Image: Amando de Miguel

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El Cultural

Amando de Miguel

"Lo grave del 'relaxing cup' fue que no hablaran español todo el tiempo"

17 septiembre, 2013 02:00

El sociólogo Amando de Miguel publica Hablando pronto y mal (Espasa). Foto: Benito Pajares

El sociólogo presenta 'Hablando pronto y mal' (Espasa), un ensayo sobre el lenguaje de los españoles de hoy, con sus modas y sus disparates

La lengua, hoy que todos escribimos y opinamos, serpentea y muda su piel a ritmo de iguana. Por eso no sólo los lingüistas sino también los sociólogos han fijado su mirada en sus vertiginosas mutaciones. Siguiendo la estela de títulos como Tantos tontos tópicos, de Aurelio Arteta, Amando de Miguel (Zamora, 1937) publica Hablando pronto y mal (Espasa), una recopilación de fórmulas, dejes, tendencias y vocablos que se imponen en el habla, con especial atención a la de algunos hombres públicos. De ahí ha extraído el sociólogo, autor de más de 130 libros ("es cuestión de práctica", reconoce), dos fenómenos llamativos, el del politiqués y el del tertulianés. Crítico, humorístico y pedagógico, el libro nos sonroja al descubrirnos en descuidos habituales.

Pregunta.- ¿Hablamos peor y más precipitadamente ahora que antes?
Respuesta.- No es que hablemos mal, es que hablamos de otra forma. La lengua es una cosa viva, va por modas. La he rastreado desde el uso social y no desde la perspectiva del lingüista y veo cosas que son disparatadas, que llaman la atención. Por ejemplo, el hecho de que la presidenta de Andalucía diga "aluego". Que lo digan los campesinos, claro, no pasa nada, pero ella es la presidenta de la Junta de Andalucía. Igual que cuando un líder político se refiere al Estado como 'el Estao'. Lo podemos decir todos en un uso coloquial pero ellos...

P.- Son expresiones de ese 'dialecto' que usted denomina politiqués.
R.- Sí, es esa tendencia de los políticos a hablar como la gente de a pie, a edulcorar el lenguaje y emplear subterfugios, circunloquios, eufemismos. El libro es muy humorístico por lo divertida que es esa jerga que todos empleamos. Me divierte que, por ejemplo, 'deflagración' se emplee como sinónimo de explosión o que 'álgido', que siempre ha significado lo más frío, sea también ahora el punto más caliente.

P.- ¿Cómo ha compilado estos usos de la lengua?
R.- Rastrearlos resulta útil y divertido, incluso para los estudiantes. Lo puede hacer cualquier persona cuando ve la tele, escucha la radio... yo los voy apuntando en una libretita, este libro es sólo una pequeña muestra.

P.- Habla del politiqués, del tertulianés... pero se olvida del 'internetés'. Usted que está en pleno contacto con sus seguidores de Facebook, ¿cómo ve el uso del lenguaje en la red?
R.- El de internet es un lenguaje particular, lleno de iconos. Yo los tengo prohibidos por una cuestión de disciplina, porque el icono es perezoso, es mejor expresarnos con el invento maravilloso que es el alfabeto. Y tiene su propia jerga: ¿Qué es eso de subir o bajar cosas a internet? No me queda claro, ¿adónde las subimos? Y luego está esa cosa de que Google lo sabe todo y que me irrita como profesor. No señor, si uno cita una frase latina debe citarla bien. No acuda a Google, acuda a un diccionario, a un profesor.

P.- De un tiempo a esta parte, la sociología está muy atenta a la lengua ¿A qué cree que se debe?
R.- A que la lengua está cambiando mucho, muta a una velocidad fantástica. ¿Qué pasó con los escraches? De pronto todo el mundo usaba esa palabra y ahora parece que la hayamos olvidado. Sucede otra cosa, cuando yo estudiaba en Estados Unidos, nadie hablaba español. Hoy se habla en las escuelas y en la universidad. Mi libro tiene la pretensión de apreciar este capital fantástico que tenemos.

P.- ¿No cree que tiene que ver con que se use de peor manera?
R.- Mire, Carlomagno era analfabeto, firmaba con una cruz. En el pasado los letrados eran una población muy escueta pero hoy todo el mundo escribe y teclea. Los rasgos de perfección que se exigían antes a los letrados no se pueden aplicar hoy. El empobrecimiento del lenguaje es un precio que debemos pagar para que todo el mundo escriba.

P.- Hay otro fenómeno tratado ampliamente en su libro. Se da la circunstancia de que, como todo el mundo escribe, todo el mundo tiene derecho a opinar.
R.- Así es, esta es una sociedad no de democratización sino 'demotización', pues hay un lenguaje demótico, en la medida que el pueblo puede opinar. En televisión, cualquiera puede hablar sobre cualquier cosa. Por ejemplo, yo estudié mucho sobre la familia en Columbia, es un asunto muy serio. Tener una familia no te convierte en un experto en el tema ni te da derecho a opinar sobre ello. También es muy seria la política internacional, pero casi todo el mundo se atreve a dar su opinión sobre si hay que atacar a Siria o no. Más o menos a través de Google nos podemos informar y construir nuestra opinión. Pero, ojo, Google informa pero no compara con finura, esa es la esencia de la ciencia. Sin embargo, aquí tropezamos con otro problema cultural, porque a los españoles no nos gusta comparar y empleamos dichos como "no se puede generalizar" o "las comparaciones son odiosas" ¿Ah, sí? ¿Lo son? Pues yo opino que son benéficas en muchos casos.

P.- Tengo que preguntarle por lo del "relaxing cup of café con leche" y otros hitos del Comité Olímpico.
R.- La alcaldesa se equivocó en destacar el café con leche. ¿Es que acaso el café con leche es algo propio de aquí? Pues no, lo hay en muchos sitios, como hay buen clima, grandes monumentos... ¿Qué es lo que teníamos de verdad a nuestro favor? Pues ser un país de comunicación internacional gracias al español. Por no hablar del horario, que era otra ventaja para las retransmisiones en muchos países desarrollados. Pero nada de esto se dijo. Observo cierto complejo de inferioridad, una necesidad de intentar hablar inglés aunque sea mal.

P.- Ha publicado más de 130 libros, me deja pasmada.
R.- Sí, y además tengo algunos inéditos que fueron prohibidos por la censura, tanto en el franquismo como en la democracia. Y ahora estoy escribiendo otros, porque escribir un solo libro aburre. Mi truco es escribir de cada cosa en un sitio distinto de la casa: tengo una mesa para el ordenador, otra para la novela, otra para los ensayos... en mi casa hay un rincón consagrado exclusivamente a la lengua, lleno de diccionarios. Escribo mucho, es cierto, pero todo es cuestión de práctica, como en la música, cuando más tocas, más cosas se te ocurren.

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