Image: El caballero de Toledo

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Arte

El caballero de Toledo

El Griego de Toledo

14 marzo, 2014 01:00

La alegoría de la liga santa, 1570 (National Gallery, Londres)

Especial Greco

Más de 120 obras de El Greco se reúnen hoy en Toledo en la mayor exposición del pintor hasta la fecha. Es también la primera vez que la ciudad le dedica un homenaje a su vecino más ilustre. La cita es excepcional, la más importante de este 2014 en el calendario del Año Greco. Titulada El Griego de Toledo, y comisariada por uno de los mejores especialistas del pintor, Fernando Marías, tiene como sede el Museo de Santa Cruz junto a los llamados Espacios Greco: la Sacristía de la Catedral de Toledo, la Capilla de San José, el convento de Santo Domingo el Antiguo, La Iglesia de Santo Tomé y el Hospital Tavera. A las obras expuestas habitualmente allí, llegan ahora préstamos de los museos más importantes del mundo, del Louvre de París al Metropolitan de Nueva York, con pinturas nunca vistas en nuestro país. El Greco más completo, el más desconocido. El caballero de Toledo.

En 1724, cuando el tratadista español Antonio Acisclo Palomino publicó sus famosas biografías de artistas españoles, una fuente fundamental para el estudio del arte en nuestro país, no sólo consagró a Diego Velázquez como el mejor pintor en la Historia de España y a Las Meninas como su mejor pintura, inaugurando así un lugar común que llega hasta nuestros días, sino que insertó en su colección una reticente biografía de El Greco, cuyos ecos resuenan hasta la actualidad. "Pero viendo -dice- que sus pinturas se equivocaban con las de Tiziano, trató tanto de mudar de manera, con tal extravagancia, que llegó a hacer despreciable y ridícula su pintura, así en lo descoyuntado del dibujo, como en lo desabrido del color".

El juicio de Palomino a inicios del siglo XVIII no es el primero de los negativos en torno a la figura del maestro, que ya había sido criticado, aunque no con tanta rotundidad, por las plumas del Padre Fray José de Sigüenza o de Carducho ya en el siglo XVII. Son todos ellos ejemplos, que se podrían prolongar hasta inicios del siglo XX, del severo juicio y de la incomprensión que buena parte de la crítica europea experimentó ante la desconcertante pintura del cretense.

El Greco había nacido en Candia (Creta) el año de 1541 y allí se educó en la tradición pictórica de la isla, absolutamente versada hacia los modos bizantinos y con una muy escasa influencia veneciana. Hasta hace muy pocos años no se conocían pinturas de esta primerísima etapa del artista, la mayoría de las cuales se pueden ver ahora en la exposición El Griego de Toledo. Con todo, lo auténticamente excepcional de la carrera de El Greco fue su transformación de artista bizantino en pintor a la manera occidental, un caso único en la Historia del Arte, que en esta muestra trata de documentarse al detalle.

Esta evolución tuvo lugar en Italia, país al que El Greco se trasladó seguramente en el año 1567, a Venecia. No sabemos a ciencia cierta si trabajó o no en el taller de Tiziano, aunque resulta claro que la pintura tonal que practicaba el maestro y su uso del color, en muchas ocasiones de esta última etapa de su vida (Tiziano falleció en 1576), no menos "desabrido" que el que poco más tarde haría El Greco, le influyó de manera decisiva. De todas maneras, no debemos olvidar que El Greco escribió que La Crucifixión que Tintoretto había pintado para la Sala del Albergo de la Scuola de San Rocco que le impresionó tanto que pensaba que era la mejor pintura del mundo. Los diez años de estancia veneciana fueron decisivos, ya que fue allí donde aprendió a valorar una pintura que no daba tanta importancia al dibujo como sucedía en Roma o en Florencia en aquella época (lo "descoyuntado del dibujo", que decía Palomino), sino sobre todo al color, a veces incluso arbitrario como sucedía en Tintoretto y a los fuertes contrastes lumínicos que tanto gustaban a Bassano (lo "desabrido del color", del biógrafo español).

