Image: Carlos Franz

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El Cultural

Carlos Franz

"El escritor está al servicio de sus demonios"

8 febrero, 2010 01:00

Carlos Franz. Foto: Carlos Rubio

Publica en España su volumen de relatos titulado 'La prisionera'

Alberto Ojeda
Carlos Franz (Ginebra, 1959) tardó seis años en levantar con su imaginación la ciudad de Pampa hundida, ubicada en los parajes desolados de Atacama. Lo hizo en su novela El desierto, en la que resuena un fuerte simbolismo político. El escritor chileno, al término de esta ambiciosa empresa, quiso escribir algo "menos trabajoso". Entonces decidió preparar unos cuentos, pero, inconscientemente -"uno está al servicio de sus demonios, aunque no quiera"-, regresó al desierto, otra vez a Pampa hundida. Los ocho relatos incluidos en La prisionera (Alfaguara) vuelven a estar ambientados allí. Sólo que ahora las historias bajan a un plano más íntimo. Franz entra en las conciencias de los personajes, y en todas detecta un mismo dilema: optar por el deber o el deseo.

Pregunta.- ¿Qué tiene de novela esta compilación de cuentos?
Respuesta.- Tras terminarlos me di cuenta de que tenían una unidad evidente, más allá de que todos transcurran en la misma ciudad. Es una unidad moral que ha surgido sin que yo me lo haya propuesto: en todos aparece un personaje atenazado por un deber que le impide alcanzar el amor.

P.- De ahí la cita de Pasternak que figura en el pórtico del libro: "Todo lo que en mí no es voluntad lleva tu nombre y te pertenece".
R.- Es una frase que me vengo repitiendo desde hace tiempo, que se me ha quedado grabada. La historia de esta cita es muy curiosa. No puede encontrarse en ningún libro de Pasternak. Aparece en una carta escrita por la gran poeta Marina Tsvetaeva, con la que vivió una relación amorosa. Ella cita en la carta la frase que se supone que él le dijo alguna vez. Pasternak lo que quiere decir es que si no fuera por su voluntad, que se aferra a lo que considera correcto, estaría a su lado.

P.- De nuevo vuelve al desierto, al territorio imaginario de Pampa hundida.
R.- El desierto es una novela muy ambiciosa. Tardé seis años en crear Pampa hundida. Me apetecía hacer algo menos trabajoso, pero, otra vez, sin proponérmelo, me vi de nuevo en esta ciudad que tan bien conocía. El escritor está al servicio de sus demonios. La diferencia es que El desierto es una obra cargada de un simbolismo político y de una fuerte motivación histórica, mientras que La prisionera contiene historias totalmente privadas.

P.- Dice que el desierto es como una hoja en blanco que te invita a escribir sobre ella.
R.- El desierto es un paisaje cargado de poder metafórico. Cualquiera puede hacer algo atractivo con una selva, con los animales y eso... Pero el desierto pone a prueba la imaginación del escritor. Tienes que ponerla en tensión. Un libro que he tenido muy presente es Los siete pilares de la sabiduría, de Lawrence de Arabia. Es fascinante como describe el desierto, los infinitos tipos que hay, las reverberaciones de la luz, las temperaturas, las piedras...

P.- Reivindica con sus cuentos el final abierto.
R.- Sí, como Hemingway y sobre todo Joyce. Los relatos con un final muy claro son falsificaciones. Un final cerrado es artificial. La vida no tiene finales cerrados y la literatura debe reproducir la perplejidad que provoca ésta en las personas. La vida nunca entrega sus claves y la literatura tampoco debe hacerlo.

P.- ¿Qué relación tiene su vocación con la literatura con su infancia infeliz?
R.- La primera frase Anna Karenina se ha convertido en un cliché: "Todas las familias dichosas se parecen, pero las infelices lo son cada una a su manera". Es un cliché pero es una gran verdad. Las historias desdichadas son las que producen literatura. Yo viví una infancia marcada por el dolor y la inadaptación, y eso tiene mucho que ver con mi vocación temprana por la lectura y la escritura, para huir de mi propia vida.

P.- ¿Cómo ha vivido la muerte de Tomás Eloy Martínez, uno de sus principales valedores?
R.- Con mucha pena. Él reunía dos condiciones que difícilmente se dan juntas: bondad y generosidad. Todo el que le conoció nada más te dirá que era una persona buena, en el mejor sentido de la palabra, como decía Machado.

P.- No sé si su condición de diplomático le permite hablar con libertad sobre la política chilena, pero debo preguntarle por la llegada al poder de la derecha en su país después de tantos años...
R.- Soy diplomático renunciado. En diciembre presenté mi renuncia, así que puedo hablar con total libertad. A mí no me parece mal. La alternancia es buena. Lo único que me preocupa es la concentración excesiva de poder. La derecha tiene de siempre un gran ascendiente en el mundo financiero, en la Iglesia y en el ejército, y ahora también toma el poder político. Puede haber un problema de ineficiencia, por la sencilla razón de que en el mercado del poder no habrá competencia.

P.- La democracia en Chile es modélica: Frei tardó 30 segundos en felicitar a Piñeira por su victoria, y los seguidores de éste ovacionaron a Frei. ¿Cómo se ha cerrado allí tan bien el paso de la dictadura a la democracia?
R.- Por dos elementos. El primero por la gran tradición republicana chilena, con una larga y sólida tradición, hasta que fue interrumpida en el 73 con el golpe. Y la otra ha sido la suerte. La fortuna nos ha sonreído. Chile está viviendo una gran oportunidad de desarrollo económico y de consolidar su democracia. Pero somos país experto en frustrar sus oportunidades en el último momento.

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