Fotografía de Chema Madoz
El próximo domingo comienza en Panamá el VI Congreso Internacional de la Lengua Española, pero no es previsible que este año se produzca un cataclismo similar al de Zacatecas, cuando en la primera edición (1997) un García Márquez en plena forma y zumbón apostó por transformar la gramática española de arriba abajo. Tampoco que un terremoto como el de Valparaíso de 2010 obligue a suspender el congreso. No, este año, los doscientos invitados, agrupados en cuatro paneles, tienen como tema central “El español en el libro: del Atlántico al Mar del Sur”, sin perder de vista el pasado, el homenaje a los 300 años de la RAE ni el futuro bloguero más rabioso. El Cultural toma además el pulso de la filología en castellano e invita a cuatro creadores de la otra orilla para que narren sus primeros pasos en el español.
La euforia de saber que el español es el segundo idioma hablado en el mundo como lengua nativa después del chino, y el segundo también por su peso internacional, después del inglés, con 500 millones de hablantes o que casi 20 millones de jóvenes lo estudian como segunda lengua no puede ocultar las sombras. Ya lo dijo el clásico: “Pues amarga la verdad/quiero echarla de la boca”, y lo que amargan son, aquí también, los recortes. En 2012 la falta de fondos obligó a posponer las mejoras de los centros del Instituto Cervantes de Casablanca, El Cairo, Estambul, Lisboa, Manchester, Orán, París, Roma, Tánger y Varsovia y se cerró el centro de Florianópolis (Brasil).
En 2012 el presupuesto del Cervantes fue de 97,23 millones, un 5,4% menos que el año anterior; en 2013 García de la Concha logró aumentar los recursos de la institución en 5 millones ante el previsible recorte estatal del 37 por ciento para el siguiente año. Ahora, su presupuesto para 2014 será de 110,4 millones de euros, de los que 24,32 millones corresponden a sus operaciones comerciales, con una disminución real de un 3 por ciento que les va a llevar a vender (y alquilar) varias sedes, con lo que espera obtener unos 4 millones de euros...
Razones para la esperanza
Nada de esto, sin embargo, va a tratarse en el Congreso de la Lengua de Panamá, y sí cómo dentro de tres o cuatro generaciones al menos el 10% de la población mundial se entenderá en español. Y, sin embargo, hace poco, una académica señalaba que el idioma se iba empobreciendo en España, “mientras que en Latinoamérica mantiene su pulso y vitalidad”. Ignacio Bosque confirma cómo ha dado clase durante años en la Escuela de Lexicografía de la RAE “a la que solo asistían alumnos hispanoamericanos. He corregido, pues, bastantes trabajos y esos estudiantes dominaban mejor el léxico y la sintaxis que mis alumnos españoles. Es solo un dato, pero sintomático”.
No es un hecho aislado: el también académico Guillermo Rojo destaca que en general “el proceso educativo ha descuidado la atención a la lectura, la redacción, la argumentación, la organización del discurso, etc., con el consiguiente deterioro tanto de la comprensión como de la expresión”. El lingüísta más combativo sobre el asunto es el filólogo peruano Julio Ortega, que nos recuerda cómo el español “no es uno sino muchos”, y que, como el inglés, “está en todas partes y en ninguna porque más que una lengua nacional es un instrumento de locación” mientras denuncia que seguimos siendo “lingüísticamente provincianos. Aún creemos que hay un español mejor que otro.
Es más inteligente (inteligible) asumir que hay muchos, distintos, y que conviven en el vasto vecindario de la lengua, gracias a sus diferencias y creatividad”. Bosque, por su parte, subraya la importancia de la inversión en el español, porque, nos dice, “por falta de fondos las universidades españolas no pueden contratar profesorado extranjero (ni siquiera externo, aunque sea español) para cursos de máster o doctorado. En mi opinión, la calidad de la investigación y de la docencia tiene poco que ver con la lengua en la que se realiza, y mucho con los recursos que se invierten”.
Dinero, prestigio, población
Y, sin embargo, el problema no es sólo cuestión de dinero sino de prestigio. Para Francisco Moreno, hasta hace unos días director académico del Instituto Cervantes, y actual responsable del Cervantes de Harvard, “
los estadounidenses tienen que valorar que el español es una lengua mundial y que, a través de ella, se están haciendo importantes contribuciones a la cultura universal, que van más allá de la paella y la salsa”.
Inés Fernández-Ordóñez, la primera filóloga que forma parte de la Docta Casa, subraya cómo “no es solo una cuestión económica, aunque también. El acceso a la educación facilita el desarrollo de un país en todos los sentidos -científico, de innovación empresarial, cultural: si en América el acceso a la educación fuera equiparable al de Europa,
los hablantes de español probablemente tendrían en Internet y en el mundo científico el lugar que les corresponde desde el punto de vista demográfico”. El problema es que necesitamos que los países hispanohablantes fortalezcan sus economías y ganen peso geopolítico, ya que, como subraya Darío Villanueva, secretario de la RAE, la importancia de una lengua se puede valorar de acuerdo con diferentes criterios: “1, el demográfico. 2, el de la productividad y poso cultural. 3, el económico. Y 4, el geopolítico”. Y si en los dos primeros estamos fuertes, destaca el poder cultural (literatura, cine, televisión, música, arte...) que se expresa en español.
Lo esencial, con todo, sigue siendo aumentar el peso del español en el mundo científico “como consecuencia del incremento de su peso en la investigación, la industria, la economía, la cultura...”. Hay -destacan los expertos- que invertir en educación, investigación y cultura, pero no sólo para potenciar la importancia de la lengua, que, en todo caso, es una consecuencia. Y, además, hay que contar también con voluntad política, una planificación estable... Hay que apostar por las redes, donde la presencia hoy del castellano no tiene el peso que merece, sobre todo a nivel científico.
Lo cierto es que el Congreso de la Lengua se celebra en Panamá, zona de tránsito de muchas culturas en las que el inglés ha ejercido una influencia esencial.
Imposible no preguntar a los filólogos por contagios y mestizajes, que afectan al español. Y tampoco aquí coinciden los filólogos consultados, porque si para Rojo “esa ‘contaminación' se da también en España. Todas las lenguas toman elementos de otras. En un proceso natural” y para Villanueva se trata “de un proceso natural de adaptación”, Fernández-Ordóñez apunta que las lenguas no paran de cambiar, “como las sociedades que las utilizan”, y Julio Ortega aún va más allá: “La próxima vida del español es su puesta al día con las lenguas originarias tanto de la península como de las Américas. Repito que lo que tienen en común el quechua y el catalán (además del mismo número de hablantes) es el español”. Así que los lingüístas (insiste Moreno) no temen hablan de ‘contaminación' ya que “el contacto entre lenguas es uno de los motores del cambio lingüístico”, aunque exageremos “en la cuestión de los anglicismos (remata Bosque), pero algunos se adoptan porque parece que nombrar las cosas en español es menos moderno o tiene menos glamour".
Sobre lo que son unánimes es al valorar si la RAE se ha rendido a la hora de prescribir normas, y aunque Villanueva nos remite al próximo diccionario de la RAE de 2014, Rojo es contundente: “Las recomendaciones son de todas las academias, van dirigidas al mundo hispánico y pretenden orientar a los hablantes en aquellos puntos en los que el español vacila.
La última palabra la han tenido los hablantes”. Así que sí. ¿O no?