Image: Joan Fontcuberta y Daniel Canogar

Image: Joan Fontcuberta y Daniel Canogar

Arte

Joan Fontcuberta y Daniel Canogar

Encuentros. Sobre el futuro de la fotografía

12 junio, 2008 02:00

Joan Fontcuberta (Foto: ICAL) y Daniel Canogar (Foto: Manolo Yllera)

Los Encuentros de PHotoEspaña se han centrado este año en el futuro de la fotografía. Bajo el lema ¿Soñarán los androides con cámaras fotográficas? se han reunido en Madrid importantes teóricos y artistas. Dos de ellos, Joan Fontcuberta, director además de este ciclo, y Daniel Canogar, firman aquí sus impresiones de presente y futuro.

La fotografía sin cuerpo
por Joan Fontcuberta

Los indicios apuntan que la tecnología electrónica ganará en velocidad y miniaturización. Las operaciones serán tan vertiginosamente rápidas y los aparatos tan extremadamente minúsculos que dejaremos atrás a la ciencia-ficción de hoy. Asistiremos a la edad de oro de la nanotecnología y con ello al nacimiento del hombre biónico.

Pero, ¿qué suerte deparan a las imágenes estos avances? Sin tener que irnos a un futuro muy futuro, simplemente doblando la esquina, advertimos ya ciertos cambios de rumbo. Las imágenes no tendrán cuerpo, serán pura información visual: es la victoria del corpus misticum (el ingenio creador) sobre el corpus mechanicum (el resultado material). Este vaticinio coincide con la previsible desaparición del papel como soporte. Alberto Mangel: "Nuestra futura sociedad sin papel (definida por Bill Gates en un libro impreso sobre papel) será una sociedad sin historia". Aún resultará que Francis Fukuyama tenía razón, aunque fuera por razones que a él se le escaparon.

La fotografía ha estado tautológicamente ligada a la memoria. El futuro quebrará ese vínculo. En lo ontológico, se ha desacreditado la representación naturalista de la cámara. En lo sociológico, se han desplazado los territorios tradicionales de los usos fotográficos. Tanto estudios de mercado como investigaciones académicas demuestran que antaño el grueso de la producción de instantáneas registraba escenas familiares o de viajes: era una forma de salvaguardar vivencias felices, oasis en el desierto de una existencia tediosa. Hoy quienes más fotos hacen ya no son los adultos sino los jóvenes y los adolescentes. Y las fotos que hacen no se conciben como "documentos" sino como "divertimentos", como explosiones vitales de autoafirmación; ya no celebran la familia ni las vacaciones sino las salas de fiesta y los espacios de entretenimiento. Constituyen la mejor plasmación de las imágenes-kleenex: usar y tirar. Ojalá más adelante trasciendan la fivolidad insustancial y apunten hacia lugares de experiencia y reflexión críticas.

Quedaremos inmersos en un universo de imágenes virtuales convincentemente fotorrealistas. La fotografía habrá perdido así, ya definitivamente, el aval de sus raíces tecnocientíficas: su credibilidad pasará a depender de la propia credibilidad de los fotógrafos. Entonces, desde la distancia, entenderemos que la fotografía (sólo) ha sido una (prodigiosa) anomalía histórica en el curso de la comunicación con imágenes.

Fotografía y objeto fotográfico
por Daniel Canogar
La fotografía es una herramienta fundamental para registrar nuestras memorias. Pronosticar el futuro del medio no es tanto un ejercicio de adivinanzas tecnológicas, sino algo mucho más interesante: intentar definir quién y de qué forma se va a escribir nuestra memoria colectiva en los años venideros. Ese futuro ya existe en estado germinal en el presente. Hoy se crea una radical tensión entre usos populares de la fotografía y su circulación como objeto de arte. Las cámaras compactas electrónicas de bajo coste y las incorporadas a los teléfonos móviles han democratizado el medio; el ciudadano toma miles de fotografías de los aspectos más cotidianos de su realidad. Esto parecía prometer la diversificación de memorias colectivas que normalmente pasan a la historia.

Sin embargo, la democratización de la fotografía que ha traído la tecnología electrónica paradójicamente parece instaurar la desaparición del medio. La fotografía se usa para constatar el presente, que es observado a través de la pantalla LCD de la cámara durante breves segundos. Tras esto, parece haber ya cumplido su misión de autentificar el acontecimiento retratado y por lo general desaparece para siempre. Si sobrevive más allá de este lapso, es de forma totalmente desmaterializada como código binario que circula por redes informáticas: imágenes enviadas por internet a los compañeros, o colgadas en blogs o páginas de uso comunitario tipo Flickr. Sólo un pequeño porcentaje llega finalmente a materializarse como copia.

Todo lo contrario ocurre con los usos creativos de la fotografía. En este caso el medio no sólo ha adquirido una predominancia incuestionable en los circuitos artísticos, sino que además los formatos fotográficos son enormes. Más que fotografía, deberíamos hablar de objetos fotográficos de grandes dimensiones, con vivos colores, grandes marcos y montajes que ensalzan su lado más objetual. La fotografía ha tomado el lugar que una vez ocupó la pintura para el coleccionismo. Este coleccionismo, tanto privado como institucional, es el que está escribiendo la memoria de nuestro presente para generaciones venideras. La fotografía artística nos presenta una versión estilizada, escénica y dramática de la realidad. Busca escaparse de la banalidad de lo cotidiano, de esos usos sociales que tanto han cambiado el medio fotográfico en los últimos años.

Al final, quien está escribiendo nuestra memoria colectiva son los coleccionistas de estas fotografías contemporáneas artísticas, que pertenecen a los estratos más privilegiados de la sociedad. La obsolescencia acelerada de la fotografía electrónica popular permite que desaparezca para el futuro un valioso documento de nuestras costumbres y hábitos más cotidianos. La historia oficial de nuestra cultura visual siempre ha sido escrita por los ricos, y en el futuro me temo que lamentablemente seguirá ocurriendo lo mismo.