Arte

The Royal Art Lodge: el nuevo canon

In the Mourning

27 septiembre, 2007 02:00

Sin título, 2007

Galería Espacio Mínimo. Doctor Fourquet, 17. Madrid. Hasta el 20 de octubre. De 500 a 20.000 E.

Había una vez varios chicos que vivían en Winnipeg, en el frío Canadá. Apenas habían entrado en la veintena y ya habían decidido ser artistas. Sus nombres eran Marcel Dzama, Michael Dumontier y Neil Farber. Cuando en la Universidad se encontraron con Drue Langlois, Jonathan Pylypchuk y Adrian Shalon Williams, sumaron a su determinación la de formar una sociedad en la que crear de forma conjunta. De ese modo, en 1996 nació The Royal Art Lodge, la real logia del arte. A la par que cada uno alumbraba su propio camino, cumplieron su ritual de reunirse cada miércoles en la Logia para divertirse pintando y dibujando, haciendo vídeos, música, muñecos o escultura. Aunque sus miembros fueron cambiando y, pese a que sus destinos pudieron llegar a dispersarlos, Dzama, Dumontier y Farber se mantuvieron siempre unidos y fieles a la cita semanal.

En 2003, The Royal Art Lodge conoció el éxito tras una muestra en The Drawing Center de Nueva York. El gran conjunto de obras crudas, urgentes, caseras en cuanto a los materiales empleados pero de gran pegada visual era capaz de suscitar una rara emoción plástica. En ellas, las cosas (personas, animales, naturaleza, hogar, híbridos) eran siempre reconocibles pero extrañas. El humor, el absurdo y lo cotidiano daban lugar a un conjunto de imágenes estremecedoras y cándidas, melancólicas, salvajes, hermosas, oníricas y perversas. Hoy, obras como aquéllas pero recientes cuelgan en el espacio que empezó a dar a conocer por estos pagos a Farber y Dzama con aquella colectiva que llamaron con guasa Paperview. Es la primera vez que la Real Logia cuenta en España con toda la sala para ella sola y el resultado no decepciona.

En In the Mourning (no "Por la mañana" sino "En la aflicción") hallamos un grupo desarmante de pequeñas pinturas sobre madera y dos polípticos compuestos por veinte dibujos. Muchas veces marcadas con la fecha de acabado, sin embargo dan la impresión de ser fruto de un trabajo y un consenso mayores de los aparentes. Figuraciones a menudo completadas con frases escritas, se trata de obras desconcertantes que no buscan pero sí requieren la complicidad del que las mira. Estampas variopintas en que se advierte la multiplicidad de ojos, mentes y manos, pero unidas por un cordón umbilical que las ata a una esencia propia, inconfundible. Ese toque.

El recorrido tiene algo de visita a un museo donde las pinturas reflejaran un nuevo canon estético afín a la mentalidad y existencia del nuevo adulto occidental. Alguien que vive apegado a la niñez (y su doble fondo de ilusión y pesadilla, maravilla y crueldad) y al reciclaje del pasado reciente de la imagen gráfica: cómic e ilustración de revistas, libros infantiles... Línea clara para un fondo turbio. Como viñetas o ilustraciones de un cuento invertido en que los monstruos siguen en el armario y tienen forma de sinsentido, deseo o hastío de lo cotidiano pero la belleza abunda y su búsqueda puede hacerse jugando y siempre con humor. Y este cuento no se acaba.