Image: Ignacio Vidal-Folch

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El Cultural

Ignacio Vidal-Folch

"El nacionalismo se mueve entre la estupidez y la falta de corazón"

12 noviembre, 2012 01:00

Ignacio Vidal-Folch. Foto: Antonio Moreno.

Acaba de publicar el dietario 'Lo que cuenta es la ilusión'

Ignacio Vidal-Folch (Barcelona, 1952) permite a sus lectores asomarse por la rendija de su dietario a su vida cotidiana. "No es apasionante", advierte con sinceridad. Es la de un burgués catalán que cobra densidad, más que por experiencias aventuradas, por las constantes referencias culturales (pinturas, libros, viajes, amistades...) que traban las cientos de entradas que componen Lo que cuenta es la ilusión (Destino). El lapso en que fueron tomadas va de 2007 a 2010. Arranca cuando empieza a ver los primeros atisbos de la crisis: en concreto, las personas que huroneaban en los contenedores de su barrio, en busca del algo que llevarse a la boca o vender en alguna chatarrería. Desde su casa del ensanche barcelonés, observa cómo ese desgraciado fenómeno no ha hecho sino empeorar. El periodista da cuenta de lo que ocurre afuera (aparte de la crisis, también hay algún que otro venablo para el nacionalismo y sus diadas). Y el escritor de lo que sucede dentro. Una combinación desde luego atractiva, cuando se trata de una pluma irónica, culta y con sentido del humor.

Pregunta.- ¿Acostumbra a tomar notas en un diario cada día?
Respuesta.- Sí, lo hago desde hace años. Un día me enfadé conmigo mismo porque no recordaba bien una cosa y desde entonces escribo cada día. A veces es triste releer un diario porque encuentras una sucesión de amarguras y fiascos pero también es muy sano escribirlo: cuando escribes contra algo o alguien, durante el proceso de escritura se desgasta la ira, y cuando has terminado de hacerlo ya se ha atemperado muchísimo.

P.- Pero entonces esas anotaciones no tenían intención de acabar siendo un libro...
R.- No, fue a posteriori cuando surgió la oportunidad. Las revisé y le di un tono y un estilo más literario. En el género de los diarios, hay, digamos, dos modelos. El primero lo representa Paul Léautaud, que escribió más de 14.000 páginas de diarios, y era defensor de que no se debían retocar bajo ningún concepto, porque hacerlo supondría ser deshonesto. El segundo lo representa Junger, que no tenía inconveniente en retocar lo que fuera necesario para mejorarlos. Yo también creo que si se van a publicar hay que pulirlos lo máximo posible.

P.-¿Por qué arrancan en 2007? No antes ni después...
R.- Fue cuando empecé a ver -más de lo que hasta entonces era lo normal- en mi barrio a gente hurgando en la cazuelilla metálica de las cabinas, y con la cabeza metida en los contenedores. Ahí empecé a notar que lo de la crisis era cierto.

P.-¿Ahora verá muchos más? La situación no ha hecho si no empeorar...
R.- Pues sí. Ahora veo en la panadería de al lado de mi casa, situada en el Ensanche, a gente esperando a que cierre para poder coger el pan que desechan. Hacen cola para ello.

P.-¿Qué significa esa numeración de las distintas entradas?
R.- Son los días que he vivido. He intentado con esta numeración que se tenga la sensación vertiginosa de paso del tiempo. De cómo se escurren los días.

P.- Aunque habla de "sucesión de fiascos y amarguras" Lo que cuenta es la ilusión contiene mucho humor...
R.- Bueno, es también un signo de humanidad, un rasgo que no distingue de los animales y una forma de resistencia a las imposiciones de la rutina. Aquí el humor también tiene como objetivo romper los moldes de la sintaxis. Decía Nietzsche que hasta que no acabáramos con la sintaxis no acabaríamos con Dios. En este dietario he intentado sabotear la sintaxis del mundo.

P.-¿En qué medida un diario puede sustituir unas memorias?
R.- En mucho para vidas de burgués como la mía, que no son nada apasionantes. Junger y Robert Graves escribieron sus memorias. En ellas recordaban sus vivencias durante la I Guerra Mundial. El primero es más heroico y el segundo más escéptico, pero ambas narraciones son interesantísimas por lo que vivieron y cómo lo vivieron. A mí no me ha pasado nada que merezca una autobiografía. En un dietario, sin embargo, cualquier suceso puede ser objeto de una entrada.

P.-¿Por qué dice que cuando escucha hablar del "malestar de la cultura" le zumban los oídos?
R.- Quería empezar con una frase contundente y me acordé de Goebbels, cuando decía aquello de que cuando escuchaba la palabra cultura se echaba mano a la pistola. Era una manera de decir que estamos empezando un dietario cultural de alguien que está molesto en el mundo de hoy.

P.- Hay un apunte muy llamativo del día en que ETA mató a dos guardias civiles en Francia por la mañana y por la tarde en Barcelona se organizó una manifestación soberanista liderada por Pujol y Maragall. Parece que no junta ambos sucesos sólo por la coincidencia temporal...
R.- Era una manifestación que reivindicaba el "derecho a decidir", un eufemismo de "derecho a la secesión". Cuando vi a la gente que se iba concentrando, les pregunté si la manifestación era para protestar contra ETA. Me decían que no. En dos trazos gruesos reflejo el clima moral que fomenta el nacionalismo, a caballo entre la estupidez y la falta de corazón.

P.-¿Y también le zumbaban los oídos el otro día durante la manifestación de la Diada?
R.- Me llevan zumbando desde hace meses con el cañoneo previo de preparación. En este incremento del separatismo pocos están poniendo el acento en el fenómeno viral de un pueblo aterrorizado por la crisis y la inoperancia de sus políticos, que sólo hacen lo que les dictan desde Europa. En esas circunstancias, cuando sale un iluminado indicando un presunto camino de esperanza y la masa empieza a inclinarse a su favor, el individuo siente mucha dificultad para contenerse y no dejarse llevar, aunque no crea en ese nuevo camino.

P.-¿Usted también ha comprobado la decadencia del pan amb tomaquet en los bares de Barcelona?
R.- Es que hay una obsesión con la identidad y eso da pie a ese tipo de reportajes delirantes. El otro día estuvo el historiador Carlo Ginzburg en el CCCB y decía que la identidad no es una categoría filosófica seria. Uno mismo no encarna una identidad que le une a los demás. ¿Qué tengo yo que ver, por ejemplo, con Carod Rovira?

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