Leonardo Padura

Tusquets. Barcelona, 2017. 448 páginas, 19,90 €. Ebook: 12,99 €

“Sesenta, sesenta, algo se desinfla y estalla, sse-sssen-ta”, se repite, a ratos, Mario Conde ante la“obscena llegada de la vejez”. Se siente, el detective que hubiera preferido ser escritor, escritor de día, pescador de tarde, amante de noche, viejo, cansado (“rodillas, cintura y hombros oxidados; hígado envuelto en grasa; pene cada vez más perezoso”), y sobrepasado, dejado atrás por el Nuevo Mundo, y la dictadura de la urgencia, nada sabe Conde del universo de los celulares, de internet, del invisible motor del presente. Y, dato curioso, en esta nueva aventura, su octavo caso, la Red puede tener parte de la clave de la madeja que está intentando deshilvanar, cuya punta parece ser un robo, pero sólo lo parece. ¿Y quién hay detrás de ese robo?

Un viejo amigo de Conde, Roberto Roque Rosell, Bobby, un ex compinche del preuniversitario al que la vida se le desmontó por algo que el viejo detective está a punto de descubrir, y ese algo es que siempre le gustaron sólo los chicos, aunque fingió lo suyo para encajar todo lo que pudo hasta que perdió la cabeza por un tal Israel y dejó a su mujer y a sus hijos, y ahora está metido en un lío porque se enamoró de un ladrón que se lo quitó todo, incluida una Virgen de Regla milagrosa que llevaba con él décadas, y que, antes, había sido de su abuela, y mucho antes, quién sabe.

Porque si algo deja claro la trama, que avanza en dos tiempos, uno de los cuales va retrocediendo hasta llegar a 1291, el otro, se va aproximando al día en el que Conde cumplirá los sesenta, es que debe dudarse en todo momento de lo que se sabe de la virgen en cuestión. Pero, después de que aparezca el primer cadáver, queda claro que la virgen no es únicamente valiosa para Bobby. De manera clásica y pormenorizadamente efectiva, efectiva en un hardboiled que no teme seguir anclado, y bien anclado en el pasado (se cita al mismísimo Philip Marlowe en la trama, y se habla de un halcón, que no es el maltés, pero vale como guiño en una novela que consiste, como el clásico de Hammett, en ir detrás de una estatuilla), la trama va resolviendo el misterio sumando clichés (bajos fondos, femmes fatales, pérdida del sentido por un topetazo en un momento clave) a la vez que reconstruye la vida de la talla de virgen negra que, Bobby cree, podría tener poderes, no en vano a él le salvó la vida una vez (o eso parece).

Y en ese otro tramo histórico, lo novedoso es que se retrocede, desde la Guerra Civil española hasta el oscurísimo corazón de la Edad Media. ¿Noir de raíz histórica? Sí, y una Historia, con mayúsculas, que no es, por una vez, cubana, sino española, mejor, catalana (se retrocede hasta Roger de Flor), porque el protagonista de ese pasado que se aleja en el tiempo es un tal Antoni Barral, que desde el presente reflexiona, quién sabe si desde la pluma del propio Conde, que ha vuelto a amontonar páginas mecanografiadas, sobre el oficio de escribir, en tanto que ordenador del caos, y liberadora exégesis “del torpe espectáculo de la vida vivida”.

En definitiva, no da Padura, como el bueno y en este caso, agotado, Conde, ni un solo paso al frente. Se queda, hemingwayianamente estático, incapaz de abandonar el dorado (y muy masculino, por momentos, ridículamente testosterónico) pasado del género. Yoyi El Palomo, amigo del alma de Conde, en un momento de lo que parece un guiño de honestidad autorreflexiva del autor, le suelta al detective: “¡Es que tú no progresas, Conde, no progresas! ¡Estás estancado!”. Como el penúltimo superviviente, Padura persiste, y su persistencia es un arma de doble filo: en ella reside parte de su encanto, pero también su condición de especie en extinción.

@laura_fernandez