Si tardas más de la cuenta en encontrar a Juan Gómez-Jurado (Madrid, 1977) por las carreteras de la Red es que algo raro ocurre. Cuando no responde a los primeros mails e interpelamos a su editora, nos responde: “¡Pero si está siempre en Twitter!”. Aparece por fin y tiene excusa: una mudanza. Y además niega la mayor, en realidad se quita tiempo de escribir para tuitear, en la cola del pan, por ejemplo, donde responde a sus seguidores o le suelta estopa al ministro. O a Alejandro Sanz. Cibermilitante en favor de una red abierta y de otro modo de entender la propiedad intelectual en los nuevos tiempos digitales, tuvo un muy mediático encontronazo en Twitter con el cantante, cuyo reciente "exilio ártico" no podrá dejar de citar, divertido, al final de esta entrevista. El paciente (Planeta, 2014) es lo último de Gómez-Jurado, un velocísimo thriller con mínima intriga médica y máxima tensión. Si un doctor cumple con Hipócrates y opera con éxito a su paciente (y qué paciente), su hija será asesinada por un psicópata. Nada más, nada menos. Ya sólo hay que leer.

Pregunta.- Katherine Neville te avala en la faja de El paciente y por la red te llaman el Ken Follet español. ¿Salda Juan Gómez-Jurado una cuenta pendiente de la novela en nuestro país, la del thriller bestsellero?

Respuesta.- Hombre, maticemos: cuenta pendiente hasta cierto punto. A veces es que no somos muy conscientes, sobre todo en los ámbitos de la alta cultura -como los suplementos culturales donde la actitud ha estado a medio camino entre mirar por encima del hombro y la ignorancia- de lo que está sucediendo con determinados autores en otros países, como Ruiz Zafón en EE.UU. o en Inglaterra donde no puede ni caminar por la calle. O Javier Sierra o, en menor medida, mi caso. Estamos intentando exportar una forma de entender la novela y la literatura que tienen tanto que ver con lo nuestro como con lo de fuera. ¡Gente que, como yo, he nacido en Moratalaz! Así que, cuando me pregunta por esta deuda pendiente que tenemos, creo que hay que ser consciente de toda una década en la que un grupo de autores españoles han puesto pie en mercados exteriores donde están tremendamente bien valorados. Y eso es bonito. Yo defiendo, y llevo a gala, que se puede hacer literatura de entretenimiento, de evasión, pero con muchísima calidad.

P.- Sí, he visto también que suele adjetivarse lo que escribes como bestseller “de calidad”. Pero, ¿no es eso una excusatio non petita? ¿No asume el apellido cierto complejo?

R.- Es que hay formas y formas de hacerlo. Un ejemplo de literatura de evasión de una calidad indiscutible: John LeCarre. O Stephen King cuando está en forma. Salem's Lot es una de las mejores novelas norteamericanas del siglo pasado y es de vampiros. Y ese es un poco el espejo de los escritores españoles que le he citado antes. Puedes contar una historia, como la de El paciente, cuyo argumento no parece original o novedoso pero que sirve como excusa para lo que sirve una novela, en definitiva, explicar la naturaleza humana. Hay formas y formas de hacerlo, como lo hace Dan Brown, donde hay argumento y nada más, y Harry Potter, que también es puro argumento, pero, desde mi punto de vista, con una gran calidad literaria. No es cuestión de excusarse sino, simplemente, de tomarse en serio lo que haces.

P.- Vamos a El Paciente. Lo de saltar de la intriga histórica al thriller más actual, ¿por qué ese salto? Especialmente, de parte de un seguidor de la actualidad tan atento como usted, ¿persigue conquistar nuevos lectores o, sencillamente, le apetecía?

R.- A mis editores les pone bastante nerviosos. Siempre están preguntándome: ¿Qué vas a hacer ahora? Y les digo, pues ya lo veréis, no me presionéis. Yo tengo que contar la historia que a mí me está emocionando, una de las muchas que me rondan la cabeza. Haciendo el otro día cuentas con mi editora, nos salían 19 argumentos. Bien, pues luego, desde las historias que me emocionan, claro que pienso en en el signo de los tiempos. El Paciente, en realidad, no va de lo que parece que va. Es una historia de amor de un padre por su hija en esa encrucijada que vivimos todas las personas entre servir a quienes queremos o a las obligaciones sociales.

P.- Un doctor bajo presión, una hija en juego, un paciente famoso, un psicópata. ¿Cómo le atrapó la idea de El Paciente?

R.- En diciembre de 2008, cuando estaba escribiendo La leyenda del ladrón me hicieron una entrevista en Qué Leer y me preguntaron qué es lo que iba a escribir después. Y no recuerdo cómo se me ocurrió pero en ese momento improvisé que podría ser algo así como un médico que tiene que operar a Obama y lo amenazan, etc. Y eso se publicó. Se me ocurrió sin más, sin darle importancia, pero después empecé a darle vueltas y me dije: ¡Pero si es una buena historia!

P.- El Paciente es velocísimo, quizás más aún que sus novelas anteriores. ¿Cómo imprime al engranaje narrativo tal velocidad?

R.- Pues escribiendo muy despacio. Así de sencillo. Soy un escritor muy lento, que es otra de las cosas que mis editores llevan mal. Hacer que algo parezca fácil es extremadamente difícil. Y luego además surgen sorpresas. En El Paciente, por ejemplo, aparece el tema de la adopción y, precisamente escribiéndolo, descubrí que era adoptado. Así es. Todas esas cosas, contadas en la novela a través de flashbacks desde el corredor de la muerte… Bueno, pues todos esos pequeños detalles, para que funcionen como un mecanismo de relojería, hay que trabajarlos mucho, darles la vuelta, etc. Un trabajo, en este caso, de año y medio. Ojalá pudiera escribir una novela cada mes y medio como César Vidal.

P.- Dígame, ¿de dónde saca tiempo para escribir sin dejar desamparados a los 150.000 tuiteros que le siguen?

R.- En realidad es al revés, lo que hago es buscar tiempo para Twitter. La gente se cree que estoy todo el día tuiteando pero no. Estoy en la cola del pan y es cuando encuentro tiempo para contestar a la gente o para poner a parir al ministro de Cultura.

P.- ¿Cómo lleva, por cierto, sus militancias digitales? ¿Al pie del cañón o publicar con las grandes le ha aburguesado?

R.- Todo lo contrario. Recibo llamadas frecuentes recomendándome que no haga manifestaciones tan claras. Como que a determinado director de un periódico del grupo en el que publico no le de tanta caña. Ellos sabrán. Yo nunca me he cortado. Por ejemplo, si se está pagando en el mercado digital un 25% al autor cuando se puede llegar a un 50% como empieza a ocurrir en otros países, yo no me callo, tenemos que evolucionar. Estamos como en la Revolución Industrial y no podemos tratar a los obreros como en el siglo XIX porque hoy los obreros tienen la fábrica a un click de distancia. Pueden autopublicarse por ejemplo. No soy el único que mantiene esta beligerencia, ahí está también, por ejemplo, Lorenzo Silva. Fíjese que los que daban voces y nos insultaban hoy se han ido a salvar el Ártico porque aquí no les queda que rascar.