Jesús Ruiz Mantilla

El periodista y escritor publica Hotel Transición (Alianza Editorial), XVII Premio Unicaja de Novela Fernando Quiñones.

Jesús Ruiz Mantilla (Santander, 1965) es uno de los periodistas culturales que, desde las páginas de El País, más ha bregado en los últimos años en nuestro país con todo tipo de creadores e intérpretes. Parte de esta labor, en concreto su experiencia como cronista musical, está recogida en el libro Contar la música pero además es ya un escritor con seis novelas en su haber. Ahora publica la séptima, Hotel Transición (Alianza Editorial), en la que, jugando con su propia autobiografía, se acerca a la incertidumbre del pasado, aquella que se vivió entre la muerte de Franco y los primeros años de democracia, para compararla con la incertidumbre del presente en un juego casi metaliterario que se acerca a lo propuesto por autores como Houellebecq o Carrère y que le ha servido para ganar el Premio de Novela Fernando Quiñones. Todo arranca con la muerte de la abuela de Chucho (trasunto del propio escritor), un niño locuaz, inquieto y curioso que vive con su familia en el hotel que regenta su madre. Allí presenciará los acontecimientos más importantes de esa etapa convulsa que fue la Transición.



Pregunta.- ¿Qué le llevó a escribir un libro en el que aparentemente muestra una parte de sí mismo tan personal y cruda?

Respuesta.- Mi literatura siempre ha seguido esa senda. A lo largo de los años he buscado alcanzar una complicidad con el lector en aspectos como la psicología de los personajes o la búsqueda del lenguaje. Mis libros siempre han tenido un particular tono de sátira o de crudeza y a medida que va pasando el tiempo este aspecto se afila. Casi siempre es algo impulsivo o rabioso aunque en Hotel Transición creo que está mucho más depurado literariamente.



P.- ¿Qué aporta un hotel como escenario de una novela?

R.- La gente normalmente reside en un vecindario, que casi siempre es un hábitat fijo. A veces llegan nuevos inquilinos y es todo un acontecimiento. Pues en un hotel pasa eso todos los días. Un hotel es una especie de cruce de vidas, historias y misterios de gente muy diversa. Por allí pasaban actores, policías, músicos, viajantes, vendedores, gente solitaria, gente mayor que se acababa quedando en el hotel. Ese niño se apostaba en la recepción esperando curioso a ver quién entraba y quién salía y a veces algunos de los clientes le contaban su vida y se encariñaba con ellos como si fueran parte de la familia. Y luego estaban los empleados que formaban el conjunto de personas más estable del hotel.



P.- ¿Este personal del hotel sirve de metáfora sobre las distintas maneras de afrontar la transición según su aproximación al régimen?

R.- Sí, son una metáfora de un país dominado por la incertidumbre, que estaba saliendo de una dictadura y entrando en una democracia. Y es curioso porque ese estado de incertidumbre que dominaba la Transición volvió a desatarse a medida que estaba escribiendo la novela. El sistema que se configuró a finales de los 70 se derrumbó con la crisis y dio lugar a un nuevo estado de incertidumbre que sin embargo es muy parecido al de la Transición. Yo diría que es paralelo aunque con hay menos miedos y dudas sobre lo que puede pasar de las que había en aquel tiempo, que todavía estaba regado de muertos. La sombra de la guerra era alargada y todavía había miedo al revanchismo, que nunca se produjo y que no se producirá. Ahora todo es más saludable, sano y pacífico pero el cambio sigue siendo necesario. Hay que regenerar el aire y tenemos que aprender a respirar de nuevo.



P.- Visto con la perspectiva que nos da el tiempo, ¿aquel proceso se podría haber hecho mejor?

R.- Se hizo muy bien aunque no fue perfecto. Por otro lado quién quiere la perfección, ¿no? Quedaron cuentas pendientes que al principio no eran más que estados fetales y poco a poco se convirtieron en monstruitos. Lo urgente en aquel momento era alcanzar una convivencia democrática y dotarnos de un sistema de libertades. El problema fue que los arquitectos del nuevo sistema dijeron algo así como "traemos a este país la democracia, la convivencia y las libertades así que no vengáis luego a pedirnos cuentas de nuestras cosas" y se reservaron una especie de derecho de pernada para los negocios. Pero una vez que los ciudadanos conviven, se educan y crecen en democracia no quieren un tanto por ciento del pastel, lo quiere entero y por eso se empieza a exigir un sistema a prueba de bombas en todos los sentidos.



