Image: Graciela Iturbide, pulsiones y sueños

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Exposiciones

Graciela Iturbide, pulsiones y sueños

Graciela Iturbide

17 julio, 2009 02:00

El señor de los pájaros, Nayarit, 1985

Comisaria: Marta Dahó. Fundación Mapfre. General Perón, 40. Madrid. Hasta el 6 de septiembre.


Casi perdida en un discreto rincón de esta exposición, hay escrita en el muro una reveladora cita breve de Brassaï: "La vida no puede ser captada ni por el realismo ni por el naturalismo, sino por el sueño, el símbolo o la imaginación". En esa orientación se producen las imágenes fotográficas hipnóticas, cargadas de signos y de fantasía, a través de las cuales Graciela Iturbide (Ciudad de México, 1942) constituye un arte que, a la vez, resulta profundamente cimentado en lo real y orientado a penetrar y expresar de forma conmovedora las razones de la vida. La artista declara que la fotografía es para ella "un pretexto para conocer". Eso sí, el suyo resulta ser un conocimiento fascinante, producido a caballo del rigor documental y la transcendencia poética, o sea, estableciendo una dialéctica entre los datos fieles de la realidad exterior, y la expresión de la experiencia vital de la fotógrafa. El resultado constata que Graciela Iturbide tiene un mundo interior propio que, además, ella sabe comunicar de manera tan afilada que el espectador lo puede no sólo conocer sino también asumir. ¿Qué otra cosa, si no, es la obra de arte?

Graciela Iturbide es una artista de vocación tardía, que a la edad de veintisiete años inició su periodo de formación ingresando en el Centro de Estudios Cinematográficos de la Universidad Autónoma de México. Allí, impresionada por las enseñanzas del maestro de la fotografía mexicana Manuel álvarez Bravo, pasó de su afición por las imágenes en movimiento a su pasión por la imagen fija. álvarez Bravo la convirtió en su asistente, la introdujo en los círculos artísticos, la entrenó en la observación del entorno y la inició en la búsqueda de ese particular punto de vista que es capaz de situar la fotografía como obra de arte por encima de los aspectos técnicos. La muerte de su pequeña hija Claudia en 1970 indujo a Graciela Iturbide a interesarse para siempre por los escenarios y rituales de la muerte en el México indígena, siendo apoyada en sus proyectos por el Instituto Nacional Indigenista. Desde mediados de los años setenta su firma cuenta en el elenco de los artistas de referencia en Latinoamérica. El reconocimiento internacional de su trayectoria ya era un hecho cuando en 1986 la Organización Internacional del Trabajo de la ONU premió su portfolio El empleo o su carencia en Chile, en que analiza los problemas sociales, otro de sus principales referentes temáticos.

En esta primera y compleja exposición antológica que la Fundación Mapfre le dedica ahora en España, se desarrollan los géneros por los que discurre el trabajo de Graciela Iturbide: el retrato y los temas de identidad -con las efigies impactantes de las series Desierto de Sonora, 1979, y Juchitán, 1986-, las escenas de costumbres de la cultura indígena -con la sencillez asombrosa del reportaje del entierro de un niño en el Cementerio de Dolores Hidalgo, Guanajauto, 1978-, los pájaros y los animales domésticos -con los ritos sacrificiales de los mercados y del casi bíblico ciclo de matanzas de cabras de la serie En el nombre del padre, 1992-, cultivando también, a partir de 1990, el paisaje -la suite clasicista de Paisaje, Estados Unidos, 2000- y el universo de los objetos encontrados. Ese mundo detenido y doliente de enseres referidos al cuerpo cobra acentos de patetismo singular en El baño de Frida, 2006: se trata del encargo de documentar la apertura de ese habitáculo íntimo que permanecía cerrado desde la muerte de su dueña, Frida Kahlo, acaecida en 1954. En la desolación indecible y en el resplandor de estas rigurosas imágenes objetuales parece abrirse un registro diferente en la trayectoria de Graciela Iturbide, quien no en vano confiesa su vocación de unión con la poética de San Juan de la Cruz. Un renovado reto místico de implacable transcendencia.