Para los foráneos, es posible que incluso para los nativos también, uno no acaba nunca de estar en Madrid. Así, en su sentido amplio, Madrid es inabarcable. Si uno quisiera entender su orden y su caos, sus calles, sus gentes, su cielo y su sol, tendría que empezar a desmigar pixel por pixel de la imagen, persona a persona, su historia. "Madrid no rasca el cielo como Nueva York" ni "tiene la majestuosidad de París", escribe Sergio C. Fanjul (Oviedo, 1980). "No tiene un Sena o un Támesis, como París o Londres". Más bien, la capital, "tiende a la planitud". Pero en eso también, recuerda, radica todo su encanto. "En esa sencillez, en ese caos, esa complejidad, esa irresumibilidad".

Y es que Madrid, explica el asturiano, solo se puede vivir en los detalles. Y lo cierto es que, si uno desmiga Madrid, lo que se encuentra es con este libro, La ciudad infinita, en el que, bajo el subtítulo Crónicas de exploración urbana, el autor construye además un ensayo sobre urbanismo, desigualdad, convivencia, gentrificación y turismo. "Es la historia de la sociedad y de la gente de los barrios a través de los lugares", explica Sergio C. Fanjul. Un paseo literario que inició en el verano de 2018 cuando, como parte de las actividades organizadas para Veranos de la Villa, se aventuró a recorrer los distintos distritos de la capital, en calidad de "paseador oficial".

Astrofísico de formación y poeta de vocación el escritor asturiano se aventura así en este libro, publicado por Reservoir Books, a explorar las calles de Madrid en búsqueda, dentro y fuera de la M-30, de los hitos no evidentes de la capital. Hitos como el del Carrefour de Lavapiés, nos cuenta, "punto neurálgico del barrio", que fue el primero en abrir las 24 horas del día en toda España.

Autor de libros de poesía como Otros demoniosLa crisis: econopoemasInventario de intertebrados y Pertinaz freelance, Fanjul ha publicado además varios títulos de relatos y textos como Genio de extrarradio y La vida instantánea. Vecino de Lavapiés, vive en Madrid desde el año 2001. Fue precisamente en aquel Carrefour donde realizó sus entrevistas de Encuentros con la cultura a distintas personalidades que frecuentaban aquel mercado sobre el que es inevitable caer.

Síntoma de "una sociedad con jornadas laborales largas y dispersas, con mucho trabajador autónomo", a partir de los cambios que ha sufrido el complejo, uno puede reflexionar sobre las transformaciones del propio barrio y de la ciudad. "Cuando yo llegué -recuerda- era un sitio horroroso y ahora está mucho más diseñado". El cambio también se ha notado en la clientela. "Antes había mucha inmigración y personas mayores y últimamente se ve mucho turista y gente moderna", describe.

Ilustración de Eva Vázquez para La ciudad infinita

Como Madrid, Lavapiés vive su particular constante movimiento. Se trata este de un barrio de inmigrantes y jubilados que, poco a poco, va mutando su identidad entre las galerías de arte, que buscan "convertir el barrio en un lugar distinguido y cultural" y los hostels y albergues baratos que atraen a un tipo de turismo más festivo juvenil. "Antes, toda la zona de arriba estaba tomada por las tiendas chinas al por mayor, pero desde que prohibieron circular a los camiones de carga y descarga todos se fueron a otro lugar". Los que más resisten, tercia, "son la inmigración bangladeshi, porque viven todos aquí y no tienen otras redes sociales fuera de este barrio. Además, la mayoría, tiene sus negocios propios en la zona".

Aunque en su libro, Fanjul se aleja al extrarradio de Madrid, Lavapiés es un buen punto de partida para contemplar estos y otros fenómenos que están afectando a la capital. Por ejemplo, las salas de juego. "En los barrios más pobres, en los lugares más periféricos, hay una verdadera plaga de salas como esta -reflexiona-. Las asociaciones de ludopatía están muy preocupadas porque se está haciendo una publicidad muy agresiva, lo que genera un verdadero problema de adicción".

Rincones más positivos como el Paticano, de Leo Bassi, "una iglesia que adora al patito de goma y que promueve los valores de la ilustración, el libre pensamiento", o bares como el café Barbieri, uno de esos escasos supervivientes, flanquean también sus calles. "Otro fenómeno que estamos viendo en el centro es la desaparición de los bares más tradicionales. Esos bares con barra metálica, donde puedes desayunar, cenar, comer, leer el periódico, tomar cañas o copas, ver el fútbol o el telediario, indistintamente. Son bares que actuaban como centro social en los barrios, donde iban muchos parroquianos, señores solitarios que solían bajar al bar a conversar con cualquier desconocido y que en Lavapiés apenas quedan. Están siendo sustituidos por otro tipo de establecimientos más impersonales. De interiorismo crónico", argumenta.

Calles estrechas e infinitas, que suben y que bajan, intactas a la presencia de los locales comerciales. "A mí siempre me recuerdan a las calles de un pueblo pesquero. Que bajan hacia el puerto". Caminos que se juntan a otros. Relatos de ideales y denuncia. Ahora lo es menos, pero "Lavapiés durante muchos años ha sido siempre nido de muchas asociaciones y ONGs, un hervidero del movimiento político, contracultural y también de los colectivos de arte crítico que había en los 90 y después", como la Red de Lavapiés o el colectivo La Dinamo.

Calles, en fin, que desembocan en Argumosa, buque insignia en el tema del desahucio. Historias como la de las vecinas del número 11. "Hay cinco bloques en Lavapiés que están en esta situación", señala. Sergio C. Fanjul se refiere a ellos como "desahucios invisibles". Edificios comprados por un fondo mobiliario, a pesar de los inquilinos que viven en ellos, para poner viviendas de lujo o pisos de alquiler turístico. El de esta calle es uno de los más conocidos. "Varias vecinas han aguantado cinco o seis desahucios pero hace un mes o dos fueron desalojadas -explica el escritor-. Recuerdo aquel día, fue bastante brutal porque cuando me asomé a las seis de la mañana a la ventana estaba la calle tomada por furgones policiales. Me impresionó mucho ver a los policías llegar con el ariete, con el que tiran las puertas, o con las cizallas. En esos objetos se veía la violencia que hay en un desahucio. Mientras las calles se llenan de turistas, de sitios bonitos y cosas modernas, los vecinos más pobres son expulsados. Esta disputa que hay por el territorio urbano no deja de ser una lucha de clases".

La ciudad donde se cruzan los caminos, en palabras de Sabina. Esa ciudad infinita que no acaba, para Fanjul. "Mires por donde mires hay una historia que contar. Desde el punto de vista literario es como un cajón de sastre. Por eso se llama así este libro, porque cuando lo terminé, no sabía dónde parar", concluye.

@mailouti