George Harrison nunca se conformó con los destinos previsibles de su vida. De joven, decidió ir más allá del anodino futuro que podía esperar el hijo de una familia humilde en un suburbio de Liverpool. Años después, no aceptó tampoco acomodarse en los estereotipos de una millonaria leyenda viva del rock. Harrison nunca se conformó con ser solo lo que se esperaba de él que fuese.

El llamado ‘beatle silencioso’, condenado a ser oscurecido por el arrollador equipo creativo que formaban Lennon y McCartney, era un chico tímido, de sonrisa escasa, de pocas palabras, sin la chispa cómica ni el talento para la autopromoción de sus tres compañeros de grupo e incómodo con la gloria. Pero escondía un secreto: el espíritu aventurero. George era un explorador, un buscador. Como músico y como ser humano. Y en su búsqueda tomó un camino imprevisto para aquel chaval que, como todos, admiraba a Elvis y soñaba con tocar como Chuck Berry. Y ese camino que eligió para su aventura vital y musical, para trascenderse a sí mismo, para esquivar lo previsible, le llevó a embarcarse en un viaje apasionante y a alcanzar un destino que desbarataba toda predicción: le condujo a la India, a su profunda complejidad cultural, musical y religiosa. Y allí encontró a Ravi Shankar. 

Harrison es, a mi juicio, el más indescifrable y polifacético de los cuatro Beatles, por supuesto el más espiritual y, musicalmente, el compositor más complejo. La alargada sombra de sus compañeros puede impedir apreciar su contribución a la historia de la música pop y de los propios Beatles en toda su dimensión. Aunque estos debates entre los aficionados dan para todas las posiciones, no es temerario afirmar que suya es la mejor balada de la historia del pop (Frank Sinatra dixit), 'Something', el mejor disco en solitario grabado por un exbeatle, All Things Must Pass, y una de las grandes cimas creativas del grupo, 'Here comes the sun'. Pero, además, sin duda se debe a Harrison la incorporación al sonido beatle (y, por extensión, a todo el pop posterior) de las melodías hindúes y de instrumentos en principio tan lejanos como el sitar. Sean o no composiciones suyas, Harrison es el promotor de dichas innovaciones revolucionarias que ya aparecieron en ‘Norwegian Wood’ en 1965 y que impregnarían canciones tan icónicas del cuarteto como ‘Within You Without You’, ‘Across the Universe’, ‘The Inner Light’ o ‘Tomorrow Never Knows’. Pero, además, Harrison sería el autor de obras tan representativas de la fusión del pop con los sonidos hindúes como la banda sonora de la película Wonderball (1968) o del exitoso himno hare krishna ‘My Sweet Lord’.

En paralelo a esa aventura musical está también la aventura vital de Harrison, ese viaje intelectual y emocional hacia la meditación y el conocimiento. Como en lo musical, Harrison fue quien guió e introdujo a sus compañeros en ese camino de exploración. Fue él quien les convenció para llevar a cabo aquel legendario viaje a Rishikesh de 1968 para recibir las enseñanzas del Maharishi Yogi. Aquel viaje cambiaría para siempre la visión del mundo de Harrison, pero solo tendría una influencia relativa en John, aún menor en Paul y pronto aburrió a Ringo, que solo duró en aquel retiro espiritual diez días, frente a las cuatro semanas de Paul y las seis de John y George. Harrison continuaría su viaje interior pero, igual que en lo musical, acabó haciéndolo sin la compañía de los tres Beatles. No obstante, no lo hizo solo. A su lado, estaba Ravi Shankar.

Ravi Shankar enseñando a George Harrison, años 60. Foto: Ravi Shankar Foundation

En un mundo lógico, Ravi Shankar y George Harrison no estaban destinados a encontrarse. El chaval de Liverpool y el intérprete de sitar de Benarés no parecían llamados a cruzar sus caminos. Pero, por suerte para todos, lo hicieron. Y el resultado fue una odisea compartida, un viaje que enriqueció a ambos y, por extensión, a todos los que hemos disfrutado de su música. 

La música hindú contemporánea no puede entenderse sin el genio de Ravi Shankar, profesor primero y compañero creativo después de Harrison. Ravi Shankar revitaliza y redefine la música clásica hindú. Populariza el sonido del sitar, enseña al mundo occidental a apreciar la rica complejidad de las ragas y las talas y dinamita prejuicios, fronteras y prevenciones frente a la música hindú. Ravi Shankar habría logrado recorrer ese camino aunque Harrison y él no se hubiesen conocido en Londres a mediados de los 60. Pero también es cierto que su encuentro con el beatle abrió la puerta a su música en escenarios a los que, sin él, habría tenido difícil acceso. Cuesta imaginar a Ravi Shankar tocando en festivales de rock como Woodstock o Monterrey si Harrison no hubiese aparecido en su vida. Pero ninguno es deudor del otro sino que ambos se beneficiaron, enriquecieron y crecieron gracias a la fructífera relación de maestro y discípulo, de profesor dedicado y alumno aplicado, que se estableció entre ambos y que derivó en una alianza creativa, a través del sello Dark Horse, que hizo más grande el legado musical de ambos.

En todo caso, el genio de Ravi Shankar tiene identidad propia y merece ser puesto en valor. Hay que aproximarse a su vida, a la música que han creado él y su familia, a esa odisea existencial que ha llevado al sitar a sonar en el mundo entero, con ese mismo espíritu aventurero, esas mismas ganas de aprender, esa misma curiosidad humilde con la que Harrison llegó a Bombay en 1966 y acabó en una casa flotante de Cachemira recibiendo las enseñanzas del maestro. 

Después de su encuentro, ninguno de los dos volvió a ser igual. Nosotros tampoco.

@fernando_benzo

La exposición ‘Indian Odyssey. El universo de Ravi Shankar’

estará en el Fernán Gómez Centro Cultural de la Villa

de Madrid desde el 3 de diciembre al 17 de enero