El que uno eche la vista atrás es algo sano y hasta recomendable, especialmente si uno es una multitud de setenta u ochenta mil almas. Hay que recordar cómo fueron los primeros partidos de Gareth Bale en el Bernabéu. Cuando uno es una multitud de setenta u ochenta mil almas que llena el estadio de Concha Espina, uno opina lo que la prensa deportiva le dice que opine y se manifiesta en consonancia con ese credo: Bale era, para empezar, un enfermo crónico. Tenía una hernia que ha probado ser como las armas de destrucción masiva de Sadam (aún hay quien emula a Blair diciendo que tranquilos, ya aparecerá). Bale era además un fullero que nos había dado gato por liebre haciendo (él) que el Madrid pagara una millonada exorbitante para su contratación. El Bernabéu se hartó de pitar al galés, quien encima tenía el mal gusto, casi la provocación, de quedarse a aplaudir desde el centro del campo al público al término de cada partido, por arisco que el respetable hubiese sido con él.

Bale antes de marcar el primero del Real Madrid.

Bale antes de marcar el primero del Real Madrid. Reuters

Es un gesto común en el fútbol británico, que entiende el juego dentro de un concepto de sportmanship que raramente se usa por estos lares. Beckham quedó petrificado, en sus primeras semanas en España, al contemplar cómo los jugadores -rivales y propios- se desgañitaban pidiendo al árbitro tarjetas para el adversario. Eso no se lleva por allí. Se dice que los jugadores británicos no triunfan en España (hay efímeras y discutibles excepciones como Lineker, Archibald , McManaman o el propio Beckham) y la razón sólo puede hallarse en el choque cultural. No es fácil asimilar la propensión a la viveza, al “todo vale” (incluyendo pugnar por la expulsión del contrario) cuando uno aterriza desde la nube ingenua de la Premier, donde impera una condición infantil del juego, un espíritu ajeno a esa saña, a esa picaresca.

Incluso si uno es setenta mil almas que pueblan el Bernabéu, y sigue leyendo la prensa deportiva madrileña, puede que uno no sea idiota del todo, y así termina por mostrar alguna consideración por un jugador que en tres años ha sido esencial en el logro de dos de tres Copas de Europa, dos Supercopas europeas y una Copa del Rey (sí, la suya, la de Bartra). Así, el Bernabéu ya no suele pitar a Bale. Es un buen principio en el camino de llegar incluso a animarle como si fuese uno de los suyos.

Ocurre que el domingo Bale fue pitado de nuevo, si bien en una acción muy concreta y relacionada con la caballerosidad de la que hablamos: echar el balón fuera para que sea atendido un rival. El público se lo reprochó sonoramente. La respuesta del de Cardiff fue una nueva provocación: aprovechó un enorme pase de Isco, encaró al guardameta rival, lo sorteó con alguna fortuna en el rebote y derrumbó los loables esfuerzos defensivos del Leganés abriendo el marcador.

No todo en el Lega fue loable. Minutos después, Bale fue atropellado en un salto. El árbitro no sancionó la evidente falta y Bale quedó tirado en el suelo a resultas de la dura acción. Si los jugadores del Lega habían tomado nota del gesto anterior de Bale, a quien no le importó enfrentarse a la censura de su propia afición en aras del fair-play, lo disimularon perfectamente, continuando con la jugada como si nada hubiera pasado. Se armó una pequeña trifulca a resultas de la falta de reciprocidad de los hombres de Garitano para con la deportividad exhibida por el galés. Gareth tenía preparada una respuesta mejor: aprovechó una jugada de estrategia para marcar el segundo y correr alborozado para celebrarlo con el mismo público que un rato antes le había afeado su conducta desprendida.

Unamuno decía que debemos hacer el bien no solamente a pesar de que no nos va a ser recompensado, sino precisamente porque no nos va a ser recompensado. Es dudoso que Bale haya leído a Don Miguel, pero parece aplicarse esta filosofía. No esperaba que el Bernabéu le aplaudiera por echar aquel balón fuera, y no es que lo hiciera a pesar de ello, sino que lo hizo precisamente porque no iban a aplaudirle, dado que en eso consiste el altruismo. No esperaba que el Leganés echase el balón fuera si él quedaba tendido en el campo, pero precisamente por no esperarlo él siguió la política contraria cuando tuvo la ocasión.

No sé si la liga patria se merece disfrutar cada fin de semana de un espectáculo futbolístico como el que constituye Gareth Bale. Sí sé, desde luego, que el fútbol español no se merece su deportividad.