Andrés Neuman (Buenos Aires, 1977) acaba de publicar Anatomía sensible con la editorial Páginas de Espuma. Un compendio de textos lúdicos, elásticos, que proponen un tratado social del cuerpo humano, pero también una cartografía libérrima y poética para encontrar a un cuerpo perdido. Un libro irónico y activista que se cuestiona los actuales paradigmas de belleza y nos guía por el cuerpo como escenario, como campo de batalla y como animal político.

Pregunta. Anatomía sensible tiene mucho de mirada inaugural, de asombro primigenio. ¿De qué parte del cuerpo viene ese alumbramiento? ¿desde qué parte del cuerpo lo escribes?

Respuesta. Dependiendo… A veces se escribe desde el estómago, a veces desde la vista o alguno de los otros sentidos. Yo, sin duda, escribo siempre con el oído, o por lo menos lo procuro, porque por allí entra y sale la gramática y creo en un concepto musical de la sintaxis. Hay una oralidad que tiene que ver con el canto, más que con el habla. También se puede escribir desde la huella dactilar, si se está poniendo en juego la identidad.

Pero, más allá de la compartimentación de los miembros, toda escritura es una toma de posesión general del cuerpo. Por ejemplo, Borges dedicó toda su obra a borrar el cuerpo y abstraerlo, a que el cuerpo dejase de ser necesario en su lógica literaria y solo le asoma el cuerpo en el último tramo de su senectud, cuando empieza a pensar muy seriamente en la erosión final y un ligero indicio de extinción física se transparenta en su escritura. Pero la mayor parte del tiempo en la obra de Borges no hay un deseo, no hay un temblor, no hay una piel, aunque esto no es un defecto en absoluto. Es una maniobra de vaciado de la corporalidad y surte un efecto filosóficamente fantasmagórico que es fascinante.

P. Pones tu cuerpo en primera fila, pero hay en Anatomía sensible una suerte de distanciamiento brechtiano de tu propio cuerpo.  ¿Cómo calculas esa distancia?

R. Se puede escribir el cuerpo como Anne Sexton, no desde el cuerpo mismo, sino desde sus secreciones y sus consecuencias, o como Pedro Lemebel, que hace un trabajo sobre el cuerpo propio y genera allí una literatura butleriana desde la parte performática de la escenificación del cuerpo que no preexiste a su puesta en escena. También se puede contemplar con distancia y asombro brechtiano, como dices, ese jeroglífico tan raro que es nuestro propio cuerpo. A mí me gusta pensar que traté de escribir con una mezcla de memoria de la tradición poética del cuerpo, para contravenirla y refutarla, un viaje de vuelta para deshacer el lugar común poético del cuerpo, de desphotoshopear el aparato metafórico tradicional que tiende a rodearlo para dar paso a este asombro inaugural de criatura que comienza a descubrirse y no sabe que tiene manos o no entiende muy bien que esas manos le pertenecen.

P. Así es como empieza la relación del hijo con la madre, como una prolongación de un cuerpo que no distingue dónde empieza uno y termina el otro. ¿Trabajaste también esa mirada plural?

R. Claro, porque en ningún momento del libro se habla de mi cuerpo solamente. Es una colectivización de la mirada sobre el cuerpo, una mirada coral en todos los sentidos porque tiene una identidad fluctuante y también porque canta. Quería que la prosa tuviera su palpitación, su respiración, que la sintaxis tuviese un pulmón y también la capacidad de agitarse y aquietarse como un cuerpo vivo.

P. ¿Hay algo de redescubrimiento radical en todo esto?

R. Hay una vuelta al punto de partida, al origen de los malentendidos culturales en torno al cuerpo, y es obvio que el cuerpo se construye culturalmente, aunque se podría construir también en direcciones perversas. Por eso tenía que reculturizarlo, retroceder a un punto donde todavía fuera posible el asombro, pero alejándome de esa idea naturista de que la mejor aproximación posible al cuerpo sería no tener biografía, ni cultura, ni una postura política, como una especie de mamífero inocente. A mi ese discurso no me interesa para nada. Lo que me interesa, al contrario, es la reapropiación política del cuerpo, ese desafío de autoridad.

P. Partiendo del concepto de autoridad, ¿qué pasa con la mayoría de cuerpos que no están normados ni se ven representados en Instagram o en la publicidad?

R. Obviamente hay un autoritarismo del cuerpo, una imposición alienante y opresiva que excluye la realidad de la inmensa mayoría de cuerpos que no se ven representados en las manifestaciones culturales, publicitarias o incluso en el discurso oficial, pero como toda estructura de autoridad lo más grave y difícil de desimplantar no es la autoridad que viene de afuera, que es un pensamiento político muy tranquilizador, el del enemigo externo, la fuerza opresiva que viene a imponer sus cánones. El problema es la autocensura y la autoalienación que vienen de adentro. Sería más fácil si solo fuese que desde afuera nos agreden la identidad propia e intransferible tratando de anularnos la diversidad, los conflictos y las imperfecciones, pero no, el problema es que eso lo trasladamos al ejercicio cotidiano de todas las maneras posibles.

Las redes sociales e Instagram pueden ser lo que queramos, pero tal y como las tendemos a usar se llenan de nuestros prejuicios y aunque fingen ser plataformas de exposición, lo son en mucho mayor medida de ocultación. Colgamos fotos para ocultar nuestro cuerpo, no para mostrarlo, paradójicamente. Si no sales con el perfil bueno, lo photoshopeas y al final las redes se convierten en un enorme ejercicio de elipsis. Allí donde no llega el discurso ajeno, nos encargamos nosotros mismos, como sociedad, de la automutilación.

P. ¿Se puede combatir el photoshop con literatura?

R. Hay que trabajar colectivamente para construir paradigmas alternativos de cuerpo y de belleza porque la dictadura de la cosmética nos borra el cuerpo. ¿Entonces dónde se representa el otro cuerpo? Y es allí donde hay que trabajar los discursos artísticos y literarios. Hay que escribir para recomponer los cuerpos borrados.

@adribertorelli