P.- ¿Cómo debería ser ese nuevo sistema?

R.- Perfectamente limpio, trasparente, con mayor igualdad de oportunidades. Son principios que se han maquillado o atacado en los últimos tiempos pero que no deben ser puestos en cuestión jamás. La libertad y la igualdad, que son los principios de la Revolución francesa (también estaba la fraternidad pero me parece más bien una tontería), son la base de las democracias más avanzadas del mundo y tienen que seguir siéndolo para que la sociedad se desarrolle en perfecta armonía, favoreciendo el progreso.



P.- ¿Cree que ahora hay la actitud política necesaria para afrontar el reto?

R.- Por parte de una mayoría creciente sí, decididamente. Pero hay mucha resistencia por parte de gente que no quiere renunciar a ciertos privilegios del pasado y a un tinglado en el que han vivido muy cómodos y les ha sido muy rentable. Pero esa resistencia caerá tarde o temprano porque es un tema más biológico y físico que político o sociológico. Tiene que pasar y pasará.



P.- En el libro arremete contra el caciquismo y el servilismo cómplice, una lacra que se perpetua desde tiempo inmemorial a nuestro tiempo...

R.- Caciquismo, servilismo, pasotismo, hipocresía... Es una evidencia de esa gente que se creía que mandaba por designio divino. Pero creo que es un mal de todas las sociedades no un mal específico nuestro, o solo uno de tantos. Pero en el libro la corrupción no es la única cuenta pendiente de la Transición, también están los abusos de la Iglesia. Cuando en este país se conozca el grado de impresionante villanía con la que la Iglesia ha asaltado los camastros de muchísima gente, ni lo de Irlanda ni lo de Boston será comparable. Lo peor es que ha estado amparado por el poder que le ha vendido a la Iglesia la educación de nuestros hijos. Es necesario que la gente se conciencie al igual que lo ha hecho con el machismo y la violencia de género.



P.- Sin embargo usted es optimista con España, sobre todo, respecto a los países de su órbita europea...

R.- Sí, porque hemos logrado encauzar el descontento en opciones de regeneración democrática decentes en comparación con lo que ocurre con otros países europeos en los que el 20% de los votos van para opciones fascistas como ocurre en Francia. Desde mi punto de vista, Polonia y Hungría, con el vergonzoso muro que ha levantado Viktor Orbán, deberían estar fuera de la Unión Europea.



P.- ¿Ha querido jugar con los mecanismos de la novela, sobre todo en los fragmentos en los que aparece ese Chucho ya mayor y trasnochado?

R.- Sí, quería experimentar en esos fragmentos que a su vez funcionan como espejo contemporáneo de aquella época. Es un diálogo entre dos planos que me otorgaba un espacio de libertad impresionante en el que encontrar otra forma de contar que al final es lo que más me interesa.



P.- Conversa este libro con otros autores...

R.- Sí, tengo referencias y están en la propia novela, no he querido ser deshonesto con eso. La literatura que más me llama la atención en este momento es la francesa con Emmanuelle Carrère o Laurent Binet, que han indagado en una forma de acercarse a la literatura que llamo trasparencia literaria y que en España han seguido autores como Muñoz Molina o Javier Cercas. Estamos intentando compartir los mecanismos de la narración a tumba abierta y eso le da una frescura y un espacio de debate a las novelas muy sano y muy experimental que sin embargo cuenta con el favor del lector. En esta época la transparencia siempre es bienvenida.



P.- La televisión es importante en el libro y usted marca mucho la diferencia entre las series de aquella época y las de ahora. ¿Nos dicen series como Mad Men que hemos perdido todo rastro de inocencia?

R,. Sí, totalmente. Antes nos contaban historias que eran principalmente ejemplares. El desembarco de Los Soprano en la televisión provocó la pérdida de la inocencia y la búsqueda de las razones del mal. En este sentido los paradigmas morales han cambiado. Ahora nadie va a llegar para salvar a un personaje que ha caído en una trampa o para evitar que acometa un acto malévolo, indigno o miserable. Es todo mucho más real.



@JavierYusteTosi