Lo más notable de Cristiano en el derbi del sábado fue su maniobra de fuego de cobertura cuando ya había terminado el partido. Con los ecos de los silbidos y los “Florentino, dimisión” aún flotando, se apresuró a señalar llamas en otra parte. En concreto, en sus palabras: “Si todos estuvieran a mi nivel, estaríamos primeros”. Sin Liga, sin Copa, sin forma; la brigada de bomberos encendió las sirenas y, dejando todo aquello para otro rato, se lanzó a por Cristiano, que apareció así como el único fuego vivo.

Cristiano Ronaldo, tras la derrota.

Cristiano Ronaldo, tras la derrota. EFE

Poco después Marca contaba que el jugador les había hecho una aclaración (“Me refería al nivel físico”), que sin embargo él no vio necesario incluir en ninguno de sus canales oficiales. Cuando la noche cayó sobre las brasas de ese incidente de cobertura, el resto del Madrid ya había podido abandonar el estadio. Maniobra exitosa.

Se trata de un movimiento casi infantil. En una de las escenas que ha conocido más variantes en la historia de Los Simpsons, Homer sale de una clínica en silla de ruedas con una pierna escayolada. Va hablando con el médico, a quien trata de convencer de que no debe preocuparse, porque le pagará lo que le debe. “Mira, un oso”, dice de repente mientras señala a un lateral. Cuando el médico se distrae buscando en esa dirección, él trata de escapar. La liberación resulta efímera. Para huir, Homer se baja de la silla de ruedas e intenta correr escayolado: apenas puede dar dos pasos y queda retorciéndose de dolor en el suelo.

El Madrid de los últimos tiempos a veces parece ese Homer de triunfos fugaces como fósforos. Siempre ha tenido dispuesta la siguiente ilusión hacia la que mirar, en ocasiones antes incluso de que estallara el desencanto (“Mira, Zidane”). También con un efecto cada vez más breve. El sábado parecieron haberse consumido ya el aroma de la décima, la sonrisa, el cansancio previo por Benítez. Esos carruseles de abrazos que se representaban para las televisiones no ganan partidos. Como sabe cualquier pelotero de arrabal, la felicidad no marca goles. Sucede más bien al revés. Lo sorprendente es que, saltando de oso en oso, haya podido alcanzarse marzo con un convencimiento bastante extendido de que cada uno otorga una oportunidad real de escapar corriendo. Pese a seguir con la pierna rota.

El oso no es el corazón del problema ni siquiera en la escena de Los Simpsons. Cuando Homer aún no se ha levantado del suelo, aparece en efecto uno, y nadie le da la menor importancia. Al llegar el recuento de final de curso, las brasas de Cristiano estarán heladas.