Vivian Gornick (Nueva York, 1935) disfruta de un estatus anómalo en España. La brutal irrupción de Apegos feroces, ese clásico del memorialismo estadounidense que Sexto Piso recuperó en 2017 y que ha vendido ya 50.000 ejemplares, la han convertido en una autora respetada, influyente y querida en nuestro país sin haber escrito jamás una novela como tal ni un ensayo al uso. Su obra se nutre de ácidas y divertidas memorias y de su amplia experiencia como crítica literaria, que la hace capaz de extraer jugosos puntos de vista a escritores ya muy visitados.

Precisamente una amalgama de ambas facetas es lo que compone Cuentas pendientes. Reflexiones de una lectora reincidente (Sexto Piso), un apasionante recorrido por autores que han marcado a la escritora en el que, debatiendo consigo mismo cómo ha cambiado a lo largo de los años su entendimiento de Natalia Ginzburg, D. H. Lawrence, Colette o Marguerite Duras, logra hallar claves sobre la sociedad que produjo esas obras y sobre la nuestra, e iluminar importantes zonas de la condición humana.

“Me preocupa siempre mucho la proporción de mí misma que uso en mis libros”, confiesa Gornick a través de la pantalla desde su apartamento neoyorquino. “Desde mis orígenes como escritora —cuando era reportera del Village Voice en los años 70— siempre me vi como una periodista personal, autora de crónicas, que es lo que era hace 40 años. Pero ya entonces siempre supe que me valía de mí misma para hablar de otras cosas, y no al revés, pero el equilibrio es muy importante. Siempre he enseñado a mis estudiantes que los sentimientos no son un tema, sino un medio para llegar a una historia, a un fin”, explica.

Una lectora mutante

En Cuentas pendientes, que el año pasado fue finalista del Premio de la Crítica de Estados Unidos, es de nuevo la experiencia de la escritora la que conduce y trufa las reflexiones sobre las obras. “La idea surgió cuando releí Regreso a Howards End, de E. M. Forster, una novela misteriosa en muchos sentidos. Cuando la leí en mi juventud percibí el misterio, pero no lo entendí, y ahora, tantos años después, comprendí que lo que marca la novela es lo que al autor podía y no podía decir en aquel momento, lo vi con otros ojos”.

"Hay muchos libros que no se pueden dar a los jóvenes porque exigen experiencia vital. Cada relectura, revela algo diferente"

Así, entre apreciaciones y recuerdos, la escritora desgrana “la relación entre un libro y el paso por la vida de una persona. Me di cuenta de que un libro se nos revela distinto a todos si lo releemos, porque en cada lectura a varias edades, los libros te revelan cosas diferentes”. Otro ejemplo es Hijos y amantes de D. H. Lawrence, “el primer libro que identifiqué plenamente como literatura. Lo fui leyendo cada 15 años y cada vez me identifiqué con un personaje diferente, porque cada uno lleva su peso de experiencia. Y yo, la lectora, tenía que dar con diferentes ritmos para seguir la obra. Y es que muchos libros no se le pueden dar a los jóvenes, porque exigen experiencia vital”.

También puede ocurrir lo contrario, advierte rápidamente la escritora, que un libro sea determinante cuando uno es joven y que después ya no sea necesario, como le ocurre con Colette. “Yo y mis amigas la adorábamos a los 20 años, era la escritora que nos iba a contar cómo teníamos que vivir. Nos enseñó que la pasión sexual era lo más importante que íbamos a tener en la vida. A mis veintipocos me afectó de forma profunda”, recuerda Gornick. “Pero no creo que ningún veinteañero de hoy pueda leer a Colette como yo la leí, nadie pensaría que el sexo pueda ser el centro de su vida. Ahora digo que, aunque Colette fue una gran escritora, su obra no tiene gran peso actualmente, porque el núcleo de sus libros ya no refleja la experiencia real de los lectores de hoy en día”.

Relecturas del pasado

En este sentido, Gornick, que desde la pandemia dedica a leer unas cuatro horas diarias, afirma que no suele leer novela contemporánea. “La cultura ha cambiado tanto… Con el mundo digital e internet, mucha gente joven tiene un lenguaje que a mí me resulta extraño. La verdad es que no lo entiendo, no me reconozco en ese lenguaje, en esa literatura que se hace ahora, por eso no me veo capaz de hacer una crítica de una obra actual. aunque no he dejado de sentir esa relación vibrante con la lectura”, apunta.

