Llueve incesantemente sobre una Barcelona en la que empiezan a suceder cosas raras. Pero no cosas raras referentes a la política o la turistificación, sino a la aparición de grietas y agujeros por los que se cuela otra Barcelona paralela en la que todo el mundo se ha convertido en personajes de la cultura popular, de Walt Disney a Starsky y Hutch. En medio de este delirio plantea Javier Pérez Andújar (San Adrián de Besós, 1965) su radical regreso a la ficción, La noche fenomenal (Anagrama), donde narra la historia de un disparatado grupo de amigos, a cada cual más peculiar, que como realizadores de un programa televisivo de sucesos sobrenaturales se erigen en los investigadores principales de esta huida de la realidad donde humor y lirismo se enhebran con mano experta.

"El motor del libro ha sido coger a todos mis amigos, vivos y muertos, y meterlos juntos a vivir una historia delirante que me hubiera encantado vivir con ellos: el librero José Batlló, Curtis Garland, Emilio Manzano, director de Saló de lectura...", enumera Pérez Andújar, que insiste en que la presencia de este nutrido grupo era necesaria porque "esta es una novela artúrica, una mesa redonda. Está el rey Arturo, que es el director del programa, y hay una dama en apuros que viene a pedir ayuda a uno de ellos. Es una reivindicación del género de aventuras, porque lo necesitaba biológicamente. Veo tan desesperanzador y tan desasosegante el entorno político, social, real, que tenía que refugiarme, al menos yo como lector y escritor, en un libro de aventuras".

Pregunta. ¿Hasta qué punto es posible huir de la realidad escribiendo?

Respuesta. Es imposible, y por eso justamente hay que intentarlo. Como escribo desde dentro de la realidad, porque nunca pasa nada fuera de ella por muy alternativa que sea, es imposible que uno no esté atado a ella y que la novela no tenga alusiones, metáforas, concomitancias que te hacen pensar en lo que realmente pasa. La evasión es más de trama, pero de fondo no se puede huir de la realidad política, social, o simplemente real. Todo lo que sucede de algún modo debe estar y está reflejado en el libro.

P. Ahora que habla de metáforas, la trama se complica cuando comienzan a aparecer unos agujeros o grietas por todas partes, ¿qué significan, que la sociedad se resquebraja y está a punto de irse por el sumidero?

R. Las metáforas nunca las puede controlar el autor. Tú las pones a funcionar y cada lector, en la medida de su mundo, de sus intenciones y de su sensibilidad las interpreta como puede. En este caso concreto, beben de una realidad física, que Barcelona está llena de agujeros, porque lleva en obras desde hace un par de años, y vayas por dónde vayas, entre el AVE y no sé qué, ves agujeros. De algún modo, ese paisaje urbano me ha calado. Y luego también están algunas de mis novelas preferidas de la infancia y de siempre, como Viaje al centro de la tierra, de Julio Verne, que empieza descendiendo por un volcán, o Alicia, que en el primer libro también entra por un agujero al mundo de la fantasía. Igual eso de atravesar agujeros lo tengo muy interiorizado literariamente.

Realidad vs. Nostalgia

P. "Escribir es un oficio solitario que se practica entre escombros", escribe. ¿Es cierto eso de la soledad del escritor o a qué tipo de soledad se refiere?

R. Es una soledad necesaria, porque para escribir tienes que distanciarte, para reflexionar tienes que alejar el foco y verlo de lejos. Aunque estés muy implicado en todo, en la vida, en tus amigos, para escribir tienes que distanciarte. Hay gente que no, que es capaz de escribir en un bar, pero yo necesito estar aislado, buscar esa soledad necesaria, porque escribir es un oficio que requiere soledad. Y luego está eso de sentirse solitario en el mundo, que es una sensación adolescente que no he superado.

"La cultura popular es mi iconografía, mi sistema simbólico, igual que la Biblia fue para los pintores de la Edad Media"

P. Sin desvelar mucha trama, digamos que comienzan a aparecer en Barcelona personajes que se han transformado en figuras de la cultura popular. ¿Por qué?

R. "Siempre estoy dispuesto a ser cualquier cosa, menos lo que soy", dice también un pasaje. Siempre trabajo con iconografía de la cultura popular porque estoy hecho de eso, y en realidad para mí no es una impostura, ni un modelo, es algo más profundo, un sistema metafórico. Trabajo con Walt Disney o con Vacaciones en el mar porque es la iconografía y la cultura que me ha impregnado, de la misma manera que para los pintores de la Edad Media el sistema simbólico de los pintores eran las Sagradas Escrituras, sobre todo el Antiguo Testamento. Ellos trabajaban con iconos como Moisés, David y Goliat, Salomé… Mis iconos bíblicos son la cultura popular, con ellos me explico el mundo y las representaciones de éste las hago a través de ellos.

P. Dice que el libro no tiene nostalgia, que eso es algo clasista, pero entonces ¿qué es esa sensación de pérdida que destila la novela en cada página?

