Eduardo Berti (Buenos Aires, 1964) lleva una impecable trayectoria como narrador. Ha publicado los libros de cuentos Los pájaros (1994) y Lo inolvidable (2010) y las novelas Agua (1997), La mujer de Wakefield (1999), Todos los Funes (2005), La sombra del púgil (2008) y El país imaginado (2011). Además es un prolífico antólogo y traductor de autores como Hawthorne, Sternberg, Austen o Dickens. Ahora, entre novela y novela, reedita su alabado libro de microficciones de 2002, La vida imposible (Páginas de Espuma), en una edición por un lado aumentada con un cuento y 208 Ramonerias, un homenaje a las greguerías de Ramón Gómez de la Serna; y por otra parte más pulido gracias a la exclusión de algunos microrrelatos que para el autor no rayaban a la altura. La vida imposible es el reflejo de un autor con una imaginación apabullante y una capacidad insólita para sorprender al lector al tiempo que le roba una sonrisa.

Pregunta.- ¿Cuál fue el impulso que dio lugar a estos microrrelatos?

Respuesta.- Empecé muy joven a elaborar estos textos, cuando tenía veintipico años. En ese momento ya había leído algo de micronarrativa sin embargo no tenía claro que era lo que estaba escribiendo, aunque eran textos breves. De repente caí en la cuenta de que ahí había un espacio muy interesante para explorar otro ritmo de escritura y otro tipo de frases, con la obligación de trabajar con elipsis y con lo no dicho o sugerido. Todo ellos me planteaba unos desafíos que me sacaban de una escritura más clásica relacionada con mis lecturas de aquella época, todavía de aprendizaje.

P.- ¿Desde un principio tenía claro que los iba a publicar?

R.- Escribí estos microrrelatos más como un juego, sin saber bien adonde iba. Pasaron los años y un día me di cuenta de que tenía un cuaderno lleno de estos textos breves. A medida que los iba escribiendo tomaba consciencia no solo de lo que hacía yo mismo sino de lo que iban haciendo otros escritores que publicaban textos parecidos a los de La vida imposible. Entonces llegó el momento en el que me decidí a darle forma a todo lo que había escrito, sobre todo a partir de un par de cuentos. En concreto, el primero, Doble vida, me pareció que apuntalaba muy bien la posibilidad de hacer un libro de cuentos o de textos breves. Ahí comenzó a organizarse el proyecto pero fue un proceso muy largo. Tardé más de 15 años en juntar con sentido todos estos composiciones mientras escribía cuentos más tradicionales y publicaba mis dos primeras novelas (Agua y La mujer de Wakefield). Por eso es un libro al que le tengo un cariño especial ya que conviví muchos años con él.

P.- ¿El trabajo de precisión que requiere un microrrelato lo convierte en uno de los géneros literarios más complejos?

R.- Sí, absolutamente. El microrrelato lleva al paroxismo muchas características que ya están en el cuento tradicional. Por ejemplo, la Teoría del iceberg de Ernest Hemingway. O la necesidad de elegir muy bien las características o los dos o tres gestos con los que vas a definir a tus personajes. En ese sentido obliga al lector a ser aún más cómplice y activo de lo que suele ser con los cuentos o novelas. De esta manera también se genera una complicidad entre el autor y el lector muy fuerte que no siempre funciona porque el lector tiene que estar dispuesto a jugar ese juego.

P.- Todos y cada uno de los relatos tiene un estilo muy reconocible. ¿Esto implica un trabajo muy arduo en cada uno de ellos para mantener la línea?

R.- En general los microrrelatos se leen en dos minutos y esa sensación de instantáneo a veces genera el malentendido de que se escriben en el mismo tiempo. Y es al contrario. El grado de exigencia que tienen estos textos pequeños es enorme. En una novela un mal párrafo o un párrafo menos inspirado representa una gota en el océano pero en un microcuento una palabra mal puesta enseguida salta a la vista. Generalmente, estos textos caben en una sola página por lo que el lector tiene todo delante del ojo y la primera nota que desafina salta rápido a la vista. En ese sentido es muy parecido a la poesía, a la escritura poética e incluso a la prosa poética. La exigencia de precisión es muy grande.