No obstante, confiesa que, a veces, “cuando me insisten mucho y el amor es un personaje en el libro, lo hago. Y lo que más me sorprende de lo actual es la distancia del escritor. Rachel Cusk, por ejemplo, es la distancia con patas”, opina Gornick. “Escriba lo que escriba vierte una mirada gélida sobre su época y esto se vuelve el centro de su obra y refleja donde está el mundo cultural hoy. Ella no podría haber escrito así hace 50 años, por lo que es en efecto la marca de los tiempos y refleja lo que hay hoy. Yo soy tan vieja que con qué me voy a identificar ya”, bromea.

"Un escritor es genial cuando incluso siendo joven logra reflejar en sus obras sentimientos, emociones y actitudes de cualquier edad"

Por eso la escritora retoma sus clásicos y los exprime una y otra vez. Por ejemplo, ha resintonizado hace poco con Elizabeth Bowen, “una autora muy difícil. Creo que tienes que ser vieja para disfrutarla. Lo intenté de joven, pero su modernismo me superaba, me costaba mucho”, reconoce. Algo similar le pasó con otro cono del feminismo, Virginia Woolf. “Siempre me han gustado sus ensayos, pero cuando leí en la universidad La señora Dalloway no la soportaba. El personaje me parecía muy frío, asustado de la vida y refractario a la sensualidad”, recuerda.

“Sólo con el tiempo comprendí que lo que hacía era intentar salvar el pellejo al dormir sola en un cuarto aparte… qué matrimonio más espantoso”, ríe Gornick. “Simplemente no tenía la capacidad de leer en profundidad. Esto es lo bueno de los genios, un escritor como Woolf o Lawrence, incluso en su juventud, eran ya sabios y reflejaban en sus obras sentimientos, emociones y actitudes de cualquier edad. Eso es una genialidad”, sentencia la escritora, que compara estas revelaciones con las de la pintura contemporánea. “Cuando era joven un cuadro de Pollock no me decía nada. Pero cuando maduré, vi una exposición de Rothko en el Guggenheim y lo entendí. Fue una revelación. Había sido educada en otro mundo y poco a poco me fui acostumbrando de forma subliminal a mirar este tipo de cuadro de la forma en que debían ser vistos. Y lo mismo pasa con los libros y la vida”.

Un cambio paulatino

Como no podía ser de otro modo, Gornick, activa militante feminista desde hace décadas, también entra en la arena para ofrecer su visión. “Es normal que haya fricciones dentro del feminismo. El movimiento #MeToo me sorprendió, sin duda, y a mucha gente que conozco. Las jóvenes surgieron mucho más enfadadas que nosotros, con una rabia revolucionaria, una especie de ‘que le corten la cabeza’”, opina la autora. “Nosotras en los 70 no éramos así, éramos visionarias que queríamos escribir el manual, allanar el camino y descubrir qué significaba que nos consideraran ciudadanas de segunda. Contar qué significaba que nos vieran así. Hubo rabia, pero no fue la seña principal”, insiste la escritora, que recuerda que su éxito reciente en Europa debe mucho a la nueva ola feminista.

“Ahora parece que la rabia va a la baja y todo se ralentiza, pero si en este tiempo unos cuantos miles de hombres y mujeres han cambiado su visión ya es un logro que hará que todo evolucione poco a poco”, valora Gornick, que reconoce que “a la gente de mi edad le ha costado muchos años reconocer que no va a ocurrir nada revolucionario mañana, que las cosas van paso a paso. De repente un día a nadie en su puesto de trabajo se le ocurrirá usar sexualmente a otra persona. El día está lejano, pero ocurrirá…”, añade esperanzada.

"El feminismo no es para las excepciones, sino para la mujer de a pie que quiera experimentar la vida sin sentirse exiliada de sí misma"

Hablando de cómo nacen los cambios, la escritora rememora que “en los primeros años del feminismo en mi generación, vi muchos matrimonios que se fueron a pique, no porque ninguno fuera mala persona, sino porque las cuestiones que la mujer planteaba dinamitaban todo. La ideología era muy simple, pero la realidad emocional era muchísimo más compleja. Cada cual tiene que lidiar con esos problemas a su manera, es algo personal”, explica.

“Mi marido me dijo una vez: ‘me ha llevado 40 años aprender las reglas y ahora me dices que esto ya no vale’. Así que nos separamos. No hay una receta mágica, depende enormemente de cada persona y de cada situación”, opina Gornick, que deja una última y sabia reflexión. “El feminismo no es para las excepciones brillantes, sino para la mujer de a pie que quiera experimentar la vida sin sentirse exiliada de sí misma. ¿Sabes cuántos trabajos era imposible que hicieran mujeres hace 60 años? Pero hoy los hacen. El mundo ha cambiado mucho, por ejemplo, e nivel de leyes, costumbres, moral, hábitos, expectativas… de modo que muchas mujeres puedan considerarse iguales. Ese es el camino, buscar el cambio cultural”, concluye.