R. Creo que eso que dices no es la sensación de pérdida de un mundo, sino de pérdida de la batalla. Yo nostalgia no tengo de nada de lo que ha pasado, porque sé que mi batalla está perdida. Esa sensación que dices tiene que ver con el fondo caballeresco de la novela, de defender causas perdidas. De hecho no me importa que sean justas o injustas, si están perdidas ya son las mías.

Sin embargo, más allá de la realidad actual de Barcelona, y de esa política que todo se lo come y tiene esporádicos y sutiles cameos, la novela muestra dolorosamente clara una Barcelona en vías de desaparición. "Barcelona se está quedando sin churrerías y sin kioscos de prensa y da pena ir por la calle", asegura un personaje. Pero ni eso es nostalgia para Pérez Andújar. "No, porque yo no echo de menos. Nostalgia sería si elevo la voz al cielo diciendo: ay, Barcelona ya no es nada, ya no vale nada... Yo simplemente constato que se ha quedado sin churrerías y sin kioscos de prensa. Si escribes constatas, claro", defiende el escritor. "Lo de las churrerías me da un poco igual, porque compro pocos churros, pero el periódico sí que lo compro a diario, y si desapareciera el kiosco de al lado de mi casa me molestaría porque tendría que ir más lejos. Pero nostalgia no es, simplemente es lo que hay".

Compromiso con la literatura

P. Asegura que con esta obra regresa a la ficción porque le estaba devorando la sociología, ¿cómo es eso?

R. Es una sensación. Libros como Paseos con mi madre (2012) o Los príncipes valientes (2007), para mí son libros profundamente literarios, y quizá no sean ficción, pero eso no quiere decir nada, no son ensayos, ni son testimoniales, son libros de reconstrucción literaria de mi interior. De algún modo, están escritos al calor de En busca del tiempo perdido, o de la Trilogía de Madrid de Umbral... Es una falsificación literaria de mi propia vida, pero se leen como testimoniales o como si hubiera una voluntad sociológica, de compromiso. Y eso no me gusta. Mi compromiso es con el fraseo, con lo que he leído, con la literatura... Entonces, en una huida hacia delante, me he tirado de cabeza hacia la ficción. Veo muy difícil no ser autobiográfico, o sea que más vale poner algo de tu parte para que no se note, o sea, narrar esas vivencias pero al menos echándole un poco de literatura por encima.

"Mis novelas se leen como testimoniales, se busca un compromiso social, pero mi compromiso es con el fraseo, con la literatura"

P. En este sentido, ¿cómo una literatura tan ultraindividualista, tan ácrata como la suya puede a la vez ser tan social y contener toda esa carga popular, ya no en las referencias, sino en el contenido?

R. No lo sé, yo lo que hago es hablar de mi mundo. Las calles, los bloques, todo eso es sencillamente mi mundo. Claro que es fácil darle un punto de vista social, pero yo reivindico mis bloques igual que si hubiera sido millonario hubiera reivindicado mis jardines y piscinas. Pero no es nada más que eso, es lealtad a la materia de la que estoy hecho para poder seguir escribiendo, porque si hablara de otros temas se me vería el plumero. Si escribiera del dolor que ha pasado la gente en la Guerra de Yugoslavia, sería impostado. Claro que lo noto y lo siento, pero no tan profundamente como para poder explicarlo como mío, sería una falsificación. Me remito a hablar de lo que he visto yo, las vías del tren, los amigos caídos, los bloques, esos paisajes y dolores sí los puedo explicar, pero no es que sean una temática social, es que es íntima.

P. Como es constante en su literatura, salta sin complejos de las referencias cultas a referencias populares: personajes televisivos, del cómic... ¿ya no hay fronteras entre alta y baja cultura?

R. Precisamente lo que hago yo no es dividir o distinguir entre culturas, sino asumir la que tengo. Como fui a la universidad a estudiar Filología y he leído lo que se llama cultura académica, también me impregné de ella. Leí, no sé, Madame Bovary, la leí y me gustó, y no puedo hacer como si no la hubiera leído. Entonces lo que hago es jugar con todas las cartas que tengo en la baraja.

P. En este sentido, ¿qué opina del debate en torno al apropiacionismo? ¿La cultura es eso, ir reciclando todo lo pretérito, lo que tiene uno dentro?

R. Para crear yo creo que sí, que es fundamental, de hecho yo utilizo ese sistema a la hora de escribir. Aunque entiendo que en un ambiente académico, donde tienen otra jerarquía de valores y prefieren jerarquizar, porque al fin y al cabo, la academia, la universidad es eso, jerarquizar, renieguen del asunto.

