Image: Santos Sanz Villanueva

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El Cultural

Santos Sanz Villanueva

"La transición literaria fue anterior a la política"

14 junio, 2010 02:00

Santos Sanz Villanueva

Nuria Azancot
Sabio y socarrón, Santos Sanz Villanueva (Soria, 1948) apura una caña de cerveza mientras habla de Nada, de Carmen Laforet o de los olvidados del exilio. Profesor de Literatura Española en la Complutense, el crítico de El Cultural acaba de publicar un ensayo sobre La novela española durante el franquismo (RBA) en el que, a su pesar, ajusta cuentas con nuestro canon literario. Resultado de "cinco o seis años de trabajo", ahora confiesa que en realidad "supone la síntesis del trabajo de toda una vida de estudioso y crítico" y que surgió "del propósito de explicarme a mí mismo, y volcar la explicación a los interesados, por qué se desarrolló de esa manera la novela española del interior".

Pregunta.- ¿Por qué se detiene en el 75? ¿No cree que en realidad el franquismo se extiende más allá de la muerte del dictador, y que la transición comenzó antes?
Respuesta.- Sin duda, como digo en el libro, la transición literaria se consumó antes que la política. Se llevó a cabo en dos oleadas de la generación del 68, según llamo a los autores del movimiento novísimo. Una rupturista (la de Guelbenzu o Vázquez Montalbán) y otra que rescata la tradición o se arriesga en el postmodernismo (la de Luis Mateo Díez, Merino o Mendoza). Después del 75, la novela se interna en caminos de normalidad literaria, y por eso corté ahí. Claro que es verdad que huellas del franquismo perduraron: ahí está lo que ha ocurrido con la memoria histórica como motivo novelesco. Durante varios lustros, se despreció ahondar en el peso dejado por los traumas morales y sociales derivados de la guerra y ahora se ha convertido en temática de moda, en bastantes casos con tanta dosis de buena voluntad como de trivialización.

P.- ¿De qué manera su libro corrige cánones anteriores sobre la literatura del franquismo?
R.- No busco corregir el canon, empeño que sería, por otra parte, pretencioso e inútil. Lo que he buscado es situar a los pocos autores del canon popular y escolar (Cela, Laforet, Delibes, Martín-Santos...) en el contexto de la actividad literaria prolífica en que escribieron. Sí llamo la atención sobre algún autor desconocido y de primera categoría como Juan Antonio Gaya Nuño, cuya Historia del cautivo tengo por una de las grandes novelas de la época. En cuanto a Ramiro Pinilla, pagó el precio de escribir contracorriente, y de ciertas posturas personales. Yo ya destaqué su personalidad en un libro mío de 1972. Es sorprendente cómo se ha jaleado, con toda justicia, claro, su monumental serie Verdes valles, colinas rojas, y cómo pasó desapercibida la obra seminal, con el mismo título, hace veinte años.

P.- ¿Y de quién o quiénes ha prescindido, y por qué?
R.- Aparte de algún olvido que trataré de enmendar en una hipotética nueva edición, no he prescindido de nadie de verdad significativo. El libro no es un catálogo y no están todos los novelistas habidos en ese periodo, pero he intentado que no falte nadie representativo, al margen de su mayor o menor calidad. Una cosa es el valor de un escritor y otra lo que representa.

P.- ¿A qué autores de este periodo convendría rescatar del olvido?
R.- Por una parte, algún nombre suelto como el que antes he recordado, Gaya Nuño, el primer Juan Eduardo Zúñiga, el Ignacio Agustí de Mariona Rebull o el estetizante Julián Ayesta de Helena o el mar de un verano. En general, es necesario releer a los denostados novelistas de la berza. Se les ha juzgado muy a la ligera y a partir de prejuicios poco rigurosos. No creo que se puedan discutir los méritos literarios de Dos días de setiembre, de Caballero Bonald, por ejemplo. Por experiencia personal con mis estudiantes, Central eléctrica, de López Pacheco, tiene plena vigencia moral y artística.

P.- ¿Y de qué libro no deberíamos de prescindir jamás, para entender ese periodo?
R.- Libro o libros. Ya sé que no soy original, pero qué le vamos a hacer. Los títulos que jalonan el proceso de interpretación de la realidad española de la época son: Nada, La colmena, Tiempo de silencio y Cinco horas con Mario.

P.- ¿Para cuándo su libro sobre el exilio?
R.- Me pasa lo mismo que con este. Tengo lecturas y apuntes abundantísimos acumulados a lo largo de mucho tiempo. Pero necesito varios años para darles un orden y ponerlos por escrito. Aunque lo voy haciendo poco a poco, tardará bastante.

P.- ¿El tiempo (y los lectores y la crítica) han sido justos precisamente con ellos, con los autores del exilio, tienen hoy el reconocimiento, los estudios y las ediciones que merecen?
R.- Sin duda, se ha sido injusto. Han padecido un olvido extremo, seguido de una recepción caótica, cuando ésta se produjo. La primera labor que debe hacerse es la de discriminar: hay mucho bueno, y quedan obras y autores relevantes casi todavía por descubrir, pero también muchas páginas circunstanciales de escaso valor. Tengo la impresión de que, por desgracia, ya es definitivamente tarde para la recuperación.

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