Carlos Salem. Foto: Laura Muñoz

El escritor presenta En el cielo no hay cerveza, su última y delirante novela publicada por Navona.

La periodista del corazón Lidia María Loziño va de gorra a un spa carísimo cuando le da la gana porque sabe demasiado sobre la vida privada del propietario. Pero su larga trayectoria de manipulación y chantajes acaba allí, ahogada literalmente en un baño de mierda. Carlos Salem (Buenos Aires, 1959) se lo pasa bárbaro escribiendo y en su última y delirante novela, En el cielo no hay cerveza (editorial Navona), ha disfrutado el doble asesinando con el teclado a los capos de la telebasura, todos con nombres cambiados: Merkale Kargante, Luis Javier Sánchez, Coco Matachinos, Cristian Maliñas... El principal sospechoso de la serie de crímenes es Diosito, un freak que dice ser el hijo pequeño de Dios y que fue humillado en un plató tres años antes. Su amigo el periodista apodado El Poe -protagonista de otras novelas de Salem- intentará demostrar que el pobre diablo es inocente.



Pregunta.- ¿Ha disfrutado imaginando muertes crueles y disparatadas para los periodistas más famosos de la telebasura española?

Respuesta.- He escrito esta novela para poder matarlos sin que me detengan. La telebasura es un fenómeno que me da mucha rabia, no somos conscientes del daño que ha hecho en España. En Italia y en Francia hay una cuarta parte de la que hay aquí. Mi hijo, con doce años, me dijo que todos sus compañeros de clase preferían apuntarse al gimnasio, liarse con una famosa vieja y contarlo en la tele, antes que ir a la universidad. Me dijo que Dinio ganaba 5.000 euros cada vez que iba a un plató de televisión y que cuánto tardaba yo en ganar eso. El país se nos ha llenado de Belenes Esteban y la culpa es de Jorge Javier Vázquez y los que administran esa basura.



P.- ¿Como decidió que su aversión a la telebasura podía tener un cauce literario?

R.- Siempre he detestado ese mundillo. Nació a finales del siglo XX, pero en los 15 años que llevamos del XXI se ha fortalecido. La gente ya hace cualquier cosa por ser famosa. Si bajara Jesús hoy a la Tierra, no se comería una rosca. David Copperfield dejó de hacer desaparecer estatuas gigantes en el año 2000 porque ya nadie se asombra de nada.



P.- En el cielo no hay cerveza es una historia delirante. ¿Cuánto de novela negra y cuánto de comedia hay en su coctelera?

R.- Yo no escribo novelas de humor, sino que este surge de la propia historia. Creo que lo que más abunda es lo negro. Este libro es un homenaje a El largo adiós, de Raymond Chandler, que también trata sobre la amistad, con un protagonista que, como el mío, se mete en un montón de líos tratando de demostrar que su amigo es inocente.



P.- Está claro que se divierte escribiendo, pero ¿cómo es el proceso?

R.- Que me divierta no quiere decir que sea una tarea fácil. Tengo la historia durante meses en la cabeza, voy tomando notas y cuando tengo unas 50 o 60 páginas, me siento a escribir en serio. Es un proceso largo de trabajo. Soy mi primer lector y soy muy exigente, porque si no me convenzo a mí, no convenzo a nadie.



P.- ¿Cuánto de escritor gonzo tiene usted? ¿Conoce los ambientes sórdidos sobre los que suele escribir?

R.- No he asesinado a nadie, pero lo que uno escribe tiene que ser creíble. Conozco bien mi barrio, Lavapiés, que amo y odio. Tengo una mirada distante, como mi protagonista, que nunca ha querido triunfar en nada, pero no puede evitar sentir y querer a la gente. En la novela no solo tenemos la parte fría de la investigación, también hay una historia de amor -toda buena novela negra tiene una- y también me burlo de mí mismo porque, como el protagonista, escribí con nombre de mujer durante mucho tiempo en una revista femenina.



P.- Religión y telebasura casan bien en esta novela. ¿Y en la vida real?

R.- La telebasura fue religión durante un tiempo. Ya no, ahora la gente lo considera una fuente más de información, lo cual es más peligroso aún, porque de una religión puedes apostatar. Yo soy ateo, pero para escribir esta novela he estudiado a fondo el Evangelio y además en ella no niego, sino que afirmo la existencia de Dios.



P.- ¿Qué opina de su compatriota el Papa Francisco?

R.- Me morí de risa cuando salió elegido un papa argentino porque me fastidiaron una idea que tenía para una novela. Algo que nunca entendí de los gobernantes es que se preocupen más de la reelección que de hacer algo grande aprovechando su posición, y este papa al menos lo va a intentar. Está poniendo coto a la pederastia y acercando la Iglesia a los verdaderos problemas de la gente. Le enviaré un ejemplar del libro, igual que hice con el Rey Juan Carlos cuando publiqué Pero sigo siendo el rey.



P.- ¿Qué enseña a sus alumnos en las clases de escritura creativa?

R.- Últimamente doy pocas clases porque me quitan mucho tiempo para escribir. Ahora suelo hacer talleres exprés de poesía y microrrelato y asesoro por videoconferencia a escritores de varios países. Es muy interesante ayudarles a pulir defectos.



P.- ¿Cuáles son los defectos con los que se topa más a menudo?

R.- Hay dos defectos principales: unos han leído muy poco, y eso se nota; y otros han leído demasiado y también se nota. En España la gente cree que escribir es fácil porque todo el mundo puede hacerlo. Y por eso mismo es dificilísimo.