Derecha:

El sobrecogedor Cardenal Niño de Guevara, que viene del Metropolitan, es el mejor retrato de El Greco

Pero una experiencia italiana no era completa en la Italia del Renacimiento sin un conocimiento de Miguel Ángel Buonarrotti y de la pintura romana. Allí se encaminó Dominico en 1570 recomendado por un miniaturista croata servidor de la familia Farnesio, Giulio Clovio, del que realizó un fenomenal retrato. Esta familia era entonces la más influyente de Roma, incluso uno de sus miembros, Paulo III, había llegado al trono de San Pedro. Varios años antes, en 1541, se había inaugurado El Juicio Final de Miguel Ángel, en la Capilla Sixtina, y todavía se consideraba este gran fresco la auténtica escuela del mundo. Protegido por los Farnesio y, sobre todo, por su erudito bibliotecario Fulvio Orsini, El Greco realizó varias obras en Roma, tanto retratos como, sobre todo, escenas religiosas con temas como La expulsión de los mercaderes en el Templo, la Curación del ciego o La Anunciación, de los que ejecutó varias versiones, algunas de las cuales podemos ver en la exposición. Pero en realidad, a pesar de su progresiva calidad, ninguna puede considerarse una obra maestra. Sin embargo, su interés es extremo ya que son los jalones hacia la occidentalización de su arte.


Vista y plano de Toledo. Museo El Greco, Toledo

Viaje a españa

Lo cierto es que en 1576 abandonó la Ciudad Eterna para viajar a España. Antes había dicho, al parecer, que Miguel Ángel era un buen hombre que no sabía pintar y que si se tirara El Juicio Final, él lo pintaría mejor. Semejante afirmación ha hecho correr ríos de tinta hasta la actualidad. Pero Xavier de Salas, en 1947, estudió lo complejo de las relaciones de El Greco y Miguel Ángel situando el tema en su verdaderos términos. Lo que el cretense afirmaba no era otra cosa que su preferencia por la pintura veneciana, es decir, una pintura basada en el color y su expresividad, antes que por la pintura romana de Miguel Ángel y secuaces, fundamentada en el dibujo. Esta era una de las polémicas fundamentales del arte de la época y El Greco, como otros, tomaba partido.

Así lo había hecho también Giorgio Vasari, el gran biógrafo y discípulo de Miguel Ángel. Por eso, como también estudió Salas, cuando El Greco anotó el libro de éste lo atacó con saña, dureza, desprecio e ironía. Fueron precisamente estas anotaciones (que también realizó al tratado de Vitruvio), así como el cada vez mejor conocimiento por parte de los historiadores de la etapa italiana, las que hicieron cambiar el sentido de las primeras valoraciones positivas de El Greco, que habían comenzado a hacerse generales desde comienzos del siglo XX, sobre todo después del fundamental libro de Manuel Bartolomé Cossío, El Greco, publicado en 1908, y sobre cuyo significado hablaremos de inmediato. Instalado en España en 1576, El Greco experimentó la gran transformación.

Instalado en España en 1576, El Greco experimentó la gran transformación
Abandonando el pequeño formato realizó obras capitales siguiendo su peculiar interpretación de lo veneciano, pero sin olvidar nunca la lección romana. El Expolio de la Catedral de Toledo, el Retablo de Santo Domingo el Antiguo o El Martirio de San Mauricio para El Escorial son las obras capitales de sus primeros años españoles. No es posible resumir las polémicas, controversias y admiraciones que produjeron estas obras. Es este el momento del inicio de sus fenomenales series de retratos encabezados por el célebre Caballero de la mano en el pecho del Prado, presente, junto a otros muchos, en esta exposición, pero también del rechazo de la mencionada obra de El Escorial por parte del rey Felipe II. Si a este rechazo, unimos los violentos pleitos con el Cabildo de la Catedral Primada a cuenta de El Expolio, nos daremos cuenta de lo difícil que se pusieron las cosas en España para El Greco a poco de su llegada a nuestro país. Pero ya era demasiado tarde para rectificar y aquí se quedó hasta su muerte en 1614.

