Pedro Simón. Foto: Carlos García Pozo.

El periodista acaba de publicar su primera novela, Peligro de derrumbe, un fresco de la crisis en el que se mezclan las historias de nueve parados.

Pedro Simón (Madrid, 1971) usa un chubasquero emocional para trabajar. No le queda otra, por el bien de su salud mental, a este periodista especializado en poner nombre y apellidos a las historias personales que se esconden detrás de las cifras. Frente a lo "macro", lo humano; frente al periodismo de datos, el periodismo social, con el que sacude conciencias desde las páginas de El Mundo. Con este bagaje de dramas ajenos y mucha calle a sus espaldas ha escrito Simón su primera novela, Peligro de derrumbe (La Esfera de los Libros), un crudo relato de la crisis a partir de nueve personas devastadas que coinciden en una entrevista de trabajo. Detrás de la puerta no sólo les espera el último clavo al que agarrarse, también un despiadado director de recursos humanos, un auténtico malnacido que representa a todos los que han sacado tajada de esta debacle.



Pregunta.- Los personajes de Peligro de derrumbe no son víctimas arquetípicas. Sí, están el inmigrante con una historia desgarradora detrás y la madre que tiene que prostituirse para dar de comer a su hijo, pero también un empresario constructor mezquino y un tipo se dio a la fuga tras atropellar a un ciclista.

Respuesta.- No quería que la novela fuera maniquea porque la vida es una gradación de grises. Lo que ocurre es que los personajes se te escapan. Había tipos que quería que fuesen malos y al final tienen más de bueno que de malo por empatizar con ellos. Le pregunté a Chirbes y me dijo que perder el control de los personajes era una señal de que iba por el buen camino.



P.- Pero sí hay un personaje hecho de una sola pieza: el director de recursos humanos que entrevista a los candidatos no tiene un ápice de bondad. ¿Por qué?

R.- Es un ajuste de cuentas. Aunque los ciudadanos hemos sido corresponsables de lo que ha pasado todos estos años de crisis, detrás hay una economía financiera que ha sacrificado el estado del bienestar en los altares de sus negocios privados. Por eso es el único personaje con el que no he sido contemplativo, y también por una cuestión personal que tuve una vez con un director de recursos humanos, así que existe una pequeña venganza por mi parte.



P.- ¿El periodismo social está mejor considerado ahora, con el escenario que tenemos? ¿Se le da más espacio que antes?

R.- Alguien muy importante del mundo del periodismo me dijo una vez que los pobres no compran periódicos. Dicho esto, que es una perogrullada, sí creo que hay una demanda social de otro tipo de historias. El periodismo tiene que investigar y entretener, pero también emocionar. La gente quiere ver historias como las suyas en el periódico. A veces sería mejor abrir el periódico con eso y no con una declaración de Juncker [el presidente de la Comisión Europea].



P.- El periodismo social no es algo nuevo. ¿Qué colegas del pasado le influyen?

R.- Uno de los personajes periodísticos que más me interesan es Chaves Nogales. También me gusta mucho el periodismo americano de los años 60 y 70, cuando se podían hacer cosas de segunda velocidad. Cuando a un redactor del Times lo enviaban tres meses para hacer un obituario, cuando mandaban a Gay Talese o a Norman Mailer a escribir una historia durante varias semanas.



P.- Supongo que hoy los enemigos de ese tipo de periodismo son los recortes en el gasto de los medios y el ritmo frenético que marcan las nuevas tecnologías.

R.- Creo que este galope voraz de la tecnología nos está quitando la esencia, que es papel, boli y calle. Ahora se nos exige algo picadito, posmoderno, fragmentario y corto, para que no se canse el lector. El periodismo tiene un cometido pedagógico y a la gente hay que darle también cosas duras, igual que comemos acelgas porque sabemos que son saludables o igual que lees a Sófocles porque sabes que hay que leerlo, aunque no te guste.



P.- No obstante, usted tiene cierto margen para dedicarle a sus historias más tiempo del que hoy tiene la mayoría de periodistas. ¿Cómo trabaja?

R.- Sí, soy un privilegiado porque me dejan trabajar más despacio. El periodista no puede ser como el turista que hace la foto y se va. Tiene que quedarse en un sitio para contar bien la historia. Y volver varias veces. Esto lo hace muy bien Gervasio Sánchez. En cuanto al método, es tan simple como ir al sitio, quedarte, contar lo que pasa y volver. No hay mucho misterio detrás.



P.- A algunos periodistas le resulta más fácil escribir pensando en una persona concreta. ¿Usted en quién piensa cuando escribe un reportaje, en el lector que se sentirá identificado o en el que tiene algo de poder para cambiar las cosas?

R.- Yo generalmente pienso en cómo se va a ver el protagonista de la historia. Es importantísimo para mí que se vea bien reflejado y no distorsionado, no se me ocurre otro ejercicio de honestidad.



P.- Ha ayudado a mejorar la situación de muchas personas al darles la voz que normalmente no tienen. Cuénteme alguno de estos casos satisfactorios.

R.- Te voy a hablar del más reciente, aunque aún no sabemos si dará sus frutos. Hace tres semanas estuve con mi compañero Carlos García Pozo a conocer la situación de los presos españoles en Perú. La vida en las cárceles de Lima es terrible. Van descalzos, hacen sus necesidades en un agujero, hay presos con armas, otros cocinando droga dentro de las celdas y abusos de todo tipo. Todo lo que cuente es poco. Me encantaría que nuestro trabajo sirviera para algo. Por ahora me consta que el consulado está tratando de mover alguna palanca.



P.- ¿Por qué se especializó en el periodismo social?

R.- Creo que tiene que ver con la posición en el mundo que cada uno quiere tener. Mi abuela Isabel me dijo que en la vida no puedes pasar de largo por las cosas que te duelen, sino que tienes que quedarte. Creo que tiene que ver con eso.



P.- ¿Se ha sentido cómodo ejerciendo de novelista por primera vez?

R.- He tenido muchas dudas mientras escribía. A mí me intersa mucho la literatura social de los años 50: mi adorado Ferlosio, Ignacio Aldecoa, Setinbeck. Citaría a muchos. Por eso me he sentido inseguro, me costó coger el ritmo, me levantaba a las 6 de la mañana para escribir antes de que mis hijos se despertaran y antes de venirme al periódico. Poco a poco el libro me iba doliendo y eso es bueno, como decía una cantaora flamenca a la que le preguntaron "¿cuándo sabes si has cantado bien?" y ella respondió "cuando la boca me sabe a sangre".