P.- En el libro la realidad se enfrenta a un hecho azarosa, asombroso, anómalo... ¿De dónde procede este extrañamiento de la realidad?

R.- A estas alturas creo que es mi particular forma de ver el mundo. No la he forzado en ningún momento. Siempre he estado más interesado por las excepciones y por lo anómalo que por la norma o la regla. Tal vez por eso, cuando llegó el momento de ponerle un título al libro, La vida imposible me pareció acertado, al menos interesante, porque se acerca a la idea implícita de la vida normal pero es un libro más hecho de excepciones.. También es verdad que siempre me han gustado los libros que trabajan con la noción de singularidad, que nos recuerdan la riqueza del mundo, que las cosa pueden ser de otra manera... Hay cosas que son fatalmente naturales como la muerte pero hay otras cuestiones que en el fondo son culturales. Viajar por el mundo nos muestra que las cosas no son necesariamente monolíticas.

P.- ¿El humor que recorre el libro le sale también de una manera tan natural?

R.- Este libro es el que mejor refleja mi humor y mi modo un poco irónico de ver las cosas. Durante muchos años la literatura, y el modo en que los escritores se presentaban ante la sociedad, estuvo [generalizo por supuesto con lo que voy a decir] un poco enferma de solemnidad. Por suerte cada tanto había escritores como Mark Twain o Gómez de la Serna que se burlaban de todo esto. Siempre estuvo el antiacademicismo dando vueltas, un sano antiacademicista. Pero lo cierto es que el humor nunca está reñido con una visión del mundo o con temas serios y graves. Siempre se pueden dejar guiños de humos en textos textos incluso pesadillescos. Por ejemplo el neorrealismo italiano ha dado películas como Milagro en Milán donde hay humor pero a la vez una crítica social enorme.

P.- Se le ha comparado con Cortazar y Borges por este libro. ¿Qué siente al respecto?

R.- Es un orgullo muy grande pero también da un poco de vértigo. Supongo que son comparaciones hechas no tanto desde la calidad, ya que no creo estar a la altura de ninguno de los dos, sino que más bien reconocen miradas o maneras de ver el mundo. Gran parte de mi generación en Argentina está marcada a fuego por Borges y Cortazar porque los leímos en la escuela. Además yo tenía dos tías que eran profesoras de literatura por lo que son autores que he leído casi desde la cuna y que te inevitablemente te marcan sobre todo porque además me gustaban.

P.- ¿Qué opina de la trayectoria y el futuro de un género como el microrrelato?

R.- El microrrelato es un género novedoso en cuanto a que ha tenido un auge y un desarrollo muy grande. Sin embargo, tiene la gran particularidad de hundir sus raíces en muchas tradiciones muy antiguas de la literatura, incluso de la literatura próxima a la oralidad, a la fabula, la anécdota o el aforismo. En lengua castellana el boom de este género es más fuerte y estamos empezando a correr el riesgo de que se empiecen a repetir fórmulas. Por suerte sigo cada tanto leyendo autores nuevos donde encuentro caminos novedosos. Al final no es nada muy distinto de lo que ocurre en la novela o el cuento.

P.- ¿El libro también incluye como novedad las Ramonerias?

R.- Es el principal agregado de esta edición. Me pareció que estas greguerías dialogaban bien con los cuentos originales de La vida imposible. Las empecé a escribir cuando acababa los últimos cuentos de La vida imposible y fue casi un paso más allá en la búsqueda de la forma breve.

P.- ¿Admira a Gómez de la Serna?

R.- Me gusta mucho como escritor. No todo me gusta por igual pero sus formas breves me fascinan. Su mirada está llena de extrañamiento, no mira nunca de memoria las cosas, y descubre siempre analogías impensadas entre objetos. Desconfía de las imágenes cristalizadas.

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