En esta exposición, guiados de la mano de su comisario, Fernando Marías, uno de los mejores estudiosos de El Greco en la actualidad, se explora de manera exhaustiva toda la carrera del cretense, vista desde el punto de vista de su evolución intelectual y artística, tal como es habitual en los estudios del mencionado historiador al que se debe, junto a Agustín Bustamante, el estudio de las mencionadas anotaciones grequianas al tratadista de arquitectura Vitruvio. Fue este, junto a Xavier de Salas, los que dieron la vuelta a las interpretaciones en clave nacionalista y religiosa de la pintura de El Greco, que había tenido su punto culminante en los libros de Cossío y en el posterior de Maurice Barrés, El Greco o el misterio de Toledo, de 1914.

Hacia 1600, coincidiendo con la ejecución de otra de sus grandes obras, el Retablo del Colegio de María de Aragón en Madrid, se inicia su última etapa española. Varias de sus piezas (todas, seis, menos una, del museo de Bucarest conservadas en el Prado) se podrán ver en esta exposición. Es ahora el momento su "extremo expresionismo", como lo calificó Pita Andrade, al que podemos añadir las piezas de la Capilla Ovalle, en el Museo de Santa Cruz, El Escorial y Dumbarrton Oaks (Washington), todas ellas expuestas ahora, y su Adoración de los Pastores, tenida por su última obra, perteneciente al Museo del Prado, impresionante resumen de su obra en la que resuenan los lejanos ecos de La Noche de Correggio que pudo ver en Parma, en el ya lejano viaje de Venecia a Roma, donde sabemos que estuvo. Pero también los de Bassano o Tintoretto. Italia, en suma.

Obras de todos los museos del mundo desde el Louvre a Copenhague, del Capodimonte en Nápoles a Budapest, se pueden ver en esta muestra, destacando las generosas aportaciones del Prado, El Escorial, del propio museo de Santa Cruz de Toledo, de la catedral de Palencia, con el primerizo San Sebastián, y buena parte de los conjuntos de Washington, con las dos pinturas procedentes de la toledana Capilla de San José, y del Metropolitan de Nueva York con sus célebres Autorretrato, Vista de Toledo y el sobrecogedor Cardenal Niño de Guevara, uno de sus mejores, si no el mejor, retrato que El Greco pintara nunca, que, desde detrás de sus antiparras, volverá otra vez a ver a sus paisanos, un tanto cansado del cosmopolita turista neoyorquino.

El otro Greco: su biblioteca

En su biblioteca no tenía ni un sólo libro en español. Nada entre los "17 libros de romance", supuestas novelas, que recoge el primer inventario que hizo su hijo José Manuel en 1614, poco después de morir el pintor. Nada tampoco en el segundo inventario que se hizo siete años después, en 1621. La mayor parte de los 130 volúmenes que llegó a reunir El Greco, una biblioteca bastante completa para la época, estaban en griego (27) e italiano (67). Entre los volúmenes clásicos: la Ilíada, Orlando furioso, las obras de Petrarca, Amadís de Bernardo Tasso... Llegó a tener 19 libros de arquitectura, el arte por antonomasia entonces, más cinco manuscritos. En uno de ellos trabajaba cuando murió y su contenido y paradero hoy se desconocen. Tenía volúmenes de perspectiva, aritmética y geometría. Es curioso saber también que sólo 11 libros eran de religión y, poco devocionales: 5 de Padres de la Iglesia, pero de la griega, los que más reflexionaron sobre el papel que desempeñan las obras de arte y su relación con la divinidad. Tampoco abundaban en su biblioteca los tratados de arte: sólo uno, el de Giovanni Paolo Lomazzo, justamente el más especulativo de finales del XVI...

El Greco no fue un pintor español, ni un pintor místico o especialmente religioso. Bajo esa tesis se estructura La biblioteca de El Greco, la primera muestra dedicada a los libros del pintor, que inaugurará el próximo 31 de marzo el Museo del Prado. La exposición reunirá unos 40 volúmenes procedentes de la Biblioteca del Prado, la Biblioteca Nacional y otras instituciones madrileñas, para acercarse al Greco íntimo, el que hacía anotaciones en los márgenes de los libros, que revelan sus ideas sobre la arquitectura y la pintura. Muchas de esas notas acompañan su edición del tratado de Vitruvio y las Vidas de Vasari, dos de las joyas de esta exposición. La muestra se completará con una carta del pintor, procedente del Archivo de Parma, nueve estampas que probablemente inspiraron algunas de sus obras y cinco pinturas que mostrarán la relación entre su labor pictórica y su biblioteca.