. Ahora, cuando la vuelvo a ver, mantengo un diálogo ininterrumpido

P. Dice en el libro que El hombre que camina podría representar al propio Giacometti. 

R. No lo conocí pero, como vemos en la foto de Cartier Bresson en la que camina bajo la lluvia, encorvado, tenía una actitud y aspecto humilde. Hay similitudes aunque él jamás reconoció que fuera un autorretrato. 

P. Otra de las facetas de Giacometti se encuentra en el dibujo. ¿Lo consideraba un arte en sí mismo? 

R. Era una suerte de automatismo, se entrenaba dibujando. Cuando estaba con alguien dibujaba en sobres, en periódicos, en el primer papel que encontrara. Hacía retratos de la persona que tuviera enfrente y se entrenaba antes de esculpir. Aunque pensaba que sus dibujos nunca estaban acabados.

P. Lo mismo ocurría con sus obras, nunca estaba satisfecho, ¿no?

R. “Crear es fracasar”, decía Beckett. El escultor estimaba que su obra jamás estaba terminada, había que arrancársela de las manos y era su hermano Diego, que custodiaba su taller, el que se la quitaba porque en torno a los ojos en particular iba ahondando con sus dedos, sus uñas, a veces con un cuchillo pequeño. Decía que lo único que se percibe en el ser humano es la mirada y así se reconoce a alguien.

P. Esa insatisfacción continua, ¿era fruto de la inseguridad o de un ser perfeccionista?

R. Estaba insatisfecho. Perfeccionista también lo era pero esta etiqueta corresponde más a un pintor como Balthus. Giacometti era una insatisfacción permanente, decía que había que volver a repetir el trabajo una y otra vez. Era incansable.

P. ¿Cuál era su proceso creativo, cuáles sus fuentes de inspiración?

R. No sé si había inspiración, creo que tras la creación, en primer lugar, hay mucho trabajo y luego va siguiendo un camino que le interesa. Hace muchos retratos pero solamente podía pintar o esculpir a gente de la que le gustaba su plástica. Por ejemplo, conoció a Marlene Dietrich, que se enamoró de él, y un día fue a su taller con rosas rojas. Él estaba subido a una escalera e hizo como si no estuviera. Ella quería mucho más y le hubiera gustado ser pintada o esculpida por él, pero nunca lo hizo.

P. ¿Tiene algún ejemplo de alguien a quien sí retrara?

R. Sí, a un amigo de Sartre y Camus, un profesor de filosofía japonés que se llamaba Isaku Yanaihara. Era traductor de ambos. Cuando lo conoció le impactó el aspecto plástico de su rostro, veía un misterio que no podía entender ni descifrar, le intrigaba mucho. Le pidió que posara y lo retuvo en su taller durante dos meses. Como Giacometti se había enamorado de Caroline, Yanaihara le presentó a Annette, esperando que se enamorara de ella y así ocurrió. Aunque él mantenía a su mujer en una habitación pequeña encima de su taller, que también era pequeño. Solo al final de su vida le regaló un piso.

P. Giacometti, que coqueteó con el surrealismo aunque lo dejó de lado para continuar un estilo propio, ¿sucumbió en algún momento a las leyes del mercado del arte?

R. Jamás. Ignoraba el dinero, incluso cuando lo tenía, que empezó a tenerlo tarde, después de la exposición que le organizó Pierre Mattise en Nueva York en 1948, en la que lo vendió todo, no tenía cuenta bancaria, lo ponía debajo del colchón del taller. El dinero era para ir al café por la noche, era generoso, invitaba a sus amigos. Incluso un día Caroline llegó un día con unos señores, salieron de un coche americano y preguntaron dónde lo tenía. Eran sus proxenetas. Se lo llevaron todo, menos las obras de arte, porque no habían entendido lo que había detrás. Nunca se lo reprochó.

P. A aquella exposición de Nueva York no acudió. Era un ser muy hogareño y no fue hasta el final de su vida cuando decidió viajar a Estados Unidos para el proyecto del Chase Manhattan Bank. ¿Qué ocurrió con aquel trabajo?

R. El proyecto fue rechazado, lo cual demuestra la percepción del arte que tienen los banqueros. 

P. Él se lo había tomado muy en serio. ¿Lo vio como un fracaso más?

R. Para él todo era un fracaso.

P. Curiosamente, la escultura que iba a colocar allí, El hombre que camina, se ha convertido en la escultura más cara vendida en una subasta. ¿Caprichos del destino?

R. Así es. Yo pienso que en el fondo sabía que era un gran artista. He conocido a Bacon y a otros artistas y sin decirlo lo saben porque cuando se les pregunta por otros artistas que les interesen siempre encuentran ejemplos que pertenecen al pasado. 

P. De hecho, a Giacometti le interesaba mucho tanto la escultura antigua como la pintura de los maestros italianos. 

R. Es una admiración sin límites. En el Louvre está la escultura de una mujer erguida encima de un carro que ha sido reproducida muchas veces. Él tenía un libro de 1941 de una alemana especialista en arte egipcio que leía cada noche. Era su libro de cabecera y en él anotaba y dibujaba lo que visualizaba de lo que estaba escrito. 

P. Al Louvre iba mucho y allí copiaba muchas obras. ¿Por qué?

R. Hizo muchas copias durante toda la vida, le ayudaba a mirar. Todos los grandes artistas se obsesionan con su terreno, el arte era una necesidad para el artista y Giacometti vivía para ello y no para un confort burgués.

P. ¿Cuál considera que es el gran legado que nos ha dejado Giacometti?

R.El legado más importante es dejar El hombre que camina para comunicarnos qué es la condición humana, esta mirada del hombre frente a sí mismo tal y como jamás se había representado y que se ha convertido en una obra mayor del siglo XX. 

P. ¿Existen obras inéditas que no se hayan visto nunca?

R. La Fundación de Giacometti tiene muchas obras que no han sido expuestas. Las sacan poco a poco, a cuentagotas. Aún quedan cosas por descubrir, sobre todo las del último periodo, pero todas se parecen bastante de modo que no vamos a descubrir un periodo nuevo

@scamarzana