Alan Pauls. © Maria Teresa Slanzi.

El escritor argentino, autor de 'El pasado', da los últimos retoques a la 'La historia del dinero' que próximamente publicará Anagrama

Se autodefine como un tipo poco tratable y un tanto ermitaño, y es que a este porteño de ascendencia alemana (Buenos Aires, 1959) lo que más le gusta es estar solo, en su estudio, rodeado de libros y escribiendo o tomando notas sobre lo que tiene cocinado en su cabeza. Su primera novela, El pudor del pornógrafo (1984) fue aclamada por la crítica más exigente. Después siguieron El coloquio (1990) y Wasabi (1994). Pero su consagración internacional llegó con la publicación de la monumental El pasado, que escribió obsesivamente durante diez años y por la que obtuvo el Premio Herralde de Novela 2003. Ahora, en su estudio del barrio de Palermo, en el centro de Buenos Aires, da los últimos toques a La historia del dinero, la tercera parte de su trilogía sobre los años 70 que aparecerá próximamente publicada en Anagrama.



PREGUNTA.- ¿Por qué empezó a escribir?

RESPUESTA.- En casa no había ninguna tradición literaria pero yo me aficioné a la lectura desde muy temprano y disfrutaba de ese placer solitario. En el aislamiento necesario para la escritura, encontré esa misma satisfacción y nunca me he desprendido de ella. Ese coto cerrado en el que yo era el amo se convirtió en mi refugio favorito. Empecé con unos relatos que mi madre fechó y guardó cuidadosamente. En ellos reconstruía episodios familiares muy cercanos, en los que extrapolaba escenas domésticas más o menos truculentas que acababan en un desenlace brutal. Todo ello procesado a través de la ciencia ficción y con unos personajes totalmente reconocibles.



P.- ¿Recuerda sus primeras lecturas?

R.- Mi abuela paterna, que era alemana, me leía en voz alta y con mucha pasión las aventuras de Max y Moritz, los protagonistas de los cuentos de Wilhelm Busch. Luego, cuando aprendí a leer, devoraba la enciclopedia argentina Lo sé todo, que era malísima pero tenía una sección de Mitología Griega apasionante. Después vino la ciencia ficción y a los diez años descubrí a Cortázar y a Onetti y con ellos conocí la dimensión seria y profunda de la literatura. Más tarde me adentré en los que fueron y siguen siendo mis referentes literarios: Roland Barthes, Stendhal, Borges, Proust, Musil, Kafka y Manuel Puig.



P.- Novelista, ensayista, profesor universitario, articulista, guionista y crítico cinematográfico, ¿con qué se queda?

R.- Me siento escritor, tanto de ensayo como de novela. Lo que más me interesa es escribir y creo que es lo que hago mejor. Es verdad que toco muchas teclas, pero con el tiempo me las he ingeniado para que todo haya ido confluyendo hacia el oficio de escribir. Di clases de Introducción a la Literatura y Teoría Literaria entre 1983 y 1989, y ahora solo doy seminarios puntualmente. La escritura de guiones cinematográficos es un ejercicio interesante porque te obliga a dejar de lado el estilo y a escribir de modo muy seco y muy descarnado, pero también lo dejé, igual que la crítica cinematográfica.



P.- ¿Anárquico o disciplinado?

R.- Muy disciplinado, trabajo cada día seis o siete horas, lo que no significa que escriba diariamente. Pero si que paso ese tiempo solo, en mi estudio, releyendo, tomando notas y elaborando, aunque sea mentalmente, lo que tenga entre manos en ese momento. Hay quién habla de lo dura que puede llegar a ser la soledad del escritor, pero para mí es enormemente agradable.



P.- ¿Alguna manía a la hora de sentarse ante el papel en blanco?

R.- Necesito estar completamente solo y en silencio, en un ambiente más o menos monacal, no puedo concentrarme en un entorno demasiado agradable porque me dispersaría. Mi estudio es muy austero, consta de una mesa, mi ordenador Mac e infinidad de libros que forran las paredes y poco más. Yo trabajo mucho por acumulación, es decir que dejo que elementos dispersos se agolpen en mi cabeza hasta que de repente siento que ha llegado el momento de sacarlo todo a la luz. Es cuestión de tiempo.



P.- ¿Corrector compulsivo?

R.- No, corrijo muy poco. En realidad corrijo en la cabeza, antes de volcarlo a la pantalla. Hago una elaboración mental muy larga y muy escrupulosa, de manera que cuando esas frases llegan al ordenador sufren pocas manipulaciones. Lo que más puedo cambiar es el orden de algunos párrafos o la estructura de algún capítulo, pero la corrección de estilo la hago mentalmente.



P.- ¿Qué es lo más difícil a la hora de trabajar en una novela?

R.- En mi caso, escribir una novela siempre es un proceso muy largo, como mínimo de dos años. Es algo parecido a picar piedra. Por eso lo más complicado para mí es mantener vivo el deseo de seguir ahí y hacer crecer esa pulsión para continuar interesado en la historia y en cómo contarla. Si esa llama desaparece la novela, aunque llegue a término, será un fracaso.



P.- ¿Escribe para ser leído?

R.- No pienso en el lector como en alguien a quién quiera agradar, o que me motiva de verdad es el intercambio, el diálogo y la conversación profunda que puede mantener el lector con un libro.



P.- ¿Y su propia vida es material literario o se nutre de elementos ajenos?

R.- Hay elementos autobiográficos pero también historias que han vivido otros, o que he leído y yo reinterpreto, o retazos de vidas que he tenido cerca... En general