"Lo que no puedes consentir si amas la cultura es que una parte quede excluida, por desconocimiento, indiferencia o prejuicios"

Esta cuestión de las jerarquías no es algo que preocupe especialmente a Pérez Andújar. "Dicen que el escritor más grande de las letras hispánicas es Cervantes, porque como ha influido a todos los que siguieron no se puede entender a este o al otro sin Cervantes. Vale, lo acepto, y además es cierto, porque después de Cervantes ya es muy difícil no ser cervantino", afirma. Pero lo que le chirría de este mundo jerárquico son los huecos, los vacíos. "Lo que sí me da rabia es el silencio, que pesa, por ejemplo, sobre autores como los que escribían novelas de kiosco. Esta gente no es que estén los últimos del canon, es que no están, nadie habla de ellos nunca. Cuando se explica historia de la literatura española, no hay un parrafito que diga entre 1950 y 1980 hubo 2000 escritores en España que escribían para los kioscos, se cambiaban el nombre y publicaron entre todos 100.000 libros", argumenta el escritor.

Por eso en esta novela que es también una novela de homenajes, Pérez Andújar brinda el suyo "al prototipo de escritor de kiosco, explico cómo era esa gente. Porque la academia está para jerarquizar, sí, para crear valores y defenderlos, y para que luego venga otra generación y se los rebata e imponga otros diferentes", explica. "Pero no están para crear silencios, que es la discriminación absoluta, la exclusión. Lo que no puedes consentir si amas la cultura es que parte de ella quede excluida, por desconocimiento, por indiferencia o por prejuicios. Es como eso que se habla mucho ahora en política del diálogo, pues dentro de la cultura también es necesario el diálogo, para evitar que no se excluya a nadie", defiende rotundo.

Límites infinitos

P. El humor es un elemento presente en toda la novela, ¿cómo lo entiende y cómo lo utiliza?¿Y cuáles serían sus límites?

R. Antes de hacer una novela de aventuras me plantee hacerla de humor, pero no me veo con el pulso suficiente para hacer reír en cada página, como el Tom Sharpe de Wilt. Cuando intento escribir algo de risa me pasa como cuando vas al peluquero y nadie se da cuenta. Te quedas con cara de tonto pensando, me he gastado aquí un dinero para nada. Hacer reír es muy divertido, creo que le debo mucho a la gente que me ha hecho reír, y por eso quiero hacerlo yo, es como cuando lees y quieres escribir. Puse la parte de humor que era capaz de crear, pero me hubiera encantado hacer una novela de humor permanente, de cabo a rabo. En cuanto a los límites, creo que tiene límites el lector, el humor no. Cada cual dentro de sus limitaciones llega hasta donde llega, limitaciones me refiero de tolerancia, claro.

P. ¿Y los límites de la cultura, que, como vimos el año pasado en varios momentos comienza a sufrir censuras?

R. Creo que es igual, la cultura no tiene límites, tiene limitaciones quien se acerca a ella. Si alguien de repente empieza a levantar barreras alrededor de la cultura, esa gente que se da por ofendida, qué le vas a hacer. Cada vez son más porque corren tiempos muy malos. También cuando el nazismo se inventó aquello del arte degenerado, o cuando la Inquisición, escribir era jugarse la hoguera. Pero eso no eran límites de la cultura, sino límites del contexto.

P. Ha dicho que "la cultura está desapareciendo, o como mínimo está desapareciendo tal como lo hemos conocido en los últimos milenios". ¿Qué futuro que le espera a la cultura?

R. Fíjate que no es la cultura la que desaparece, sino que desaparece la nuestra. Pero es que antes de la nuestra ha habido muchas culturas. La cultura del Paleolítico, la egipcia, la mesopotámica... culturas que no tenían nada que ver con la nuestra. Nosotros venimos de una cultura que tendrá unos 2.500 años como mucho, esa que viene de esa fusión entre el judeocristianismo y el mundo grecolatino y también del libro, porque a mitad de camino inventaron el libro. Y creo que vamos a ser los últimos testigos, que dentro de poco todo va a cambiar.

"Éramos una cultura de palabra y de lenguaje, pero ahora está cambiando nuestra sensibilidad cultural"

"No lo digo en sentido apocalíptico", matiza el escritor. "Pero nuestra cultura languidece por varios motivos. El libro está perdiendo terreno, vuelve la cultura visual de nuevo, las ciencias vuelven a tener predominancia sobre las letras... Uno de los pilares de la gran cultura, el conocimiento del griego y el latín, ha desaparecido. La gente culta del siglo XVI o del XIX sabía griego, pero hoy ya nadie habla esos idiomas. Éramos una cultura de palabra y de lenguaje, y a la que hemos olvidado estudiar la matriz de nuestro idioma estamos mostrando un síntoma de que estamos cambiando nuestra sensibilidad cultural y vamos hacia otro lado", ahonda Pérez Andújar.

"Los cambios son normales, la evolución humana es una cadena de cambios y 2.000 años es una miseria, no es nada. Mira cuánto duró el Paleolítico, o las culturas preclásicas", razona. "Además, igual lo que había antes era mejor que lo nuestro y descubrir nuestra cultura fue un paso atrás. No sé, en cualquier caso no soy lo suficientemente perspicaz para saber hacia dónde va, la veo irse, pero no llegar", reconoce. Sin embargo, insiste de nuevo en que este análisis no es nostalgia, sino constatación. "Si quieres la verdad, a mí me importa un pito, yo tengo mis libros y tengo mi mundo, y lo que venga después…"